Primero
de Mayo
Plaza de Mayo, 1ero
de Mayo del 2007.
Más allá de
que el término trabajador
hoy esté tan difuso
reemplaado en parte por
el abarcativo y confuso
término "clase
media" y más
allá del macabro
intento por parte de algunos
(que dicen defender a los
trabajadores) que lo denominan
como "Del Trabajo"
el Primero de Mayo tiene
una historia inocultable
y es ella la que va a continuación.
Y a propósito: trabajadores
somos todos los que tenemos
-o tuvieron- que trabajar
para poder vivir: dependientes,
independientes, desocuipados
o jubilados. (Si alguien
me da una nítida
definción de clase
media con una connotación
común para todos,
yo, agradecido.)
Red.
Los
orígenes del Primero
de Mayo
La idea
de la celebración
del Primero de Mayo la tuvo
la Labor Union de Norteamérica
hacia el año 1884.
Un año después,
esta asociación acordó
celebrar una huelga general
el Primero de Mayo de 1886,
con el fin de alcanzar la
jornada laboral de ocho
horas. De este modo, los
obreros norteamericanos
recogían el testigo
de la lucha por la reducción
de la jornada que había
sido acogida ya en el Congreso
de la I Internacional en
Ginebra (Suiza) en el año
1866.
La celebración de
la huelga del Primero
de Mayo de 1886 en Estados
Unidos se saldó
con una represión
desmedida por parte de las
autoridades norteamericanas.
Solamente en la ciudad de
Chicago,
la huelga fue secundada
por nada menos que 50.000
obreros. Las autoridades
y la burguesía se
dieron en seguida cuenta
de que el asunto se les
escapaba de las manos. La
policía comenzó
a perseguir a los manifestantes
y a ametrallar a los obreros
durante las celebraciones
de los meetings. En protesta
por la represión,
los anarquistas consiguieron
reunir una concentración
de 15.000 personas en la
misma ciudad de Chicago.
Cuando los trabajadores
convocados ya comenzaban
a dispersarse, los policías
comenzaron a reprimir a
los concentrados una vez
más mediante los
medios más violentos
que tenían a su disposición.
En ese instante, un
artefacto explosionó
entre los policías.
Era la respuesta de algunos
de los manifestantes a una
represión brutal
y desmedida.
Hasta
ocho anarquistas fueron
detenidos por aquel incidente.
Casualmente se trataba de
algunos de los mejores oradores
y propagandistas que habían
participado en las huelgas.
Las detenciones
fueron totalmente arbitrarias,
y los juicios se caracterizaron
por una falta absoluta de
pruebas. A pesar
de ello, el jurado actuó
influido por el prejuicio
de que aquellos hombres
que eran juzgados eran anarquistas,
es decir, enemigos del estado,
y sin prueba alguna que
los relacionara con el artefacto
que había causado
la muerte de varios policías,
firmaron sentencia de muerte
para cinco de ellos y cadena
perpetua para los otros
tres. Un año después
de aquel acto que había
concentrado a 15.000 personas,
el día 11 de noviembre
de 1887, los anarquistas
condenados en aquella farsa
morían ejecutados
en la horca (uno de ellos
había muerto antes
de su ejecución optando
por quitarse la vida él
mismo).
Las
ejecuciones provocaron una
reacción de protesta
a nivel internacional.
Cuando años después
el caso fue nuevamente investigado
como consecuencia de la
reacción internacional
que se había desencadenado,
John A. Itgel, gobernador
de Illinois, llegó
a la conclusión de
que ninguna prueba había
sido presentada que demostrase
la culpabilidad de los ejecutados,
y que muy por el contrario,
la exhaustiva investigación
realizada en aquella ocasión
demostraba la inocencia
de todos ellos.
Desde
ese momento los ahorcados
como consecuencia de aquel
turbio incidente pasaron
a ser conocidos en todo
el mundo como los «mártires
de Chicago».
Todos
los primeros de mayo desde
entonces serían recordados
por los anarquistas, y por
todos los obreros en general
para conmemorar a los seis
mártires que habían
sido ajusticiados víctimas
de los prejuicios y de la
represión policial.
El
Primero de Mayo pronto se
convertiría en un
día reivindicativo,
el día de los mártires
de Chicago, en el que todos
los obreros aprovecharían
para reivindicar su mayor
pretensión del momento,
la reducción
de la jornada laboral a
ocho horas -la
jornada laboral oscilaba
en esa época entre
las 10 y las 16 horas-.
El motivo no era simplemente
la mera reducción
de jornada, que algunos
obreros deseaban, no tanto
por tener una vida más
ociosa -no se puede transponer
el concepto de ocio actual
para hablar de aquella época-
como para poder disponer
de más tiempo para
cultivarse como seres humanos
-deseo de los militantes
anarquistas de la época-,
sino además conseguir
que con la reducción
de jornada se consiguiese
emplear a los miles de parados
que se morían en
la miseria. Los anarquistas,
para lograr esta reducción,
repudiaban los métodos
legalistas que pretendían
emplear los socialistas.
La reducción tenía
que ser fruto de la agitación
revolucionaria y no de la
intervención legislativa,
así mismo lo habían
comprendido los obreros
norteamericanos que habían
emprendido las luchas del
Primero de Mayo.
Los
anarquistas abogaban por
esa reducción, serían
incluso sus máximos
valederos, pero para ellos
el Primero de Mayo no consistía
únicamente en esa
reivindicación, el
Primero de Mayo era ante
todo un día de conmemoración,
y más que una fiesta,
era una jornada para aplicar
la llamada huelga
general revolucionaria,
tal y como el congreso antiautoritario
de Saint-Imier había
decretado, que estaba destinada
a ser el instrumento que
le sirviera al proletariado
para acabar con esa sociedad
capitalista que tanto detestaban,
que los esclavizaba, y que
se manchaba las manos de
sangre, como en Chicago,
cuando los obreros pretendían
hacer oír sus voces.
Miguel A. Badal
Extraido (y recortados)
de "Humanismo y Acracia".
Órgano de expresión
humanista y libertario
www.red-libertaria.net
Bs. As. 2/5-2007