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Entrevista al artista múltiple Rubén Celiberti

Derroche de talento


Rubén Celiberti es un artista de escenario, donde funde en su actividad la danza, el canto, tocar el piano y la actuación. De muy joven, tenía apenas quince abriles cuando decidió dejar su casa paterna, en Rosario, para audicionar y poder ingresar a estudiar en el Instituto Superior de Arte del Teatro Colón. Tuvo suerte y allí quedó, cursando entre otros compañeros como Julio Bocca, Maximiliano Guerra y Eleonora Cassano. Pero no todo lo que brilla es oro, como dicen. Sus comienzos no fueron nada fáciles. Al respecto, me cuenta: “Yo no podía venirme, así como así, a vivir a Buenos Aires porque provengo de una familia pobre. Mi papá era mecánico de heladeras y mi mamá ama de casa, entonces, primero, no podía sustentarme y, segundo, no podía irme a vivir a una pensión porque era menor de edad. Entonces un amigo que estudiaba danza y arquitectura en esta ciudad, me dijo, yo tengo 22 años y te puedo servir de tutor”. Rubén no se olvidará jamás de él, ya que esta fue la primera persona que le tendió una mano en esta ciudad. Me dice: “salteño es. Sergio Velásquez se llama. Y así fue como me fui a vivir a una pensión cerca de la Plaza Miserere. Gracias a este tutorado pude venirme”.
     Así comienza a patear el pavimento porteño y conoce posteriormente a Otto Werberg, que tenía una escuela de danza muy importante, y le ofrece trabajo como pianista acompañante. Una cosa trae otra, y a este primer laburo, se le sumó luego el trabajar con Julieta Magaña, haciendo lo mismo, pero para un programa infantil de televisión. Se ganaba sus primeros manguitos mientras seguía estudiando en el Colón y despuntaba sus vicios como actor haciendo teatro por la noche junto a Raúl Rizzo, Juan Leyrado, Gerardo Bahamonde y otros compañeros. Era el benjamín del grupo de teatro. Según rememora, lo adoraban porque era muy inquieto. “A veces, si no tenía plata para pagarme la pensión dormía en la casa de Raúl. Así estuve tres años hasta que cumplí los dieciocho que es cuando decido irme a Europa”.
     Impresionado por el talento de los grandes que veía cuando venían de visita al país, en el Colón, como Maia Plitseskaia, María Basiliev, Maximova, Nureyev, Plácido Domingo, siente el enorme deseo de vincularse con ellos. “Entonces decido sacarme un pasaje sólo de ida y me voy a París a vivir”.
    A su llegada a las tierras galas la primera persona que lo bancó durante algunas semanas fue un tal Adolfo Andrade. Y Rubén repitió la misma formula que había hecho en Baires: trabajar como pianista acompañante para poder vivir. Hasta que consiguió una audición para la opera de Marsella, la compañía de Roland Petit y, a partir de aquí, comenzó su periplo europeo. Pero el muchacho no se dejaba estar, seguía estudiando un promedio de seis a ocho horas diarias de danza clásica, a la par, que seguía también con sus estudios de piano y canto. Reconoce que fue también de una gran ayuda conseguir becas de aquellos institutos en los que estudiaba. Se sincera y me dice: “siempre tuve conciencia de mi talento. A pesar del terror que tenía, gracias a esta conciencia, pude tomar coraje, porque se necesitan muchos huevos para afrontar esto. Porque todos estamos muy ligados a mamá, a papá, al dulce de leche y a todas esas cosas que no te hacen crecer y no te sacan nunca del metro cuadrado en que uno está. Y yo vivía en los aeropuertos yendo de acá para allá, tratando de aprender”. De añorar, según él, hubo poco, muy poco. “Yo tengo una familia muy grande, muy querida, pero nunca tuve añoranzas. Para mí fue una liberación irme del ambiente familiar, por eso tengo una muy buena relación porque estamos bien separados y cuando nos vemos nos cagamos de risa. Pero nunca tuve esa cosa nostálgica de mi país”. Me cuenta que el estar rodeado de gente como Paloma Picasso o Archibaldo Lanusse que era embajador, suplía bastante bien la lejanía de su país. “También, me veía con la gente de Pigalle, que dibujaba en la calle, me hacía amigo de las prostitutas de la plaza de Vichy… Ése era mi mundo. Entonces, ¿cómo iba a extrañar? ¿Qué podía extrañar? ¿El dulce de leche? Si lo podía comprar en cualquier lado, en cualquier país. Si tuve la suerte de trabajar con los más grandes bailarines del mundo”.
    Rubén estuvo alojado unos veintisiete años allá, y actualmente viaja en forma periódica por sus compromisos laborales, pero durante sus primeros doce o trece años no pisó suelo argentino. Esto obedecía que, primero, quería aprender muy bien una determinada estética, una determinada forma de hacer teatro, antes de volver a Argentina. Está feliz porque trabajó al lado de grandes como Franco Zefirelli y Maurice Béjart. Las vueltas de la vida hizo que se casara con la actriz y cantante napolitana Nina Sastre, gracias a la cual logró conectarse con parte del mundillo cinematográfico italiano. “Todo esto, como verás, no me dejaba mucho espacio para extrañar a mamá. Y tengo muy buena relación con ella. Pero yo no fui esa cosa triste del tango”.
     En parte, el responsable de su retorno al país fue Lino Patalano, quien lo convocó para la inauguración del teatro Maipo, junto a Norma Aleandro, Sandro, Alfredo Alcón, Julio Bocca, Eleonora Cassano, Antonio Gasalla, Enrique Pinti y muchos otros. “El tema fue que en este evento canté, toqué el piano, bailé y se armó como un boom ahí. Entonces, Lino me propuso que el año siguiente trabajara en el Maipo con una comedia musical. Y así hice esa revista con Eleonora y gané los premios ACE y muchos otros. Me fue bárbaro. Y a partir de ese momento me compré un departamento en esta ciudad y así empecé con esto de ir y venir de Europa a Argentina, todo el tiempo”.
    En poco tiempo, tiene que estar en el teatro Coccia, de Novara, en Italia, para hacer unas funciones con el ballet de Milán. “Acá me adapto, con un piano, una sillita, un micrófono y dos palitos, y nada más, te salgo a escena. Porque no hay presupuesto para más. Así trabajo en mi país. Pero cuando voy allá tengo la suerte de poder trabajar con ciento diez instrumentos, catorce bailarines, escenográfos, técnicos… Ésa es mi otra realidad. Pero, guarda, esta realidad argentina también me gusta, no es a algo que me niego.”
En el Bar Sur tiene un show donde canta tangos de Eladia Blázquez, además, de entrarle a esas canzonettas italianas y a las viejas canciones francesas que recuerdan a París, a Edith Piaf, todo mechadito con algunas cosas de Gershwin y Cole Porter.
Me cuenta que le compuso la música a una letra que le entregó Horacio Ferrer y que este quedó maravillado, emocionado por su trabajo. “Pero no soy de componer, soy más de crear coreografías. Como coreógrafo me gusta mucho trabajar, creo que funciono muy bien haciendo este trabajo”.
     Reconoce que le encanta desgranarse en sus múltiples funciones sobre un escenario. “Mi energía casi siempre está al cien por cien. Yo pongo todo en escena. Pero si tengo que solamente cantar o bailar en un ballet, lo puedo hacer perfectamente, no tengo ningún problema. Es más, con el Mozarteum y con los bailarines del Colón hago giras donde solamente bailo. El problema es que bailo solamente veinte minutos y no me basta, yo tengo pilas para rato, y así empiezo a servirle mates a los maquinistas, a ayudar a la gente en bambalinas. Estoy acostumbrado a estar una hora y media sobre un escenario sin parar, donde canto veintiocho temas, bailo otros cinco, toco el piano, me pongo los patines, etc, etc… Es ahí donde me siento, más o menos, a pleno. Veinte minutos, para mí, es como muy poco”.
     Ahora anda con ganas de hacer teatro de prosa y muere por hacer una comedia musical pero que sea completamente nueva, distinta a lo que conocemos en ese género. Pero quiere hacerla con los profesionales más idóneos. “No me gusta trabajar con gente que no está en tema, que no sabe, me complican todo. Es como hablar un idioma que el otro no habla y no te podes entender, además, no me gusta ser el maestro de nadie. Sin embargo, no tengo problemas en ser alumno, porque si trabajas con alguien con mucho talento, te da muchas pilas para tratar de ofrecerle al otro lo mejor”.
     Otro de sus grandes anhelos actuales es poder hacer un espectáculo donde lo dirijan así no gasta tanta energía en las otras cosas que hacen a la realización de una obra. “Así no tengo que ocuparme ni de la producción, ni de los trajes, ni del telón, ni de nada. Voy, ensayo, comparto con mis colegas, me dirigen y puedo hacer madurar mi trabajo, amo eso. Ahí es cuando me divierto, cuando trabajo sin trabajar. Pero tiene que ser gente apta, porque si no me doy cuenta y los freno. En este país, hay mucha gente de coca-cola, que porque son el amigo del amigo están ahí, en el kioskito de las producciones de la calle Corrientes. Y está bien, si querés, pero, a mí, no me va. Y trabajar sin apuro, de nada, sin fecha de estreno. Porque para mí, primero, es importantísimo relacionarme con el placer y el goce de lo que estoy haciendo”.
     Su espectáculo A puro talento nace cuando estaba trabajando sin productor, entonces, se reunió con algunos de los mejores bailarines de Buenos Aires como Sandy Branvauer y Carolina Agüero y pergeñaron sin nada de escenografía y casi cero peso de producción este espectáculo donde aunaban música, canciones y danza.      Teniendo en cuenta ese contexto decidieron llamarlo A puro talento porque era lo único que había, pese que un poco en broma Leo Vanés los cargaba por la petulancia del título. “Cuando lo hago yo solo rememoro un poco todo aquello. En esos casos, presento mis caballos de batallas como El cisne o Farinelli cuando bailo con la cabeza para abajo; el tema que hago de Charles Chaplin con los patines; El fauno, con esa cosa de Nijinsky; y canto unos temas en el piano. Es una miscelánea revisteril, donde soy una presa bien versátil”.

Finalmente, me habla de su amor por el barrio del Abasto, del cual siempre se sintió cercano, y donde piensa montar algún espectáculo durante el transcurso de este año. “El Abasto me recuerda a Tita Merello. Amo ese barrio porque tiene la atmósfera de ese Buenos Aires de otra época, donde al lado de un mercado se difundía tanta cultura. Eso se tiene que seguir manteniendo.” Con respecto a este espectáculo que montará en nuestro barrio me dice: “Pero yo voy a encarar este género desde lo que yo soy, de la misma forma que lo hice en Nueva York, en Roma, en Milán y en las mejores capitales de Europa. Me interesa poder darle otro color al tango, contemporizarlo de otra manera. Porque en el tango no siempre se llora, no siempre llueve, no siempre hay pobreza, no siempre mi mujer se fue con otro.”

Marcelo Saltal

Revista El Abasto, n° 96, marzo, 2008.








 

 
 

 
 
 

 

 

 

 

 

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