Cita con
el verdugo
Miedo.
Temblor en las piernas.
Avanzo a su encuentro, dientes
apretados. Con ganas de
volverme, de no hacerle
frente. Entro a su cubil.
Ganchos, puntas aceradas,
instrumentos de tortura.
Su sonrisa me golpea. Me
observa con fijeza. Mirada
maldita, de goce, de verdugo.
En el potro de tormentos
quedo a su merced, indefenso,
desoladamente solo. Pequeño,
vislumbro desde abajo su
figura inmensa. Abro la
boca, sin voz, entregado.
Los ojos terribles detrás
de la intensa luz que hiere
mis pupilas. Reflejos atávicos
me instan a la huida. No
aguanto la luz, no aguanto
su mirada. Cierro los ojos,
me aíslo en mi mundo
de angustia y dolor. El
corazón no es mío
y resuena loco. Locos los
latidos y los ruidos metálicos.
Retumban y retumban. Contraigo
los músculos. Cierro
los puños, dispongo
mi defensa. La aguzada punta
penetra en mis carnes. Desorbitado,
vencido, clavo las uñas
en mis palmas. Me duelen.
Quiero que duelan, no pensar
en el terrible puntazo.
Para no gritar. Gimo con
vergüenza. La punta
entra más, y más...
Hasta el hueso. El avieso
estilete abandona la herida.
Escupo sangre. Me retraigo,
no veo, no pienso. Me relajo
un segundo. Sólo
uno. El acero vuelve a atravesar,
a lastimar carnes laceradas.
Mis uñas se hunden,
penetran. No quiero gritar.
Ni gemir. Abro los ojos
y descubro su sonrisa sádica
detrás de la mano
criminal y la luz torturante.
El metal es retirado. Imagino
el hueco hemorrágico.
Vuelvo a escupir sangre.
Aflojo la tensión.
Me siento mareado, ultrajado,
terminado. Ruido de utensilios
al servicio del dolor. El
tiempo, interminable. En
la nuca, un viento frío.
Una baba viscosa escapa
de mis labios insensibles.
Vuelvo a cerrar los ojos,
no quiero ver, no quiero
pensar. Náufrago
de mi suerte. Suerte perra.
De mi destino, que avanza
inexorable. Sobre mí,
a través de mí.
Que me pisa, me aplasta,
me hiere. Como a una cosa,
un pelele, un muñeco
que se va desarticulando.
Alcanzo a percibir una sombra
y un reflejo luminoso a
través de mis párpados.
Abro la boca sangrante como
en una arcada final. Ruido
de algo que se desgarra
y desprende. Algo mío,
algo adentro. La sangre
invade mi boca. Un chorro,
un manantial... Los ojos
abiertos, grandes. Escupo.
¡Todo terminó!
Delante de su tortuosa sonrisa
triunfal, observo una pinza
brillante que expone, como
preciado trofeo, la maldita
muela.
Ariel
Díaz
Primera mención
de nuestro III concurso
literario sobre cuentos
de terror.
Revista
El Abasto, n° 95, enero/febrero,
2008.