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Encuentro con Carlos Adalberto Fernández, autor de Mundos orilleros, de malos, malevos y malandras

Entre guapos y malevos


Carlos Adalberto Fernández participó de nuestro segundo concurso literario cuyos temas eran los siete pecados capitales. Se destacó, y dado que hubo otras excelentes contribuciones, podríamos aseverar que fue uno de los que aportó en elevar la excelente calidad narrativa que se logró en dicho certamen. Luego hemos publicado algún que otro cuento de su autoría. Y hoy nos alegramos mucho cuando nos enteramos que editó su primer libro, una recopilación de cuentos con una temática que podría ser muy abastense, claro que desarrollados hace unos cuantos años.
    El prólogo de su libro reza: “El de los guapos es un mundo que atrae. Hay coraje, hay códigos. Sus acciones alcanzan el nivel del mito. Pero en la vida cotidiana pocos actos lo alcanzan. La vida es dura y los exigencias muchas, de modo que se aparenta, se trabaja de mito. Las verdaderas historias, entonces, visten los ropajes de la leyenda, pero no son tan heroicas. Hay agachadas, traiciones, como en todos lados, pero más disimuladas. No observan las conductas ya devenidas rituales. Aparentan hacerlo por instinto de conservación, no por guapeza. Sus historias ganan riqueza, porque sobrevivir requiere ingenio, astucia, coraje”.
    De modo que el autor rompe con el héroe dado que sus “personajes no se transforman en los verdaderos héroes. Siguen perdiendo” según sus propias palabras. Y remata: “No invento nuevas tragedias. Simplemente muestro circunstancias que -creo- vale la pena dar a conocer”.

¿Cómo nace el libro?
“Un día, revisando mis cuentos -cosa que hago muy poco- me di cuenta que hablaba de tres pueblos, viviendo en los mismos lugares, en distintas, pero comunes épocas: guapos y malevos del mundo orillero de principios de siglo; gente sobreviviendo en las pensiones, casonas y suburbios de los ´50; e historias de migrantes de todos los rincones del mundo, refugiados, fugitivos, aventureros. Y me di cuenta también que dos colecciones estaban terminadas. Decidí publicarlas y aquí estamos.
   ”Desde otro nivel de abstracción, creo que se encuentran algunas constantes en mis obras: tengo un elenco estable de cuatro o cinco seres que, con otra edad, lugar, etcétera, interpretan el mismo papel. No doy más datos porque no quiero suicidarme como escritor.
”Dicen que en mis historias abunda el sexo. No creo que sobre. Tal ves mis actores sean más vitales, o necesitan vivir, sentir.
”Mis muertos y mis vivos suelen dialogar como si todos ellos estuvieran vivos, o muertos, como si el único cambio fuera el lugar de residencia.
   ”Me atrae, o se da de casualidad, el tema de las recurrencias, los caminos que se bifurcan y llevan al mismo lugar. Creo que no hablo de fatalidad, destino. Simplemente mi gente no sabe de alternativas. Por inercia, o incapacidad, o haberles sido enseñado, siempre eligen el mismo camino.”

¿Alguien te ha acusado de hacer apología de los guapos y malevos?
“El libro no trata sólo de guapos, se subtitula "de malos, malevos y malandras", la trastienda del ambiente, lo que ahora llamaríamos backstage. Un acto heroico (o vergonzoso o suicida; pongamos heroico) es un instante, un momento fugaz en el que una característica humana vive una circunstancia peligrosa que lo compromete y lo trasciende y que perdura en algunas memorias. Cuando el brillo del instante se extingue, quedan el héroe -camino al podio o al mármol- y una carne humana temblando de miedo y culpa ante las consecuencias del momento no buscado.
   ”La circunstancia pasó. De su fulgor nacen, crecen, camino a la inmortalidad, figuras, leyendas, convenciones, mitos. De su espasmo de vida y muerte quedan herederos del mito, esclavos de la leyenda sujetos a los ritos, las exigencias de la anécdota.
  Malevos hubo, no tantos ni tan héroes. Actos heroicos germinados en circunstancias fugaces y anónimas, muchas.
   ”Don Reinaldo, un gallego de edad, era mozo en un bar de mala muerte, "cerca del cementerio, cruzando la vía". Tenía uno de esos porrones de ginebra, cerámicos, lleno de arena. Lo calentaba y lo usaba de estufa. Y también para aplacar "malevos" curdas e insolentes. Nunca lo llamaron malevo, ni guapo. Pero le tenían miedo y se iban a pelear a unas cuadras del bar. Murió de viejo, quien diría, con una pierna menos pero ésa es otra historia.
   ”Uno de mis cuentos, explicado, con lo que deja de ser cuento, pero sirve para ejemplo-: Rosales era el malevo del barrio (o de la cuadra, o de la manzana, según la ley del gallinero malevo). Cada tanto llegaba alguno del otro lado del zanjón, a desafiarlo. Había que devolverlo -al fiambre, digo- a su lado del zanjón, para no incrementar desmesuradamente la población del cementerio local. Pero esa noche Rosales ve llegar a un desafiante y se da cuenta de que se olvidó el cuchillo. Él es malevo diplomado, se sabe todos los códigos. Prefiere dejarse matar antes que caer en el ridículo. Pedir un cuchillo ajeno, nunca. Excusas no. Será una muerte inexplicable, pero tiene la esperanza que algún día, al saberse la verdad, digan "ése era un guapo, antes morir que traicionar los códigos".
    ”Otra y creo que con éste se entiende: Don Villalba era un guapo para la estatua. Reservado, espartano, estoico. En un duelo, a tres cuadras de su casa, el Mencho le clava el cuchillo en el vientre. Se distrae y Villalba aprovecha y lo mata: "No es momento para distracciones, Mencho", lo reconviene. Lentamente, con el cuchillo en la panza, llega a su casa.
   "Traiga un balde y unos trapos. Eloísa", pide a su mujer. Ésta, de angustia enclaustrada en sus tripas en años de sumisión, obedece en silencio. Villalba se acuesta. Sin un gemido retira el cuchillo. "Parece mucha la sangre", evalúa. "No se moleste en llamar al médico". "Por favor tápeme, no quiero pasar vergüenza. Y Ud." -se dirige a su hijo adolescente, cagado en las patas- "Pórtese como el hombre de la casa, no mariconee". "Si me oye genir, Eloísa, ciérreme la boca". "Por fin te vas, viejo loco, neurótico de mierda, guapo de teatro", masculla su hijo en un rincón.
   ”Este cuento, extremo, fué calificado de irreal. Unos meses después leo en Internet un artículo del diario Río Negro del 04-02-2003: Un joven y su suegro se batieron a duelo criollo. “El abuelo salió de la casa ya todo ensangrentado, y así y todo persiguió a su yerno casi dos cuadras hasta la otra esquina donde terminó todo. Después volvió caminando a su casa, y de ahí se lo llevó la ambulancia” dijo una vecina. Murieron los dos.”

¿Cuándo comenzaste a escribir?
“Siempre leí. Antes de terminar primero inferior leía a mi madre libros de la biblioteca familiar: Azabache, La cabaña del tío Tom, Los tres mosqueteros… En mi adolescencia opiné, discutí, escribí, como tantos invasores de la Avenida Corrientes de los 60´. Claro, Sartre, Camus, Schopenhauer me cambiaron el punto de mira literario. Y luego la necesidad de ubicarme en el mundo (yo, mi pasado, mi gente) me llevaron por otros rumbos.
     ”En el 2005, quién sabe porqué, un concurso de literatura* me atrajo. Participé, gané, y seguí escribiendo, pero ya no temas de concurso, sino historias que sin ser biográficas, hablaban de los mundos habitados o espiados o imaginados en mi niñez.”

¿Hiciste talleres de escritura?
“Con todo respeto por los profesores, nunca hice taller. Hice en el 2005 dos consultas semanales, dos sábados de dos horas cada uno, dedicados a criticar cuentos que yo presentaba. Aprendí mucho con ese profe. Pero me resistí a que me enseñaran qué escribir mientras me mostraban cómo. Tenía mis maestros: Borges, Maupassant, Onetti, Rulfo.
    ”A los diez años, en los ´50, nací a la vida social en una pensión de Corrientes y Alem. Cruce metafísico, si los hay. De vivir encerrado -por los peligros- pasé a permiso de salida libre, con tal de no joder en la casa. Conocí -de día y de noche- la recoba de Alem, Retiro, el puerto, la Corrientes germinal. Inmigrantes, refugiados, guapos, contrabandistas, turcos, tanos, gallegos, griegos, cabecitas de todo el país. No viví, ni presencié, ni me enteré, de leyendas o mitos. Sí me atiborré de historias de la vida diaria, en bares, fogones, patios, reuniones. Mi imaginación completó los casilleros en blanco. Entre bailongos, piringundines, quilombos… naturalmente, no como cliente, sino como peón, cadete, mensajero de tauras tímidos y vergonzosos, deslumbrados con alguna gringa de la orquesta de señoritas.”

La presentación
La reunión de presentación del libro el mes pasado “fue espectacular, al menos para mí. Tres horas ininterrumpidas. Comentarios de mi libro, dos cuentos representados. Una cantante de tangos notable por su fraseo y su dominio del escenario. No vendí nada, pero me divertí”. Y a propósito de lo difícil que es llegar a nuevos lectores comenta, demostrando su sentido del humor (que no escamotea en su obra): “Mis cuentos gustan y se recuerdan. Pero eso es después de leerlos; me doy cuenta que para llegar al frente a frente con el lector hay que rezar 2.344.746.476 padres nuestros o cambiar la óptica, que es lo que voy a hacer: mi próximo libro se llama Kamasutra orillero - El revolcón de dos guapos.”

Rafael Sabini

* Pecados Capitales, el II concurso literario de la revista El Abasto.

Revista El Abasto, n° 102, septiembre 2008

 
 


 

 

 

 

 

 

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