Ecología,
política con el nuevo
gobierno: alimentos y soberanía...
ajena
¿Se
viene algo distinto u otra
vez sopa?
Mientras
escribo estas líneas,
la realidad mediática
de la capital federal, pasa
por los comicios pendientes,
el balotaje que definirá
el gobierno de esta peculiar
provincia argentina, que
ha metamorfoseado su nombre
de ”municipio”
a ”ciudad”.
Pese
a la autonomía conseguida,
”los cien barrios
porteños” siguen
dependiendo de un marco
socioeconómico mayor
que es todo el país
del cual constituyen la
capital. Y vamos a ver cómo
incluso ese marco de decisiones
tampoco es autosuficiente.
Y que finalmente, nuestra
vida cotidiana tiene mucho
que ver con decisiones ajenas,
bien ajenas.
Tomemos
la alimentación y
dentro de ella, la producción
y el consumo de los alimentos
transgénicos, que
hemos seguido con cierto
detenimiento.
Durante
el menemato, los alimentos
transgénicos hicieron
su entrada callada y triunfal.
Callada, porque a diferencia
de casi todo ”adelanto
tecnológico”
generalmente muy publicitado,
éste se hizo ”a
la chita callando”.
Triunfal, porque se expandió
y se impuso con un alcance
tal que en muy pocos años
ya se cultivaban millones
de hectáreas de ”organismos
genéticamente modificados”
(OGMs).
El
país inerme, desregulado,
privado de toda capacidad
para tomar decisiones por
sí mismo, se adaptó
a requerimientos que provenían
del Ministerio de Agricultura
de EE. UU. y de un laboratorio
(adivine el lector de qué
origen; ¡también
estadounidense!) que es
el principal productor planetario
de semillas transgénicas
(OGMs). (Tan principal es
que cubre por lo menos un
80% de tal producción
en el mundo entero...).
Lo
que sus promotores llaman
últimamente ”revolución
biotecnológica”
* no es sin embargo, la
primera vez que fuerzas
ajenas a las del país,
configuran su destino. Durante
la última dictadura
militar, el campo tuvo también
”progresos”
de la mano de aportes tecnológicos
ajenos. En realidad, la
historia del país,
como de todo país
de origen colonial, es la
de una adaptación
de las condiciones de producción
internas, a necesidades,
intereses o exigencias metropolitanas.
Al punto que, bien podríamos
definir una relación
de dependencia como la que
configura la estructura
económica del país
colonizado atendiendo los
consejos o las disposiciones
del colonizador.
El
diseño del campo
argentino que se llevó
a cabo durante el menemato,
diezmando a la población
rural, satelizando la agropecuaria
nacional a la de EE.UU.
(principal productor de
alimentos transgénicos
en el mundo entero), fue
celosamente continuado por
la Alianza de de la Rúa.
Y, otra vez, por el interinato
de Duhalde, quien apenas
diez u once días
antes de transferir la banda
presidencial llegó
a suscribir junto con EE.UU.
y Egipto una demanda ante
la OMC contra la Unión
Europea, que acababa de
resolver el etiquetado de
los OGMs. Está claro
que temen que ante alimentos
transgénicos etiquetados
muchos compradores se replieguen
y acaben no comprándolos.
Pero
si podemos reconocer una
clara continuidad de de
la Rúa respecto de
Menem, y en el caso de Duhalde,
una borrosa transición,
la nueva presidencia ha
”deslumbrado”
a muchos con un estilo francamente
diferente. Más frontal,
más sincero, repudiando
lo que hay que repudiar
en tantos casos, como los
de las fabulosas ganancias
de las empresas privatizadas
tan lloronas, o algunas
cúpulas a quienes
el calificativo de corruptas
les queda estrecho...
La
calidad de ”gobierno
distinto”, de las
fuerzas que de modo más
o menos oculto han gobernado
(y despojado) a este país
durante tantos años,
debería mostrarse
también en la actividad
agropecuaria, ¿no
es así? Y bien: más
vale que el lector se siente
para esperar esto, todo
indica que no va a haber
el más insignificante
cambio. O mejor dicho, que
gatopardianamente habrá
algunos... para que todo
siga igual.
Las
declaraciones del canciller,
que parece saber tanto de
agricultura como el que
escribe de numismática,
fueron del tono: ’los
transgénicos son
los alimentos más
seguros que existen, si
hace ya seis o siete años
que se come soja y no se
murió nadie’...
Las del secretario de Agricultura
fueron algo más sensatas,
porque atisba los inconvenientes
de la ”sojización”
en marcha, pero con afán
por ”no sacar los
pies del plato” se
apresuró a completar:
que la soja había
resultado enormemente beneficiosa.
Le faltó decir para
quién; si para el
desalojado rural o para
el monoproductor sojero.
El monoproductor
sojero replicará:
¡para el país,
que recibe dólares
por nuestras exportaciones!
Pero la pregunta sigue en
pie: el país recibe
dólares con los que
prolonga un sistema paralizante,
para paliar con planes Trabajar
(que son para no trabajar)
un estado generalizado de
desocupación (para
unos) y de sobre-ocupación
(para otros) que en rigor
es de sobre-explotación...
Y uno se pregunta
cuánto mejor podría
ser recibir menos dólares
que mantienen un sistema
expulsor de mano de obra,
de indignidad e indigencia
en expansión, y encarar
uno con trabajo y mejores
alimentos para todos, aunque
el país recibiera
menos dólares. Pero
allí sí sabemos
quiénes van a poner
el grito en el cielo: los
que ahora perciben ganancias
multi-millonarias (de afuera
y de adentro del país).
Todo
lleva a pensar que el sistema
agroindustrial de exportación
de tipo colonial (altamente
tecnificado, eso sí)
que fabrica desocupados
y dependientes y que roba
el suelo argentino, seguirá
adelante con la presidencia
K.
Y
uno, entonces, puede preguntarse:
si esto está pasando
en un aspecto tan importante
como la comida de cada día,
¿por dónde
vendrá alguna superación
de un sistema de vida, que
es cada vez menos de vida
y más de muerte,
de empobrecimiento, de contaminación
ambiental, de deterioro
de los suelos (de los mejores
del planeta)? ¿O
alguien pretende que nos
resignemos al hambre generalizada,
a la pésima comida
y a la implantación
de dos comidas, una para
pobres, otra para ricos?
Como nos dijera un secretario
de la Sociedad Rural: ’–Claro
que a nuestros asociados
les interesa la agricultura
orgánica. ¡Nuestros
productores de alimentos
transgénicos se alimentan
con orgánicos!’
Luis
E. Sabini Fernández
* Advirtiendo la carga
de desconfianza que despertaba
el término ”ingeniería
genética”,
sus propulsores han elegido
uno mucho más elegante,
aunque conceptualmente inexacto:
si bien toda ingeniería
genética es biotecnología,
no toda biotecnología
es ingeniería genética.
La elaboración de
pan, de queso, de vino,
entre los mejores alimentos
que la humanidad conoce,
se cumple desde hace milenios
mediante biotecnologías
(fermentación por
ejemplo), pero ¡quién
podría decir que
se hace mediante ingeniería
genética!
Revista El Abasto, n°
49, septiembre 2003.