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Esperando el subte un hombre mayor me deja una fotocopia y sigue su camino, compartiendo su obra. Si bien eso parecía cotidiano, el poema no lo era...

Bajo tierra

Una fotonovela a cargo de la empresa empapela los andenes, un joven afina la guitarra antes de comenzar la jornada laboral y al abrirse las puertas de uno de los vagones del subte se puede observar un cuarteto efectuar una rutina de música ciudadana. La estación parece respirar arte y hasta el momento si bien sorprende la oferta, nada parece escapar a lo habitual.
Mientras permanezco sentado esperando el tren que me traslade hasta Alem, un hombre de poco menos de 60 años me deja una fotocopia sin siquiera detenerse, repartiendo papeles. Es un escritor y está compartiendo su obra. Si bien eso parecía cotidiano, el poema no lo era. El contenido tenía una carga emocional altísima, y lo que apoderaba de maravilloso lo poseía de aterrador. Después de leerlo dos veces le pedí a la señora que estaba a mi lado si me permitía el escrito que el hombre le había entregado. El segundo poema era aun más extraordinario y sombrío que el anterior. No podía asegurar con certeza sobre lo que estaba escribiendo el autor pero no cabía duda que el dolor y el sufrimiento estaban muy presentes, excelentemente narrados, hasta el lector más disperso del subterráneo podría sentir que lo que tenía en sus manos eran palabras de padecimiento profundo.
Sin dudarlo me apuré para alcanzar a quien continuaba repartiendo poemas, quería conocerlo y pretendía contar su historia. Apenas pude hablar con él y proponerle unos minutos para una breve charla me respondió con una negativa sin siquiera emitir sonido ni detenerse. Insistí, le confesé que me había conmovido y que quería conocer algo mas de él y de su vida, me interesaba escribir sobre su trabajo pero la respuesta esta vez fue un rotundo "no". Pedí disculpas por incomodarlo y me detuve justo debajo del cartel que indica el nombre de la estación. Después de hacer la rutina de volver por sus poemas y recibir alguna moneda de unos y la indiferencia de otros llegó nuevamente donde me encontraba yo y por primera vez me miró a los ojos y sentenció que el profundo dolor no tenía explicación, sólo consecuencias. Le propuse una breve charla sobre el origen de la obra y la experiencia vivida que da como resultado la carga emotiva y tan particular de sus poemas.
     Los primeros minutos de nuestro casual encuentro fue un decálogo de reglas, "firmo como Jorge y nada de grabaciones, ni fotos, ni nombres y solo respondo lo que creo suficiente". Acepté rápidamente, me interesaba conocerlo y estaba claro que sus pautas no eran negociables, se aceptaban o no había charla. Posados bajo el cartel que reza el nombre del morocho mas popular del barrio Jorge empezó contándome que hacia mucho tiempo que caminaba los subtes, escribiendo y trabajando. "Desde mediados de los 70 que soy un Bajo Tierra.." me dijo sin dejar de mirarme. Con el transcurso de la charla confirmé lo que presumía: militancia, clandestinidad, tortura, exilio y el resultado estaba en el papel que entregaba a diario en las distintas líneas de subte.
    La mayoría de mis preguntas le molestaban, supongo que le molestaba cualquier pregunta y yo lo dejaba hablar sin interrumpir. No fue necesario escuchar mucho para notar las secuelas de lo vivido, había tanto dolor, no solo en sus textos también en sus palabras, gestos. Insistió en que quienes no pasaron por una experiencia como la suya jamás podrían comprender el dolor y el sufrimiento con que cargaban aquellos que sí habían tenido la lamentable experiencia del detenido por la dictadura. "El asesinato de familiares y amigos, vivir clandestino y no sólo la propia tortura, no pasa una sola noche donde no escuche los gritos de las torturas a los compañeros y las violaciones a las compañeras", me dijo y con eso me dejó sin palabras. Parafraseando a Cioran, Jorge agregó: "igual que la aparición del crucificado dividió la historia en dos, esa experiencia dividió en dos mi vida", después de algo así nada puede ser igual: ni soñar, ni llorar, ni amar, ni reír de la misma forma.
    Hablamos de los poemas, me contó que escribir fue más bien la forma de trascender y no tanto de subsistir. Lo había hecho en el metro madrileño, lo hacía en el subte porteño y de esa forma seguía escapando, oculto porque "para mi nada cambió desde hace 30 años" me expresó en tono bajo, como en secreto. Me conmovió cuando me contó que más de una vez un pasajero que tuvo en sus manos un texto suyo no pudo contener las lágrimas y se le acercó para decirle que él también padecía ese dolor perpetuo, "el texto puede gustar o no, puede conmover o aterrar a los más sensibles pero solo un bajo tierra siente en carne propia cada palabra y vislumbra el texto en lo más profundo".
En el final de nuestra breve charla comprendí, que "bajo tierra" como él se definía no era lo que yo desde un comienzo había dado por hecho, no era el retrato de su trabajo subterráneo y entonces le pregunte cuál era la característica de esa denominación.
      Tardó unos segundos en responder, intuyo que no estaba buscando las palabras, simplemente meditaba si valía la pena explicarlo. Entonces sin dejar de mirarme me dijo "estamos muertos, no existe forma de vida después de algo así, no importa que físicamente estemos de pie resistiendo ya que transitamos la vida enterrados como un bajo tierra" .

Javier Carri


[email protected]

Revista El Abasto, n° 75, abril 2006.


 

 

 

 



 

 

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