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Entrevista al actor y músico, integrante de Tangolpeando: Gabriel Rovito; quien en estos momentos tiene en escena en el barrio su nuevo montaje como director teatral.

“El arte es oficio”


Gabriel Rovito en El juego del Arcibel.

Caía un lindo solcito invernal sobre las calles del barrio del Abasto cuando me encontré con Gabriel Rovito, hombre de teatro, con una vasta experiencia ya sobre sus hombros y descendiente de una familia que le supo dedicar su vida al arte. De hecho, su madre fue la recordada actriz Bárbara Mugica, su padre el actor y director Oscar Rovito, sus abuelos fueron Alba Mujica, actriz, y René Mujica, actor, director, escritor. Con un abolengo así parecería que el destino de Gabriel estaba marcado.

Los comienzos: “Cuando yo era chico ni en pedo quería ser actor pero parecería ser algo contagioso.” Y se ríe. Y apenas a eso de los diecisiete, dieciocho años le picó el bichito y comenzó a estudiar teatro con un amigo de su padre, Elbio Sciarreta. De allí en adelante no paró más.
En un tramo de la charla, Gabriel como buen teatrero que es admite que le gusta todo el teatro, “el viejo y el nuevo, todo”. Y sostiene que estas dos puntas generacionales que atraviesan nuestra actividad teatral forman parte de un mismo lazo. Y pudo adentrarse en estos cuestiones que tanto le interesan cuando fue parte de La Banda de la Risa; grupo con el que supieron abrevar en la búsqueda de los orígenes del teatro argentino. “Es muy importante saber de dónde provenimos, quiénes somos. Así fue como tuvimos que investigar con La Banda géneros como la zarzuela; el circo criollo, que es el padre de nuestro teatro nacional”.

La Banda de la Risa: Con sus compañeros de este grupo se conocían desde siempre, se cruzaban en infinitos lugares. Recaló allí, también, sin buscarlo… Ellos ensayaban La comedia es finita, un espectáculo basado en la ópera I Pagliacci, de Leoncavallo, pero tuvo que desertar de los ensayos el actor Aníbal Silveyra para que llegara Gabriel. “Este espectáculo era un variété. Era fascinante porque combinábamos allí lo humorístico con lo dramático.” Estaban en ese elenco: Marcos “El Bicho” Gómez, Diana Lamas, Claudio Da Passano, Claudio Gallardou. ”Yo hacía de un músico - presentador, tipo Rosamel Amaya. La obra contaba la historia de un viejo artista. Mostrábamos el viejo mundo de los cómicos de la legua, pero, los pobres, estaban hundidos en un clima bien bizarro” Tuvieron varias nominaciones y premios con este espectáculo. “Pero después me fui para hacer otras cosas y volví en el 95 para hacer El Fausto. Pero yo creo que junto con Gallardou hice todos los espectáculos que montamos con La Banda….”
    La metodología de laburo que tenían consistía en proponer un tema que, generalmente, llevaba Gallardou; quien era, sostiene “un poco el líder nominal del grupo”. Lo charlaban entre todos y una vez que estaban de acuerdo se ponían a investigar seriamente en el tema propuesto. “La investigación nos servía para después poder darle nuestra propia visión a ese mismo tema. Teníamos mucho laburo previo. Pero mucho, de verdad, ¿eh? Siempre nos llevó un espectáculo un promedio de nueve meses de ensayo. Es la única manera, para así poder hacer que un trabajo sea lo más sólido posible. En Arlequino, por ejemplo, investigamos mucho sobre la Commedia dell´ arte; para El Pelele buscamos mucho en las viejas películas viejas argentinas.”

El tango: “Con un grupo de músicos formamos el grupo Tangolpeando, que nació a partir del cacerolazo del 2001. Tomamos la parte del tango más social, aquello de la protesta popular, sin ir más lejos, Discépolo hacía eso. También componemos tangos propios. Tenemos un espectáculo ya todo armado con Tangolpeando, tiene una propuesta muy teatral, hay mucha imagen en el show; videoclips, como pequeños cortos a los que les ponemos música en vivo; también hacemos distintos números de humor; poesía. Somos cinco músicos-actores en el grupo: y tenemos una batería hecha toda con cacerolas, inventada por nosotros.
    ”Nuestra propuesta, acá, parte del lugar de la ironía, de la irreverencia, abrevando tanto en lo nuevo como en lo viejo del tango.
    ”Este tango que hacemos con el grupo lo llamamos tango industrial, porque tiene que ver con el universo de los laburantes; de hecho, salimos vestidos de overol a escena como los obreros. Por otra parte, nos reconocemos como laburantes de todo esto. Y lo de industrial también viene porque usamos sonidos de oficios, los que se mezclan en las melodías… Ése fue el desafío. En Tangolpeando hacemos música de tango pero también de fusión y hasta nos metemos con otros géneros como el folklore. Si hasta hacemos una versión de Escalera al cielo mezclada con Libertango y, por supuesto, temas nuestros, también.”

Ser actor: “Es un oficio y para eso hay que entrenar la voz, el cuerpo, el intelecto, las emociones; y también hay que saber de luces; dónde están parados los compañeros… En suma, ser al mismo tiempo un pequeño director pero no para competir con el director del espectáculo sino para sumar tu propia visión en lo que hacés. En suma, cualquiera puede actuar, porque de hecho actuamos todos todo el tiempo, pero un actor no es cualquiera”.

Cine y teatro: “En el cine tenés un director que es el que impone su mirada, a diferencia del teatro, y el actor no tiene esa continuidad en su personaje que es la que te ayuda a tener un orden interno. Ésa es una gran diferencia”. Su primera experiencia cinematográfica fue una película clave del cine nacional. Hacía sólo dos años que había terminado esa locura bestial que fue Malvinas cuando el cineasta Bebe Kamín se animó con el tema y estrenó Los chicos de la guerra.
   Gabriel llegó allí a través de un multitudinario casting al que se presentaron más de mil chicos. Finalmente, quedaron él y varios de los que, un años posteriores, serían personas relevantes dentro del mundo de la actuación nacional como Emilia Mazer, Mosquito Sancineto, Gustavo Bellati, Emilio Bardi.
    Recuerda muy gratamente que estuvieron muy cuidados para ese trabajo, ya que el reconocido actor y director Lizardo Laphitz estaba en el proyecto como entrenador actoral. “Incluso, participaron en la película combatientes reales. Muchos de ellos nos asesoraron. Pero fue bravo meternos en ese mundo, éramos muy jóvenes, y era muy doloroso todo lo que allí se contaba. Para mí, desde lo personal, fue un desafío increíble. Una de las grandes dificultades a las que tuve que enfrentarme como actor fue que tuve que comenzar a filmar por mi primera escena, que era la última de mi personaje en la película. Algo que en teatro nunca sucede. Encima mi personaje estaba loco, disparando un FAL.     Pero se ensayó bastante en esta peli con nosotros, los actores, algo que no pasa siempre en el cine. Así y todo, la diferencia con el teatro es muy grande. En cine, para actuar, necesitás una gran concentración porque estás muchas horas al pedo, y si en esos momentos libres te desconcentrás un poco ya fue, perdiste. Me acuerdo que para esa escena final, donde mi personaje está loco, usé un recurso totalmente físico, aguantaba la respiración antes de entrar y una vez que entraba a cuadro eso de contener la respiración durante un minuto o dos se notaba en mi cara, en mis ojos un poco perdidos. Ese recurso me sirvió, para esa escena, mucho. Por eso, en cine es muy importante saber dónde está la cámara. En cambio, en el teatro, el desafío está en lograr ese primer plano cinematográfico que tengo que lograr en el espectador pero sin la mediación de ningún artilugio técnico”.

Los yeites de laburo: “Muchos recursos actorales para trabajar los aprendí de viejos actores como Maurice Jouvet; Juan Carlos Puppo; Lautaro Murúa; Gogó Andreu; Virginia Lago; Juan Carlos Thorry; Aldo Barbero; Hugo Arana; mi vieja; tantos. Uno mira, los observa; eso, al menos, hacía yo. Y en aquellas formidables charlas de café o cenas que se daban en los setenta y en los ochenta después de trabajar, ya sea después de un ensayo o de una función, se producía un intercambio sensacional. Y así uno después en una determinada situación de laburo se acordaba y se decía, ¿y si pruebo aquello que me dijo aquel? Por eso, este espectáculo que estoy dirigiendo, Oh Sarah, es mi agradecimiento a todos aquellos que me transmitieron su pasión por el teatro a mí. Éste es mi homenaje. Y también que sirva para que mucha gente jovencita que no sabe quién fue la gran actríz Sarah Bernhard la conozca.”

Oh Sarah: Llegó a dirigir Oh Sarah a través del actor que la protagoniza, Juan Mako, que fue quien le arrimó la propuesta. Una vez que leyó el texto del autor uruguayo Ariel Mastandrea, no lo dudó. “ Porque de alguna forma es un lindo homenaje a mi madre, a mi padre, a mi abuela Alba Mujica, que también era actriz y la admiraba. Y, por supuesto, también este agradecimiento es extensivo a todos los actores. Pero tuvimos que encontrarle la vuelta al texto, no fue fácil porque no es un espectáculo naturalista, partiendo que, de entrada, al personaje femenino lo hace un actor. Si a los cinco minutos entraste, te convenció, ya está; te podrá gustar o no pero ya está, misión cumplida”.

El arte: “Aquí hay que terminar con esa cantinela del talento. Acá el único talento que tenemos es el de ponernos a laburar. Pero acá nos hicieron querer creer que el arte tal cosa y tal otra y arte quiere decir oficio. Pero aquí se lo puso al arte como algo máximo, de la alta sociedad, y a ver si se lo entiende de una puta vez: arte es oficio”.

La pasión: “Un actor de verdad es ése que a pesar de los malos momentos que puede llegar a pasar sigue y sigue y sigue; aún sabiendo que se va a cagar de hambre. No puede parar. Es esa pasión por lo que se hace. Y no hay negociación posible en el plano de la pasión. Por eso, la apuesta es siempre a lo grande: o se gana o se pierde pero nunca se sale a empatar. La pasión está en crecer, en aprender, no en gustarle a los demás, porque como actor no se trabaja para los demás porque si así fuera cómo hago después para mirarme al espejo. Esto yo lo aprendí de grandes actores. Hay una parte de Oh Sarah que dice algo en lo que creo muchísimo y es la frase: “… no te detengas nunca…” Eso es pasión. Y la pasión no tiene nada que ver con el hacer negocios, no se piensa en términos de resultados porque lo que te da placer te mantiene vivo; si te da plata mucho mejor, claro. Pero lo importante es el viaje y no la llegada. Bilardo decía: primero, se sale a ganar; y sólo después, a perder; porque uno en el afán de ganar se juega el todo por el todo y eso mismo te puede llevar a perder. Pero los que salen a empatar son como empleados públicos; están ahí por el sueldo, por el salario… Eso no sirve”

Saludo Final: ¿Sabés que me dijo una vez Miguel Ángel Solá? Un actor a quien, claro está, admiro muchísimo: “Sólo un actor es capaz de hacer un horrible trabajo porque va a apostar todo por eso, se juega todo por eso y ahí o se gana o se pierde, no cabe otra posibilidad”.

Marcelo Saltal

Revista El Abasto, n° 102, septiembre 2008

 
 


 

 

 

 

 

 

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