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Eso parece ser el destino de los viejos. Después de trabajar treinta, cuarenta o más años la persona llega a la edad de jubilarse, y comienzan sus penurias. Lo que debería ser una etapa de placidez y júbilo -a palabra jubilación viene de jubileo- se transforma en un continuo malestar. La triste realidad comienza a golpear con el primer cobro al calcular que con esos pocos pesos que recibe no llega a mitad del mes. Ése es el primer eslabón de una cadena maligna y perversa.
    Los mayores son blancos fáciles para arrebatadores y asaltantes, también para estafadores y embaucadores que se aprovechan de su buena fe. En una sociedad donde todo vale, sin ejemplos a imitar, sin planes de contención para los viejos, donde no se vislumbra porvenir alguno y la vida está tan devaluada (se asesina por monedas) son los abuelos; y los huérfanos, los desamparados del sistema.
    Ese temporal camino que recorremos niñez, adolescencia, juventud, madurez y vejez en riguroso curso, nos da la pauta de que en ese plan estamos todos involucrados, “y en el mismo lodo todos manoseados”, diría Discépolo. Los que hoy están en la plenitud de sus fuerzas físicas y psíquicas deberían pensarlo.
P.C.


Revista El Abasto, n° 95, enero/febrero, 2008.





 

 
 

 
 
 

 

 

 

 

 

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