Banderín
solferino
El marcador
de punta tiró un
centro bombeado sobre el
área rival; el 9
la bajó de cabeza
y el 32 que entraba a la
carrera la empalmó
de zurda y la clavó
en un ángulo. Golazo.
Era el gol en el último
minuto- que salvaba del
descenso al Deportivo Atlético.
Delirio en las tribunas,
en los jugadores; lágrimas,
abrazos, emoción.
Lástima que el señor
Juan Petaca Pérez,
banderín solferino,
tenía el brazo en
alto y no lo bajaba por
nada del mundo.
- ¿Qué viste,
Petaca? le preguntó
el referí.
- El 9 la bajó con
la mano, informó
Petaca.
- ¿Seguro?
- Segurísimo.
Gol anulado. El Deportivo
perdió la categoría.
Se fue a la B y después
a la C. Tuvieron que pasar
22 años para que
volviera a Primera. Fueron
años duros, durísimos.
Casi le rematan la sede,
la cancha, las ganas y el
orgullo. Pero ahí
estaba el Deportivo Atlético;
otra vez con los grandes,
sacando pecho y poniendo
lo que había que
poner.
Y ahí estaba también
Juan Petaca Pérez
llegando al final de su
exitosa carrera. Petaca
era muy respetado por sus
pares. Un Mundial y dos
Juegos Olímpicos
avalaban su trayectoria.
Jamás había
esquivado una designación;
jamás una ausencia.
Era el Sarmiento de la línea
de cal. Su gran partido
de despedida estaba a la
vista. Pero ¡qué
cosas, qué vueltas
que tiene la vida! El azar,
el sorteo quiso que su último
partido fuera dirigiendo
al Deportivo -recién
ascendido- y de local. Cuando
Petaca se enteró
lo primero que hizo fue
empezar a temblar. Después,
un sudor frío le
corrió por todo el
cuerpo. Trató de
calmarse. Imposible. Cada
vez temblaba más
y para colmo le agarró
hipo. Recordaba aquel lejano,
remoto día que tuvo
que huir de esa cancha vestido
de monja en bicicleta. No
tenía miedo, ni pánico,
ni terror; todo junto tenía
y eso no tiene nombre. Se
desmayó cinco veces
en una hora. Su mujer le
preguntaba: “Qué
te pasa?, Amorcito”.
El decía “nada”
y se caía. Tuvo que
contarle.
- A lo mejor ya se olvidaron;
fue… fue hace mucho
balbuceó la señora
de Pérez.
Petaca sacó una estúpida
sonrisa de la galera; sabía
que esas cosas no se olvidan.
Tuvo las peores pesadillas;
todas relacionadas con su
querido banderín
solferino. Se despertaba
a los gritos; empapado de
sudor y de otras cosas.
Pensó en rasurarse
el bigote, teñirse
de rubio y en varias cosas
más, pero comprendió
que ninguna valía
la pena.
Llegó el domingo
y con el domingo el día
del partido. Se despidió
casi para siempre de su
mujer y salió a la
calle. Dobló por
la esquina de costumbre
y vio el primer cartel:
“No te olvidamos”.
Cada calle era un mensaje.
“Se hará
justicia”. “Te
esperamos”. “No
la bajó con la mano”.
“22 años”.
“No te perdonamos”.
El pobre Pérez estaba
destruido pero ya no hipaba.
El corazón quería
salirse de lugar, las piernas
eran un flan, los dientes
se chocaban entre sí,
tenía la garganta
seca y los ojos sin mirada.
Tenía todo eso y
mucho más pero nunca
pensó en huir. Ese
era el partido que le tocaba
y tenía que ir y
fue. FUE con mayúsculas.
No quería eludir
espejos.
El partido fue tedioso,
horrible; los dos se conformaban
con el empate, se pasaban
la pelota en mitad de la
cancha. No pasaba naranja,
hasta que en el último
avance del Deportivo, el
marcador de punta tiró
un centro bombeado sobre
el área rival, el
9 la bajó con la
mano y el 32 que entraba
a la carrera la empalmó
de zurda y la clavó
en un ángulo. Fue
una mano difícil
de ver; pícara, artera,
inteligente. Pero Petaca
la vio clarita y no dudó,
en puntas de pie levantó
su brazo lo más alto
que pudo. Su banderín
se convirtió en bandera
de coraje.
- ¿Qué vio,
señor Pérez?,
le preguntó el joven
árbitro.
- El 9 la bajó con
la mano, informó
Petaca como pudo.
Nada de repreguntas. Nada
de preguntar: “¿seguro?”
Nada de nada. Las palabras
de Petaca eran palabras
santas. También fueron
las últimas. Juan
Petaca Pérez pasó
a la historia del referato
mundial. Fue el primer Banderín
ascendido a Pito post-mortem.
Su entrañable banderín
solferino nunca pudo ser
recuperado.
Carlos
Vallejo
Ganador
del III Concurso Literario
Revista El Abasto, n°
93, noviembre, 2007.