De
máquinas y humanos,
ligeras confusiones
La Asociación
Alemana de la Industria
Automovilística (VDA)
ha organizado una exposición
para atraer la atención
de los visitantes sobre
“la evolución
de los combustibles”
para automotores, y particularmente
para presentar agrocombustibles,
el último grito en
el rubro. Con perspicacia,
hicieron la presentación
de los agrocombustibles
apenas como etapa de transición
hacia el hidrógeno
como combustible por excelencia,
aunque preventivamente advierten
que no habrá tal
hasta el 2020.
Una vez emitida la buena
nueva, el rezo de promesa
ecologista, los expositores
se concentran en lo que
hay. Que es lo que importa:
está década
venidera, bien práctica,
de agrocombustibles.
El
experto de la VDA en la
materia, Jakob Seiler, sostuvo
que la obtención
de un biocombustible con
un 10 por ciento de biodiesel
tiene dificultades técnicas,
según el despacho
de Clarín,**
pero Seiler afirmó
que "existe una alternativa
que es el aceite vegetal
hidrogenado, para lo que
no hay ningún problema
técnico y tiene más
calidad que el combustible
diesel a partir del petróleo".
¡Eureka!
hubo un pequeño error
temporal, mediante el cual
el invento de aceite vegetal
hidrogenado, de 1915, se
aplicó a los alimentos
para consumo humano. Gracias
a dicho avance de la ciencia
química prestamente
aplicado a facilitar la
conservación de alimentos,
ya que no su calidad alimentaria
y nutricional, durante muchas
décadas hemos podido
ingerir aceites hidrogenados
que son cancerígenos,
las ahora en la picota grasas
TRANS, sin saber siquiera
que podríamos haber
aliviado el consumo del
petróleo durante
buena parte del siglo XX.
Por
cierto que si se hubiesen
aplicado los aceites hidrogenados
como combustibles, probablemente
tendríamos que haber
producido otros aceites
para consumo verdaderamente
humano y, precisamente,
por el carácter de
los alimentos -seres vivos
o partes de seres vivos-
no podríamos haber
estirado la conservación
hasta las góndolas
y los supermercados, no
podríamos haber llegado
al grado de concentración
en la circulación
de alimentos del que ahora
gozamos, tal vez no nosotros,
no usted, lector, ni yo,
pero sí los grandes
emporios tipo Wal-Mart,
Mc Donald's o Carrefour.
Consiguientemente tendríamos
que habernos conformado
con alimentos más
frescos, más sanos,
que potencialmente podrían
ponerse rancios y toda una
serie de incomodidades que
las autoridades sanitarias
y las empresas que trafican
con la alimentación
nos han ido ahorrando a
lo largo de todo el siglo
XX, brindándonos
alimentos estabilizados,
conservados, floculados,
coloreados, homogeneizados,
hidrogenados, debidamente
acidificados, estandarizados,
aromatizados, emulsionados,
esterificados, fosfatados,
mineralizados, fortificados,
endulzados. Sobre todo esto
último; bien endulzados,
para infantilizar adultos
y sobreexcitar niños,
que luego habrá que
aquietar con ritalina negocio
redondo para laboratorios
que procuran enfermar sanos
en lugar de cuidar un mercado
menor sanando enfermos,
para no usar el método
ligeramente más contundente
de los médicos McCann.
Todos
aquellos atributos tienen
el ligero inconveniente
de ser contaminantes y hasta
cancerígenos.
Pero,
bueno, nunca es tarde cuando
la desdicha es ajena. Los
grandes emporios automovilísticos
estudian ahora la aplicación
de grasas vegetales hidrogenadas
a los tanques de combustible;
tal vez nuestros estómagos
puedan ser exonerados de
ellas.
Aunque,
en rigor, si preservamos
los cultivos de alimentos
para alimentos, lo mejor
sería que el único
aceite vegetal hidrogenable
que pudiera ser usado como
combustible fuera el quemado
en nuestras cocinas y frituras.
Luis E. Sabini Fernández
Revista El Abasto, n°
93, noviembre, 2007.