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Resistiendo a los alimentos transgénicos

El último día de junio tuvo lugar en Buenos Aires el encuentro de la Red por una América Latina Libre de Transgénicos (REDALLT) que procura ser una coordinadora de distintas agrupaciones o redes de resistencia de los países centro- y sudamericanos a la invasión transgénica proveniente de EE.UU.
     Por su vastedad geográfica y escasez de medios, los encuentros así cara a cara, son escasos. Así que en por lo menos tres años de vida que tiene la red apenas han tenido un par de encuentros plenarios; el trabajo cotidiano pasa mucho más por la red-e.
    Una de las fundadoras de la red, la bióloga ecuatoriana Elisabeth Bravo, presentó un estado de situación, luego completado por enviados de Brasil, Colombia, Nicaragua, Uruguay y de los agrupamientos embarcados en el tema que existen en Argentina. La propia enumeración de las representaciones habla a las claras de la debilidad que tiene que sobrellevar.
    Así y todo, los esfuerzos para enfrentar la espinosa cuestión de los alimentos transgénicos avanza.
     Aquí resumimos la presentación del estado de situación de la cuestión en la región.
     A la importancia que América del Sur tiene en su biodiversidad climática, biológica y cultural –a lo cual deberíamos agregar que es el único subcontinente habitado con abundancia de agua– se superpone el hecho de que la producción de alimentos transgénicos también ocupa un lugar importante, el segundo del mundo entero. La inmensa mayoría, el 90% de esa producción por lo menos, le corresponde a Argentina (segundo productor mundial de OGMs, precedida únicamente por EE.UU.).
    En una oleaginosa en particular, la soja (que abarca el 75% aprox. de todos los alimentos transgénicos del mundo), tres países, EE.UU., Brasil y Argentina, con tres tercios aproximadamente de mayor a menor en el orden señalado, totalizan bastante más del 90% del comercio mundial de soja. Si juntamos los datos precedentes, Brasil resulta el único gran exportador sojero donde la soja transgénica no es mayoritaria (como en EE.UU.) o exclusiva (como en Argentina). En rigor, en Brasil, por la resistencia presentada por organizaciones de consumidores, por ambientalistas y por algunos investigadores y técnicos enfrentados críticamente con un desarrollo galopante y comercializado de la ingeniería genética, se pudo impedir judicialmente el avance de los alimentos transgénicos. Sin embargo, la tarea de zapa de Monsanto y otras empresas del área mal llamada biotecnológica, que fomentó el contrabando desde Argentina a Brasil, vía Misiones a Rio Grande do Sul, logró una implantación de facto de soja transgénica, bien recibida por productores agrarios que ven con la nueva técnica un aumento de rentabilidad sin entender que esa “dulzura” pertenece a una primera etapa de captación de “conversos”, que una vez ingresados a la dependencia de los “paquetes tecnológicos” no sólo no van a retener la rentabilidad acrecentada sino que van camino de una dependencia como jamás soñaron.
     Bien: Brasil constituye un obstáculo a la implantación plena de OGMs porque permanece como “ente testigo” y “compra opcional” para quienes desconfían de los OGMs y son, somos, muchísimos.
La estrategia actual de laboratorios como Monsanto es “voltear a Brasil”, resumió Bravo.
     Bravo definió tres facetas de la penetración de organismos genéticamente modificados (OGMs) en América Latina.
   1) la expansión de alimentos transgénicos, donde la soja ocupa un lugar clave y en particular es argentina. Es sobre todo frente a esta problemática que surgió la REDALLT.
   2) Aclaró que hay otra expansión aún mayor en América del Sur: el algodón GM. Que no es alimento, pero que tiene las mismas características socio-ambientales: monoculturización, empobrecimiento de la biodiversidad castigada por plantaciones cada vez mayores; formación de malezas resistentes mediante cruzamientos totalmente fuera de control: intoxicación de quienes lo trabajan por el incremento del uso de agrotóxicos, etcétera.
   3) El mayor impacto que sufre América Latina, es de los alimentos transgénicos, pero no propios sino los provenientes de “la ayuda alimentaria”. EE.UU. envía permanentemente alimentos subsidiados a países como los centroamericanos o del norte sudamericano; estos productos subsidiados, trigo, maíz, soja aplastan los precios de la producción local que al no estar subsidiada no puede soportar la competencia, la producción local de tales alimentos colapsa y EE.UU. logra con lo que llama “ayuda alimentaria” crear una dependencia. Así EE.UU. exporta hoy maíz a México, Colombia y Venezuela, tres países que eran hasta hace pocos años exportadores o autosuficientes en maíz. Y bien: estos productos, modelo “Caballo de Troya”, son en el caso del maíz y la soja, transgénicos.
En Colombia se ha verificado que el 90% de la llamada “ayuda alimentaria” es transgénica. Pero organizaciones de consumidores estadounidenses sostienen que jamás han podido verificar tal porcentaje en el caso de la comida doméstica. Con lo cual, se impone una conclusión: se segrega especialmente para “exportar”. Se exporta segregación.
    Como se ve, hemos hablado de países que no producen alimentos transgénicos, como Argentina. Aquí no necesitamos que EE.UU. aplique esas políticas. Ya aplicaron otras, para implantar la producción. Ahora, en la misma Argentina hay quienes le enchufan la soja transgénica a los argentinos cada vez más desocupados, hambreados, marginados. La “ayuda alimentaria” con todos sus efectos de dependencia, destrucción del trabajo local, se hace de entrecasa.

Luis E. Sabini Fernández

Revista El Abasto, n° 47, julio 2003.

 
 

 

 

 

 

 

 

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