Soja, Feriagro, guita,
mucha guita
La realidad
siempre es compleja y todas
sus manifestaciones tienden
a reforzarse a sí
mismas.
¿Suena abstracto
o difícil? Es sin
embargo apenas una confirmación
de un viejo adagio estoico
retomado por la ecología
en el siglo XX según
el cual “todo repercute
en todo”, todo incide
en todo y en particular
en sí mismo.
La monoculturización
del campo argentino a manos
de la soja a su vez tiende
a reforzarse a sí
misma. Para afianzarse,
para extender su dominio.
Cuando decimos “de
la soja” nos referimos,
claro está, a sus
promotores, titulares y
beneficiarios: los reguladores
de la agricultura y los
alimentos de EE.UU., empresas
como Novartis o Monsanto
que pivotean estos “desarrollos”,
los productores rurales
que reciben una parte de
la tajada en juego.
En rigor, tendríamos
que hablar de los industrializadores
del campo, de los que quieren
llevar el universo fabril
al campo: fabricar granos
o verduras como si fueran
tornillos o ladrillos, o
incluso el minero; extraer,
usando a la tierra como
mero asiento gravitatorio,
granos y frutos. Los que
se enriquecen empobreciendo
a los pobres.
Por esa tendencia hacia
“sí mismo”
(que algunos más
despectivamente califican
de “autobombo”),
el clan sojero o agroindustrial
argentino, o mejor dicho
estadounidense-argentino,
ha implantado desde el año
pasado esos megaencuentros
denominados Feriagro. Este
año en el km 116
de la ruta 9, entre Baradero
y San Pedro. Decenas de
manzanas cuadriculadamente
dispuestas por calles como
la de la Biotecnología,
la de la Siembra Directa
y símbolos ad usum,
que en cuatro días
de exhibición atrajo
a decenas de miles de visitantes
diarios. Por las dimensiones
del lugar, se trataba de
visitas de todo el día,
intercaladas con descansos,
comidas, entretenimientos.
Tan importante es el clan
de los industrializadores
del campo que hasta el presidente
Kirchner les hizo una visita.
“Hay su dificultad”,
como dice Bartolomé
Hidalgo en su inolvidable
milonga (“La ley es
tela de araña”),
y es todo el dinero que
la soja le está dejando
a sus cultivadores y por
extensión al gobierno
(es lo que procuramos explicar
en El Abasto, no 53, de
enero bajo el nombre de
“Dilema argentino”).
Eso no se suele decir claramente.
No se dice que por la plata
baila el mono, por lo menos
no lo dice el mono. Sin
embargo, a veces el descaro,
la nitidez de los hechos
o la desvergüenza desvela
razones generalmente escamoteadas.
En el primer día
del otoño se publicó
una entrevista al subsecretario
agropecuario del país,
Claudio Sabsay (Cash, Página
12). Pese a observaciones
certeras o críticas
del periodista (Raúl
Dellatorre), el entrevistado
se empeña en pensar
positivamente. Así,
ante la pregunta sobre si
el avance de la soja nos
lleva al monocultivo y sus
riesgos (una impresión
corroborada por los números
y que muestra la encerrona
del país), Sabsay
replica: “[...] hay
que invertir los términos
y plantearlo desde los beneficios
que trajo este proceso.
Fíjese en una situación
de emergencia del país
los ingresos que implicó
para el fisco poder cobrar
retenciones sobre un cultivo
que estaba rindiendo tanto.”
Más clarito... la
soja es buena porque trae
guita. Ninguna otra consideración.
Habría que preguntarle
a Sabsay que opinaría
si por ejemplo la esposa
de un fulano, Julio Argentino
Patria, empieza a traer
guita a raudales a la casa
porque con las siliconas
que se puso ha quedado tan
“último modelo”
que arrasa con los chabones
que salen a pescar el amor
en autos a la noche... y
prostituyéndose retiene
un montón de guita
para sí y para don
Julio...
Habría que preguntarle
a Sabsay, claro, si no llega
a ser uno de los de los
autos noctámbulos,
o preguntarle si se tratara
de su mujer...
Como todos van descubriendo
que la soja tiene pies de
barro, hasta los laboratorios
dedicados a la soja transgénica
están amartillando
un nuevo “evento”,
un nuevo “artículo
de venta”; el maíz
RR (un maíz transgénico
con las mismas propie-dades
que la soja ídem).
Sabsay ansía su aprobación
porque “puede ser
un muy buen negocio”.
Sabsay se nos ha convertido
en el rey Midas. Todo es
oro. No sabe, por lo visto,
cómo terminó
el angurriento de Midas...
Pero Sabsay no juega solo.
Lo que el subsecretario
dice o cree es lo que el
gobierno ídem. Recomiendo,
casi como penitencia, releer
el “Dilema...”
Con estos administradores,
nos aguarda, no sabemos
si “lo peor”,
pero algo nada bueno...
Luis E. Sabini Fernández
Revista El Abasto, n°
55, abril 2004.