“Hacer
el mal de ojo”
La creencia
de que la mirada es capaz
de causar males terribles
a quienes son objeto de
ella no es privativa de
nuestro campo. El oejo,
también conocido
como aojo y ojeadura,
es una superstición
antiquísima mencionada
ya en la Biblia y que algunos
pueblos encarnan en determinados
personajes, como ocurre
en el jettatore
italiano o nuestro fúlmine.
Son muchos los que todavía
temen a los individuos que
suponen capaces de causar
ese influjo maléfico
con sólo mirar, en
particular a los niños.
Según ese mito, el
ojeo es provocado en la
mayoría de los casos
por envidia o por venganza
(la palabra envidiar del
latín invidere- significa
literalmente “mirar
con malignidad”).
¿En quiénes
se presume tal poder? En
los solitarios misteriosos,
en las ancianas con aspecto
de bruja, en los que padecen
alguna deformidad, como
los jorobados. Con el tiempo,
ese infundado terror se
ha ido disipando. Pero no
hace mucho los diarios informaron
de que en una aldea rumana,
un hombre fue condenado
por sus vecinos a vivir
con los ojos vendados para
impedirle así ejercer
sus felonías oftálmicas.
De Gabriel García
Márquez, famoso por
sus supersticiones, se sabe
que jamás quiso tocar
la pluma de pavo real que
le regaló un admirador.
La razón: los muchos
“ojos” que la
adornan y que, a pesar de
sus bellísimos matices,
serían capaces de
multiplicar el daño.
Héctor
Zimmerman
de Tres mil historias
de frases y palabras que
decimos a cada rato,
Editorial Aguilar, Buenos
Aires, 1999.
Revista
El Abasto, n° 102, septiembre
2008