Reflexión
con ejemplos de como el
sentido común está
adormecido...
¿Puede
la ley sustituir el sentido
común?
Una
veintena de camiones en
la ruta 9 junto con decenas
de coches particulares y
dos o tres buses configuraron
un espantoso choque en cadena
en este mismo mes. Varios
muertos, decenas de heridos.
Y algo mínimo ante
las tragedias humanas, pero
inmenso desde el punto de
vista material; el balance
de hierros retorcidos y
mercancías destrozadas.
La
causa que se manejó
de inmediato desde los medios
masivos, radio, tele, diarios…
la niebla o el humo. No
la velocidad a que venían
los vehículos, totalmente
inapropiada habiendo niebla.
Es como si alguien se decidiera
a bajar con un auto una
escalera con tramos y rellanos
y el auto se deshiciera
antes de llegar abajo y
el comentario fuera: a causa
de la escalera.
Hay algo que la humanidad
no sólo tuvo milenariamente
sino que, gracias a ello
pudo sobrevivir y que se
llamaba otrora sentido común.
Ya
alguien advirtió
hace años, cuando
todavía había
memoria de él, que
el sentido común
era el menos común
de los sentidos.
Pero hemos llegado a un
estilo cultural, a un estadio
civilizatorio o a una situación
institucional en la cual
el sentido común
ya no se aplica porque confiamos
más en disposiciones
administrativas, en resoluciones
ministeriales o gubernamentales
o evaluaciones técnicas.
Inmediatamente
después de la colisión
en cadena, que no fue la
única porque con
la niebla o la humareda
en la zona se verificaron
varias a lo largo de esa
misma ruta, sólo
que ésta fue trágica,
antes que los movileros
hubieran tenido tiempo de
cotejar sus pareceres con
el sentido común,
surgió el reclamo:
en el peaje de la zona tendrían
que haber cerrado la carretera
para impedir la tragedia.
Eso
significa para quienes emiten
tal opinión que si
no hay una instancia, un
encargado, un técnico,
un jefe, que les diga a
los conductores de autos,
buses o camiones, “-¡paren
ya!” los referidos
conductores habrán
de seguir manejando en la
ruta aunque haya niebla,
aunque haya un precipicio
a sus pies, porque ellos
no tienen… discernimiento
propio.
Con
la pérdida de sentido
común, en este caso
podemos verificar hasta
la pérdida del instinto
de conservación,
que otrora también
tenía mucha fuerza.
Hasta por miedo, sencillamente,
sin instrucciones, uno puede
parar, más bien debe
parar (en la banquina, claro,
y de ser posible con luces
lo más fuertes posibles)
cuando “no se ve ni
a un metro” (testimonios
de esa mañana).
Hace aproximadamente
un año en la provincia
de Corrientes apareció
una jovencita, macilenta,
con signos de haber recibidos
malos tratos, que buscó
cobijo y dijo haberse escapado
de un prostíbulo.
El dueño la tenía
atada a la cama mediante
esposas, pero como le daba
muy poco de comer, la chica
fue perdiendo masa corporal,
se le enflaquecieron los
brazos, las muñecas,
hasta el punto en que pudo
desembarazarse de su atadura
y fugarse. Dio los datos
del repugnante lugar donde
había tenido que
pasar los tres últimos
meses de su vida y una comisión
policial hizo el respectivo
allanamiento con el cual
se desmontó el “emprendimiento”
y de paso salió a
luz que el “emprendedor”
o empresario era policía
que tenía varias
“pupilas” secuestradas.
Lamentablemente no podemos
asombrarnos que policías
intervengan en actividades
de tan repugnante tenor,
ya que demasiado a menudo
nos enteramos públicamente
de episodios atroces protagonizados
por policías.
Pero
lo que quiero resaltar con
este penoso ejemplo es otra
cosa. La chica secuestrada,
durante tres meses, atada
a la cama, conoció,
tuvo trato carnal con muchísimos
clientes. Y contó
que únicamente uno
le prometió que iba
a hacer algo por ella, tal
vez conmovido por las esposas
o algún otro aspecto
de la situación.
No sabemos siquiera si la
promesa de dicho cliente
se concretó y no
dejó rastros porque
hizo la denuncia en lugar
equivocado o si sencillamente,
al salir de la covacha ya
se había olvidado
de la promesa hecha “a
una puta”.
Pero
lo que sí sabemos
es que todos los otros “clientes”
hicieron caso omiso de la
situación de la mujer
que poseían por un
rato.
La
prostitución forzosa,
la prostitución inducida,
la prostitución como
sistema de avasallamiento
de mujeres “que ninguna
nace para puta”, como
reza la consigna que muchas
mujeres dignas y lúcidas
enarbolan, no es un tema
de ley. Seguramente no hay
ninguna ley que auspicie
o proteja el uso de esposas
para retener mujeres en
colchones, ni tampoco habrá
alguna ley que propenda
a que haya policías
que tengan como actividad
adicional burdeles en forma
de prisiones.
Pero
si la sociedad, si los miembros
de una sociedad hacen uso
de ello sin problema, si
el sentido común
de muchos habitantes de
un lugar no “ve”
inconveniente ni nada malo
en, para el caso que venimos
comentando, acostarse con
una mujer aprisionada, no
hay ley que pueda preverlo
o evitarlo.
Un ejemplo
más: nuestros bisabuelos
camperos se desesperarían
viendo los bolsones de basura
domiciliaria que tanto las
viviendas particulares como
los consorcios depositan
cada noche en las veredas.
Quilos y quintales que se
convierten en unas 20 mil
toneladas diarias de materiales
todos entreverados, de los
cuales, los recicladores
espontáneos hacen
la proeza de restar un 10%.
Todas esas miles de toneladas
son depositadas graciosa
y disimuladamente en algunos
territorios alrededor del
Área Metropolitana
de Buenos Aires (J. L. Suárez,
Ensenada, González
Catán y hasta hace
poco Wilde) que son así
obligados a sobrellevar
las consecuencias de semejante
enterramiento e incineración;
los suicidas o criminales
métodos de desaparición
de basura.
Nuestros
bisabuelos del campo habrían
resistido, no habría
sabido aceptar semejante
desprolijidad, semejante
destino, para tantos materiales
producidos por el hombre.
Pero se nos ha ido enseñando
a despreciar metales, tirar
pañales y pañuelos
en lugar de lavarlos, a
usar todo de plástico
“porque es más
higiénico”,
ignorando alegremente que
el plástico migra
a los alimentos (y el plástico
no es sólo poco apetitoso;
es cancerígeno),
a hacer desaparecer todo
en la “higiénica”
bolsa de residuos…
y nuestro sentido común
ya no nos advierte que semejante
comportamiento es suicida,
si no para nosotros mismos
sí para el planeta
y para nuestros nietos.
Ahora
se habla de leyes basura
cero. Pero nos consta que
si los cambios no surgen
desde nuestras actitudes,
dentro de coordenadas culturales
vivientes, cotidianas, no
habremos resuelto ningún
problema. En todo caso,
estaremos habilitando a
forjar un trabajo; separación
de residuos que ni los esclavistas
más furibundos de
tiempos pasados se habrían
atrevido a imaginar.
Luis
E. Sabini Fernández
[email protected]
Revista El Abasto, n°
97, abril, 2008.