Felipe
Koffman, colaborador
espontáneo...
La macanuda
vida del señor K
¿Cuándo
y dónde comenzó
su historia?
“Nací en Bernasconi
un pueblo de la pampa seca,
allá por el 1900
y tantos que cada uno le
ponga la cifra que falta
a su gusto.” Así
comienza a relatar su vida
Felipe Koffman, un vecino
conocido y querido (constante
colaborador de la revista)
en el barrio de Almagro
y que, para mí, es
como ese personaje de leyenda,
que habita en algunos lugares
y que, según la creencia
popular, hace travesuras
y gauchadas y que se lo
conoce como ´duende´.
“En Bernasconi estuve
hasta los siete años,
allí planté
un árbol en la escuela.
De esa época recuerdo
que mi madre se sintió
enferma y mi hermano mayor
la llevó al consultorio
del doctor José Ingenieros,
que la atendió solícitamente
y no le cobró la
visita. La pobreza se sentía
por la sequía y las
langostas que barrían
con la cosecha. Tuvimos
que emigrar. Con siete hijos
y una esperanza, mis padres
vienen a Buenos Aires, nos
establecimos en este barrio
y, desde entonces, estoy
aquí. Trabajé
de muy chico, empecé
en una panadería,
hacía de todo. A
mí me gustaba jugar,
ver pasar el tramway y armar
fogatas para San Juan y
el estudio no me entraba
pero terminé la primaria
e ingresé a la Escuela
de Bellas Artes ´Prilidiano
Pueyrredón´.
Mis maestros fueron Spilimbergo,
Ripamonti, Collivadino y
Larco, entre otros.
"El
dibujo, el violín
y escribir eran mis berretines.
Me casé a los 28
años con Fanny, mi
compañera de toda
la vida. Cambié de
trabajo y entré en
una broncería, después
pasé a una acreditada
casa de música como
jefe de depósito
y expedición. Pero
yo siempre tuve en la cabeza
ansias y anhelos de libertad,
no quería que nadie
me mandara ni tener que
dar explicaciones a nadie.
Por eso me establecí,
en Cerrito y Arenales, una
esquina formidable, y empecé
a diseñar y fabricar
lámparas artísticas
que vendía en el
local y que después
me pedían de los
cuatro puntos cardinales
del país. Algunos
de mis clientes eran famosos:
Daniel Tinayre, Ana María
Campoy y Antonio Prieto.
Gané mucha plata
y me di algunos gustos.
Viajé con la familia
a Europa y a Israel, Japón,
Tailandia, Singapur y África.
La escritura se me convirtió
en una necesidad. Es el
medio que utilizo para expresarme
y lo hago compulsivamente,
con apremio, a veces me
despierto a las dos o a
las tres de la madrugada,
escribo como poseído
por algún espíritu
juguetón y despierto
a mi mujer para leerle lo
que se me acaba de ocurrir.
Pienso que en el aire existen
partículas que se
meten adentro de uno y que
inspiran. Tengo escrito
mucho y mi señora
me dijo que cuando yo me
vaya a otro planeta, como
el Principito, ella podrá
obtener bastante dinero
vendiendo todo como papel
para reciclar. Siempre fui
muy curioso y me atraía
todo lo relacionado con
el ser humano y sus enigmas,
por eso estudié grafología
y quiromancia. Nunca me
dejé llevar por ningún
fanatismo y creo que la
mejor religión consiste
en saber escuchar a la conciencia
y hacer el bien al semejante.
Conservo y atesoro intactos
algunos recuerdos. Vi a
Gardel en el cine Soleil,
cuando apareció en
el escenario alguien desde
la galería le gritó
´Carlitos está
noche sos nuestro´,
El Morocho cantó
´Silencio´ y
los presentes le brindaron
una impresionante ovación.
A Troilo lo veía
seguido, muy engominado
y muy jovencito, cuando
venía al barrio para
visitar a Zita, su novia,
que vivía en la esquina.
Delfor Cabrero fue campeón
olímpico de la maratón
de Londres, también
tenía la novia en
el barrio. Pedrito Quartucci
organizaba kermesses en
la parroquia de Perón
al 3300, mucho antes de
ser actor y protagonizar
aquel éxito de la
televisión que fue
“La Familia Falcón”.
Con don Osvaldo Pugliese
solía intercambiar
algún comentario
cuando nos cruzábamos
en la calle, gran artista
y mejor persona. Nunca entendí
eso de evocar a los próceres
en el día de su muerte,
es un absurdo, una paradoja,
ya que terminamos festejando
su fallecimiento.
En el camino dejé
a mis padres y a mis hermanos
y aún los extraño.
Pero es la vida... ¿Por
qué pasarán
tan pronto los años
de nuestra infancia? Cuando
estoy nostálgico
me pongo a mirar las manchas
de humedad o las nubes y
descubro en ellas formas
y personajes fantásticos
que después dibujo.
He cumplido con el rito:
tengo un hijo, he plantado
un árbol y escribí
un libro.”
En
su mirada centellea la chispa
que poseen los duendes protectores
que tienen la capacidad
y el talento de hacer más
grata la existencia.
Pablo
Ciliberti
Revista El Abasto
n° 57, junio 2004.