Renovando la licencia

Una simple anécdota de cómo nos hacen firmar hasta lo que no corresponde. De cómo, de cierto lado del mostrador uno nunca tiene la razón…
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Como cada cinco años me volvió a tocar la renovación de la licencia de conducir. Esta vuelta solicité el trámite con un mes de anticipación al vencimiento de mi vieja tarjeta y me dieron turno para el mes y medio... ¡En otras palabras estuve sin licencia como una quincena! Se rumorea que la sede de Roca, que antes hacía esta tarea, está momentáneamente cerrada.

Así que fui a la sede elegida de Parque Chacabuco, Emilio Mitre al 900. Aboné lo que exige el estado nacional ($650, más $125) en un Rapipago. Luego las multas por $5200 correspondientes a dos por exceso de velocidad en una vía de 30 -Virrey Liniers a la vuelta de la redacción donde habré ido al ritmo citadino, unos 40 o 50 según dicen - y otra por estacionar frente al Parque Rivadavia como tantas veces y donde siempre hay coches estacionados. Esto además me costó como 15 puntos, aunque abonando todo junto me restarían 10 nomás (¿cómo hará Chano?). Para abonar fui al CGP de enfrente. Me llamó la atención que el Gobierno de la Ciudad no me aceptó la banca virtual del Banco Ciudad, con lo que podría haber hecho el trámite desde mi computadora, pero más llamativo me resultó que en la sede comunal tampoco me aceptaran la tarjeta Maestro del Banco Ciudad, así que tuve que utilizar una de crédito que no me interesa usar… pero en fin… ¡pagué y eso me habilitó a comenzar el periplo del trámite!

Papeles, luego fotito y nuevamente chequear papeles, luego ojos, al box de oídos y de ahí al cubículo de psicología y sus tradicionales dibujitos. En las preguntas confesé que había comenzado una terapia jungueana con la finalidad escarbar e mi inconsciente desde otro lugar –en paralelo al yoga– y obviamente para ayudarme con los periplos de la vía diaria.

Al pasar al “médico” me pregunta por tratamientos psiquiátricos y le digo que no hago. Entonces me dice que le figura que estoy en tratamiento psicológico, que se lo acabo de decir a la psicóloga del gabinete de al lado. “Bueno, sí, pero no es un tratamiento, es una terapia personal” le tiro y continúo luego a la espera de la firma de los papeles para hacer el carnet.

Al chequear mis datos personales de arriba de la hoja, como me solicitó la empleada, ojeo todo el papel y noto que abajo figura que estoy “bajo tratamiento psiquiátrico o”, sí, así cortado (con la coordinación disyuntiva descolgada) se lo señalo y la chica me explica muy amablemente que continua con “psicológico” pero que “no entra en la hoja”. Entonces le explico que lo que yo veo es lo que firmo y al firmar eso estaría firmando que estoy bajo tratamiento psiquiátrico… que no es así. Me recomienda volver al gabinete de psicología. Vuelvo, me da la razón, “nunca salió eso así” me dijo, qu,eriendo decir tal vez que nunca nadie se quejó por algo así, o, en una de esas, que pocos leen. Pues yo leo, estudié “lectura” (Letras) durante años y trabajo con escritura y por ende leo bastante… Me aconseja hablar con el superior, una especie de gerente del lugar.

Bueno, ahí, la cosa se puso densa, atrás se paró una joven mujer fuertemente maquillada que luego ví entraba al cubículo titulado “médico” y prácticamente me gritaba interrogando si me daba vergüenza hacer terapia. Intenté explicarles que no, que simplemente no quería firmar algo que no corresponde: “fíjese si mañana me para la policía en la calle y me pide documentación de la medicina que no consumo”. El jefe calmó diciendo que esa información no le llega a la policía, pero que abandone el trámite (¡luego de dos horas y media!) y que lo vuelva a hacer en Roca (el Día del Arquero). Insistió en eso, y hasta me pareció vislumbrar un toque de deleite al ejercer su poder. Su capacidad de disminuir al paciente, consumidor, pelotudo o lo que él sienta que tiene en frente. Esta vez fui yo hoy, pero mañana puede ser Ud. o la vecina de enfrente.

En fin, violín en bolsa, firmé. Y luego esperé el carnet que vi apoyado sobre el mostrador unos quince minutos sin que me llamaran. Claro, el rebelde tenía que aprender bien la lección. La maquinaria siempre gana.

Lo que no sabían es que la pluma describe, descarga y hasta puede lograr cambios. O al menos es lo que uno desea.

 

R.S.

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