“La
palabra del pueblo, es la
palabra de Dios”
Hace mucho
tiempo escuché esta
frase dicha por alguien
que no recuerdo, pero expresada
con total convicción
y fe, como si se tratara
de una verdad esencial o
una revelación trascendental.
Esto
me hizo reflexionar mucho
tiempo porque me resistía
a aceptarlo y a la luz de
los acontecimientos ocurridos
a lo largo de la historia
convulsionada de la humanidad,
terminé por rechazar
contundentemente esta “verdad”
trucha. Acaso tiranos, dictadores
y opresores, desde Nerón
hasta el presente, ¿no
han contado con el apoyo
popular para detentar el
poder?
¿No
es la inmensa mayoría
la que consagra y proytecta
al tope de los ratings a
mediocres cantantes, falsos
ídolos, divas y animadores
de pacotilla?
¿No
es la inmensa mayoría
la que determina que una
obra literaria se convierta
en best seller, cuando no
pasa de ser una simple narración
sin mérito alguno
que la avale?
La
televisión con programas
como Gran Hermano ha descendido
a su más bajo nivel,
pero es visto por multitudes
de televidentes que con
su frívolo e irreflexivo
apoyo asegura su indefinida
continuidad.
¿No
tienen una infinita legión
de creyentes, diversos y
heterogéneos santones
y beatas? Mientras otros
fueron ascendidos a la categoría
de milagrosos, por decreto
popular, por el desgraciado
hecho de tener una muerte
inesperada en plena juventud.
Y
termino estas impresiones
con algo inconcebible e
inexplicable; ¿no
fue reelegido Menem, cuando
en el primer período
demostró claramente
todo de lo que era capaz?
P.C.
Revista El
Abasto, n° 103, octubre,
2008.