Sobre
asimetrías rioplatenses
que se reflejan hasta en
el tango...
Tango:
¿invento argentino?
La
radio oficial argentina,
Radio Nacional, tiene como
cortina musical un tango
de la Guardia Nueva o novísima,
muy bien orquestado: el
mensaje resulta en que Argentina
es el tango o el tango es
argentino.
Esa equivalencia
es una constante, es decir
una política, aunque
en algunos casos ni siquiera
sea asumida conscientemente
y resulte apenas una adquisición
“cultural”.
Por ejemplo, cuando un presentador
o una presentadora de tango
inicia su exposición
distinguiendo entre tango
argentino, tango finlandés
y tango francés (es
obvio que se trata de una
simplificación, porque
hay tango ruso, polaco,
colombiano, japonés,
pero ése no es el
punto en este caso, sino
que, al mencionar en primer
término al tango
argentino, y pasar luego
al francés y al finlandés,
lo gran ausente resulta
lo que queda allende el
Plata…).
Un portal
uruguayo del tango, al azar,
habla de “la música
popular surgida en los arrabales
de Montevideo y Buenos Aires”.
Adivine el lector porteño
a qué música
se refiere.
En prensa
uruguaya podemos leer casi
siempre frases acerca de
“la música
popular rioplatense”.
Aunque usted no lo crea,
habla de tango. Resulta
difícil escuchar
en Uruguay la sonora falsedad
de “tango uruguayo”,
que no existe, aunque de
fuente confiable me han
dicho que están apareciendo
quienes sostienen semejante
chovinismo, como espejo
del que venimos criticando.
Habría que considerarlos
esquizos, por negación
tan flagrante de la realidad;
en este caso el volumen
porteño de tango.
Pero el caso inverso no
sería tan patente,
porque hay tanto, pero tanto
tango porteño que
cualquier argentino puede
imaginarse que el tango
es precisamente porteño,
o argentino, con algún
aporte de la “visita”
del otro lado del río,
como la de Matos Rodríguez,
la de Julio Sosa, la de
José Razzano…
Tanto
es así que la enciclopedia-e
wikipedia, hablando evidentemente
desde los tiempos del cambio
de siglo XX a XXI, nos dice:
del tango uruguayo que “es
una variación del
tango argentino, nativo
de Buenos Aires.”
Un buen ejemplo de que la
prédica de que el
tango es argentino ha calado
en la cultura más
o menos oficial, como Wikipedia
(que no será ciertamente
muy culta pero sí
muy extendida).
No soy
tangólogo, ni siquiera
fanático del tango,
pero me crié en una
ciudad, Montevideo, que
era de tango. Respiraba
tango. Cada día.
Bastaba recorrer el dial
para sentirlo. Y hoy también
podemos recorrer el dial
y darnos cuenta.
Por la
vereda de la casa de mi
infancia pasaba casi cada
día, muy enfundado
en su traje cruzado, pañuelo
al cuello y peinado a la
gomina, no sé si
hasta con polainas, Pintín
Castellanos, el autor de
la milonga más renombrada,
La puñalada. Y a
pocas cuadras yiraba tangueando
por la Facultad de Arquitectura
Horacio Ferrer, antes de
internacionalizarse con
Piazzola y Buenos Aires,
y ya cerca del Obelisco
paraba Ariel Martínez
un excelso bandoneonista
que se profesionalizó
en Río Cuarto, Córdoba…
y en mi parentela había
fanáticos de la púa
en cada domingo, en cada
encuentro familiar o de
paisanos gaitas cuyos hijos
eran ya flor de tangueros…
Y uno de mis compañeros
de banco en la escuela se
hizo director de orquesta
típica, Miguel Villasboas,
virtual embajador del tango
en todo el mundo. De niños,
nos encontramos más
de una vez en la costa,
pescando.
El Montevideo
de tango no ha sido circunstancial.
Si uno quiere respetar la
verdad histórica,
hay que remitirse a la frase
que ya transcribí,
“música popular
surgida en los arrabales
de Montevideo y Buenos Aires”.
El aporte montevideano al
tango es no solo innegable
sino considerable. No sólo
La Cumparsita o
la ya mencionada La
puñalada. El
primer tango tocado en París,
bien a principios del siglo
XX, La Morocha,
lo compuso un yorugua que
lo llevó allí
también; Enrique
Saborido. Hasta en la Universidad
tallaba el tango y no pienso
ahora en el entonces marginal
Ferrer, sino por ejemplo
en el decano de la Facultad
de Derecho, Juan Carlos
Patrón, autor de
tangos memorables (Murmullos).
El fruto
de la política de
adueñarse del tango
como propio se nota sobre
todo entre quienes nada
saben de tal música.
Pero el daño se produce
entre quienes aprenden “que
el tango es argentino”
y que “por lo aprendido”
reaccionan negativamente
si alguien procura aclararles
que eso que acaban de escuchar,
pongamos a Julio Sosa cantando
un tango de Contursi, por
ejemplo es rioplatense.
Nos referimos a los habitantes
comunes y corrientes pero
sensibles al tango que haya
en Amsterdam, Estocolmo,
Nueva York, Milán,
Bogotá o Lima.
En Buenos
Aires se conmemora el Mundial
del Tango. Parece ser su
sede.
Hay, asimismo
“Cumbres” del
Tango. Desconocemos las
“movidas” que
hayan llevado a actividades
planetarias paralelas, como
cumbres y mundiales. Por
su orden cronológico,
las “cumbres”
han sido en: Buenos Aires,
1992; Granada, 1995; Montevideo,
1996; Lisboa, 1998, Rosario,
2000; Sevilla, 2005; Valparaíso,
2007 y la proyectada cumbre
de 2009, en Bariloche. El
listado de las cumbres revelaría
cierto pluralismo.
Otro “detalle”:
cuando se llevó a
cabo la de Montevideo, hace
más de diez años,
la prensa argentina, al
menos la principal, no pasó
una sola noticia. Verifique
el lector ecuánime;
es instructivo…
En cambio, el Mundial del
Tango que recién
culminó en Buenos
Aires, tiene cobertura periodística
en Uruguay. Otra vez la
asimetría.
La política
de ninguneo a la orilla
montevideana o norte del
Plata no es nueva. No es
ni siquiera original. Parece
propia de toda relación
entre comunidades grandes
y chicas. Los suecos prefieren
tratar a los noruegos como
a hermanos menores y medios
tontos, aun cuando desde
hace unas décadas,
con el petróleo de
por medio, los noruegos
hayan pasado a ser los verdaderos
“números uno”
y no sólo de Escandinavia;
los ingleses suelen olvidar
que hay galeses o escoceses
en “su” Gran
Bretaña, al punto
que para el lenguaje común,
británico e inglés
son sinónimos. El
pobre belga Poirot es francés,
así como la noruega
Ullman es sueca…
Pero
por más frecuente
que sea semejante fenómeno,
no deja de ser significativo
de velados expansionismos:
un vendedor, asesorando
sobre telefonía y
la técnica del call-back,
explica a sus oyentes: “-Si
llamás de Miami a
Bahamas, por ejemplo, es
llamada interna de EE.UU.,
como si fuera una colonia,
como nosotros hacemos con
el nueve llamando a Uruguay.”
Inmediatamente surgen sonrisas
y risas cómplices.
Todos entienden.
Cuando a
algunos mexicanos gardelianos,
hace como diez años,
se les ocurriera erigir
una estatua en homenaje
a Gardel en el Distrito
Federal, tuvieron contacto
con un referente periodístico
de primera línea
porteña, Néstor
Ibarra, hoy fallecido. Pese
a la disputa sobre el lugar
de nacimiento de Gardel
(¿o tal vez a causa
de ello?), la entrevista
se ciñe a lo argentino
y mexicano. En ningún
momento surge, en la entrevista,
el carácter rioplatense
del tango. Rubrica Ibarra:
“[El tango] es
la música de Buenos
Aires, y por lo tanto la
música del país.”
Más allá de
la lastimosa inversión
en la relación entre
todo un país y su
capital, la verdad es que
con semejantes puntos de
partida, difícil
acceder a la noción
de que el tango tenga o
haya tenido algo que ver
con Montevideo.
Pero estos
desconocimientos despiertan
reacciones. Es inevitable.
Por lo menos de algunos
ninguneados.
Por eso,
no hay que extrañarse
que ante el bloqueo del
puente Fray Bentos-Puerto
Unzué se haya disparado
la bronca contra la “Hermana
Mayor”, que siempre
quiere serlo todo.
No
es el lugar para debatir
aquí -aunque en esta
columna lo hemos hecho permanentemente-
la terrible cuestión
de la contaminación
ambiental; sólo queríamos
dar otro ejemplo de esa
odiosa asimetría
entre sociedades de pequeñas
dimensiones y sociedades
de grandes dimensiones y
el abuso que tan fácilmente
al parecer se instala entre
ellas.
Luis
E. Sabini Fernández
[email protected]
Revista
El Abasto, n° 102, septiembre
2008