Yelmo
Hoy esta
central de servicios está
a nombre de Martín
y Ariel Fernández.
Padre e hijo. Martín
nos cuenta: “la historia
de Yelmo es muy interesante,
porque a partir de los sesenta
es una de las pocas empresas
que realmente era de capitales
íntegramente nacionales.
Después se expandió,
compró una planta
en San Justo, siete manzanas,
de las cuales dos y media
era una fábrica que
en un principio había
sido textil. Ahí
Yelmo montó una gran
empresa, con posibilidades
de exportación, donde
llegamos a trabajar mil
setecientas (1700) personas.
Fabricando de 65.000 a 70.000
productos mensuales. Con
Martínez de Hoz,
la tablita y las importaciones
hubo problemas financieros,
bajó la cantidad
de personal, a mil, a seiscientos,
a cuatrocientos pero se
conservaba la planta. Pero
endeudándose, con
intereses prohibitivos,
aunque no tan terribles
como los de estos últimos
años. Decreciendo
y decreciendo llegó
a un terreno de preliquidación
y se asoció con Ultracomb.
En aquellos momentos al
servicio se le daba una
importancia muy grande y
es con lo que seguimos hoy
nosotros, con Jorge y Roberto
colaboradores desde hace
unos treinta años.
Y es que el servicio es
tan importante como la venta.
Llegamos a tener diecisiete
servicios directos con responsabilidad
y hechos por la empresa,
en Capital y Gran BsAs.
Con dos o tres personas
en cada local. Jorge fue
jefe y yo fui gerente de
servicios durante mucho
tiempo. Con la importación,
empezaron a descentralizar
y yo me encargué
de venderle las diecisiete
sucursales a los propios
empleados para realizar
pequeños negocios
y una de ellas, me tocó
a mí. Hace dieciséis
años que nos independizamos
y hace tres o cuatro años
nos tuvimos que achicar
un poco, por la situación
nos mudamos una cuadra.
Todo dio tanta vuelta que
hoy nuevamente las reparaciones
vuelven a tener preponderancia.”
Y remata con algo de esperanza:
“ahora Yelmo con Ultracomb
y Elecropuntana están
fabricando en San Luis,
obviamente con poca gente
pero con esperanzas de expandirse”.
R.S.
La planta de San Justo.
Revista El Abasto, n°
39, octubre 2002.