El tema
de la contínua creación
de basura podría
resolverse, en parte, de
modo sencillo y eficiente.
Desechos
sólidos domiciliarios...
¡ah, la basura!...¿?
Que
se empiece a hablar de la
basura, de su recolección
y destino, ya es bueno.
Porque se empieza a sentir
que producir alegremente
basura no es ni saludable
ni tan normal como nos habíamos
imaginado, sin pensarlo.
Una licitación a
comienzos de 2003 naufragó
porque el aparato administrativo
de la capital mantuvo viejas
pautas de licitación
y convocatoria que lidiaban
con la situación
actual (véase El
Abasto no 45) y colisionaba
hasta con otras resoluciones
del gobierno “de la
ciudad” como el reconocimiento
de la actividad de los “recuperadores”
(antes cartoneros, antes
cirujas, antes...) por la
resolución firmada
por el reelecto Ibarra en
diciembre de 2002.
Se estrechan los tiempos
para una nueva licitación.
La participación
ciudadana estipulada (el
régimen de “audiencia
pública” donde
justamente se denunció
la licitación finalmente
suspendida) ya está
agotada. La burocracia legislativa
arguye que “el pueblo”
ya tuvo su instancia (y
se quejó) y que ahora
hay que proceder a hacer
la licitación, porque,
si hicieran otra audiencia
pública, sería
el cuento de nunca acabar.
Sin embargo, también
reconocen que han recogido
las críticas de la
audiencia habida.
En rigor, habría
que decir que se trata de
una nueva licitación.
Y en ese caso, tendría
que tener el mismo control
ciudadano que la fallida
anterior. Pero la legalidad
tiene bracitos cortos cuando
de consultar con los verdaderos
afectados se trata.
Y ahora sólo parece
que cabe esperar que nuestros
programadores (que no son
ni siquiera los elegidos
por la población,
al menos en su totalidad,
porque muchos, la mayor
parte son técnicos
contratados sí por
“el poder político”)
acierten a recoger los planteos
de reconocimiento a los
legalizados recuperadores,
les otorguen el histórico
papel que con su esforzada
labor diaria han asumido
(que lo hayan hecho por
necesidad y no por vocación
habla únicamente
de los resortes inasibles,
involuntarios, que se tejen
en la sociedad).
Porque mientras las empresas
durante décadas se
limitaron a depositar la
basura en kilométricos
zanjones en las afueras
del GBA, los recuperadores
han hecho eso; recuperar
el valor de lo que con tanto
desprecio (hacia la sociedad
y el planeta) se arrojaba.
Las empresas hicieron “la
suya” (y algunos empresarios
procuran seguir haciéndolo)
gracias a un pervertido
mecanismo: convertir la
basura en mercancía
y cobrar por recogerla,
transportarla, depositarla.
¡No quieren achicarla,
quieren agrandarla!
Las empresas, tanto públicas
como privadas fueron dañando
el suelo de manera inicialmente
imperceptible. El CEAMSE
inició su fatídica
tarea en mala hora, en 1976
o 1977, justo en el momento
en que equipos de profesionales
armados se dedicaban a hacer
desaparecer subversivos,
gremialistas, molestosos
y uno bien podría
preguntarse si no se habrán
valido de los zanjones entonces
para las mentadas desapariciones
que tanto festejaban Videla
y compañía.
Es cierto que con los zanjones
irónica, perversamente
llamados “cinturón
ecológico”,
la administración
comunal puso fin a otra
“solución”
que resultaba más
contaminante todavía
que el entierro; la quema.
Pero así y todo,
la primera pregunta queda
en pie. Porque a los titulares
de la dictadura no se les
puede negar genio pragmático.
Ahora vemos que las décadas
no han pasado en vano. El
cinturón de basura
enterrada es todo menos
ecológico. Las barriadas
por donde se extiende empiezan
a sentir sus efectos. Por
ahora se percibe la contaminación
sobre todo aérea.
Pero de la del lixiviado,
de los líquidos que
escurren o van a escurrir,
todavía sabemos poco
y nada. También en
este caso, estamos parados
sobre bombas de tiempo.
Los vecinos de Wilde, Bernal,
por ejemplo, lo atestiguan:
el “cinturón
ecológico”
trae enfermedad y muerte.
Pero los recuperadores están,
lenta, trabajosamente, organizándose.
Ante la resistencia sorda
de muchos y el asedio de
algunas policías.
Y en varios barrios, empiezan
a mostrar lo que hacen y
hay vecindarios que responden
con lo más importante:
un principio, un esbozo
de clasificación
de desechos. Tarea tan importante
como difícil. Algunas
asambleas autoconvocadas,
de las paridas por la Argentina
de diciembre de 2001 están
ayudando. Y algunos ”audaces”
están planteando
hasta recuperar la materia
orgánica de los hogares
(y jardines) porteños.
No es poca cosa.
Con la devaluación,
todo el mundo sabe que los
insumos importados se han
triplicado. Y los agroquímicos
tienen muchísimos
ingredientes importados
(porque es del interés
de las transnacionales que
los comercian que no se
abaraten para obtener mayor
rentabilidad). El país
estropeó alegremente
miles de toneladas de materia
orgánica, extraída
como alimento de los suelos
argentinos. Para que éstos
siguieran brindando sus
frutos, se reponían
nutrientes químicos.
Esto tiene varios aspectos,
negativos: los nutrientes
químicos suelen tener
efectos colaterales indeseables
(para el ambiente y para
la salud de quien los ingiere
y ¡no digamos para
quien los manipula!). Pero
ahora, además, son
caros.
El GBA acumulaba en el 2000
la friolera de doce mil
toneladas diarias de desechos
sólidos. Se estima
que el 50% es orgánico.
Aunque tanto el monto como
el porcentaje hayan bajado,
estamos hablando de miles
de toneladas diarias de
material compostable (el
kompost, que convierte los
restos alimentarios en tierra
de la mejor tarda menos
de un año en hacerse).
Y bien: a la ciudad se le
ofrece la posibilidad de
empezar a concretar, tentativa,
parcialmente, un proyecto
de recuperación de
materia orgánica
de los residuos domiciliarios.
Para el enriquecimiento
de los empobrecidos suelos
de la pampa cercana.
Los que deciden, ¿tendrán
oído? Y la gente,
¿ganas?
Luis
E. Sabini Fernández
(Véase sobre el
tema los ejemplares de El
Abasto: 1, 17, 21,
29, 39 y el citado 45)
Revista El Abasto, n°
50, octubre 2003.