El
capital financiero hambreando
empobrecidos
Carestía
y crisis mundial de alimentos:
último obsequio de
enriquecidos
Pocas
veces se ve tan claramente
la influencia del mundo
financiero por sobre las
actividades económicas,
por sobre la elaboración
de productos que los humanos
necesitamos para vivir,
como los alimentos.
Los analistas que uno más
escucha en Buenos Aires
nos cuentan que el arroz
y el trigo, los alimentos
que más consume la
humanidad, se encarecen
por el ascenso del consumo
en centenares de millones
de chinos e indios, como
si antes no existieran tales
centenares de millones o
hubiesen vivido sin comer;
también nos hablan
de sequías e inundaciones
que existen desde siempre
y en el mercado mundial
tienden a compensarse, o
remiten al aumento del precio
del petróleo, que
es real, aunque, como las
anteriores, no son sino
explicaciones muy parciales
de lo que pasa. Es cierto
que también se invoca
la creciente competencia
que han empezado a soportar
aquellos cultivos entre
su uso ancestral, como alimento,
y el nuevo uso asignado
por el capital a los mismos
cultivos con pretensiones
ambientalistas, como combustible,
biocombustibles. Aquí
andamos más cerca
de lo que realmente pasa,
y en rigor, a los biocombustibles
habría que rebautizarlos
necrocombustibles. Porque
si bien no emiten dióxido
de carbono para producir
efecto invernadero, producen
efecto hambre, no menos
devastador.
Las principales causas,
empero, de los mencionados
encarecimientos provienen
del mundo financiero. El
desarrollo, por otra parte
vertiginoso, en proporción
geométrica, del comercio-a-futuro
no es sino, y no puede ser
sino, un disparador de precios.
Porque la propia idea de
transacción a futuro
es especulativa. Y no puede
dejar de serlo.
Y la economía-casino
es un fenómeno que
avanza a pasos agigantados.
Para remate, junto con la
economía-casino hay
una coyuntura muy ilustrativa
que no hace sino reforzar
ese aspecto financiero y
consiguientemente el hambre
que desata.
Desde hace algo más
de un año, la crisis
financiera y especulativa
de la economía estadounidense
es inocultable. El desfonde
inmobiliario está
haciendo disparar las inversiones
hacia otros campos. Sólo
que los fondos vinculados
a la actividad inmobiliaria
son inmensos, probablemente
mucho mayores que los de
cualquier rama industrial.
La “corrida”
de las hipotecas ha “llevado”
a sus titulares a buscar
lugares más seguros
o promisorios de inversión,
y ¿qué mejor
en la coyuntura que los
alimentos, que precisamente
están sufriendo semejante
demanda a causa de los necrocombustibles
y un poco también
por las otras causas descritas
al comienzo?
Lo han expresado claramente
los titulares de tales fondos.
Los especuladores del mundo
bursátil habían
estado viendo mermas en
las ganancias fáciles
a que estaban acostumbrados
con los negocios inmobiliarios.
Y al mismo tiempo, los mercados
alimentarios han sostenido
o tendido a alzar sus cotizaciones
desde hace años,
por lo menos durante todos
estos primeros años
del s. XXI. Eso ha llevado
a que los especuladores
hayan pasado más
bien de golpe; todo arranca
masivamente el año
pasado, o fines de 2006,
de ámbitos como la
construcción y la
venta de inmuebles y el
adueñarse de bienes
hipotecados, a invertir
directamente en “alimentos”.
El World Socialist Web Site
publica el 24 abril 2008
un informe, escrito por
Stefan Steinberg, elocuentemente
titulado: “Novedades
y análisis; desigualdad
global: especuladores financieros
cosechan ganancias sobre
la base del hambre global”.
*
Steinberg no hace más
que citar a una vocera de
la ONU, Josette Sheeran,
directora dentro del PMA
(Programa Mundial de Alimentos)
que calificó la situación
actual como un “tsunami
silencioso” que ha
puesto en situación
de hambre a por lo menos
otros cien millones de habitantes
de nuestro planeta (amén
de los ya existentes). Sheeran
remata sus consideraciones
diciendo que éste
es el nuevo rostro del hambre:
que “millones de seres
humanos que no pasaban hambre
hace seis meses ahora están
es semejante situación”
(declaraciones del 22/4/2008).
El brusco ascenso de precios
ha llevado, por ejemplo,
a cuidadores de cerdos ingleses
a sacrificar sus dotaciones
puesto que proveerlos de
comida, de grano, como se
han viabilizado esas crianzas
en los últimos años,
los excede.
Si esto pasa con cerdos
en países enriquecidos,
dejamos al lector que imagine
lo que puede pasar con humanos
en países empobrecidos,
como Haití y en general
con quienes habitan en nuestros
países hermanos centroamericanos,
pero también Bolivia,
México, Ecuador…
Steinberg ha establecido
una ilustrativa correlación:
en EE.UU. los alimentos
venían aumentando
aunque muy moderadamente
sus precios desde el 2000.
Sin embargo, cuando empieza
el desplome bursátil
de los fondos de pensión
y otros como consecuencia
del descalabro hipotecario,
los precios de los alimentos
pegan una estampida.
Cita Steinberg (del New
Statesman):
“Así como el
boom inmobiliario aumenta
los precios de las viviendas,
el aumento de precios de
los commodities [no son
sólo alimentos; puede
tratarse también
de petróleo u oro;
commodity es todo producto
vendible a granel] se alimenta
a sí mismo. Cuanto
más aumentan los
precios y se hacen grandes
ganancias, más gente
invierte con la esperanza
de grandes márgenes
de ganancia. Observen los
sitios-e dedicados a las
finanzas: todo el mundo
se aglomera por comprar
commodities. El problema
es que si usted llega a
pertenecer a los casi 3000
millones de seres humanos
que viven en el planeta
con menos de dos dólares
diarios, usted puede terminar
pagando esas ganancias con
su vida.”
Recordemos que esos 3 000
millones son la mitad de
toda la humanidad.
Con un dólar en permanente
baja, a causa de las grandes
burbujas financieras, de
las enormes estafas tipo
Enron, del mecanismo según
el cual el déficit
monstruoso de EE.UU., que
no se le admitiría
a ningún otro estado
en el mundo salvo al de
Israel, es sostenido con
la maquinita de imprimir
verdes que otros deberermos
soportar, el precio de los
alimentos básicos
se ha ido disparando. El
proceso se ha acentuado
cuando surge “la movida
ecológica”
de auspiciar los necrocombustibles,
como sustitutos del petróleo.
Es que EE.UU. ha volcado
un tercio de su enorme producción
de maíz a bioetanol.
Automáticamente,
EE.UU. no va a poder mantener
sin cambios la vieja política
de proveer maíz a
países dependizados
a través del infame
sistema “del barco
a la boca”. Esos países
que fueron seducidos, persuadidos
u obligados a abandonar
los cultivos locales “para
modernizarse”, que
recibían su comida
desde “el mercado
global” y/o los “benefactores”
yanquis, físicamente
de las bodegas de los barcos,
se encuentran ahora con
precios inaccesibles. El
mundo financiero de EE.UU.
está demasiado ocupado
cotizando “el alimento”
de sus autos y además,
procurando zafar de la varadura
financiera de las hipotecas
fallidas, pasándose
masivamente a los alimentos
en bruto.
Jean Ziegler, encargado
de la ONU en el área
de alimentos ha advertido
que estamos ante “una
matanza inminente”.
(ibídem).
Mientras Ziegler al menos
llama a las cosas por su
nombre, un hombre de las
finanzas, como Andreas Grünewald
encargado de fondos buitre
del Münchner Investment
Club, entrevistado por Der
Spiegel, que quería
saber si la nueva burbuja
financiera, ahora alimentaria,
que se está construyendo,
no llevará el hambre
a poblaciones inermes, de
países empobrecidos,
declara: “No es algo
que le interese a nuestros
inversores. Son bastante
indiferentes y se mueven
únicamente por la
ganancia.”
Argentina escapa en buena
medida a este cuadro de
situación mundial
que procuramos presentar
sintéticamente. Porque
Argentina ocupa el doble
rol de gran productor de
alimentos y de considerable
dependencia, sobre todo
ideológica, del “Primer
Mundo”. Por lo tanto,
sigue el sistema global
de enriquecimiento de ricos
y empobrecimiento de pobres
pero sin necesidad (¿por
ahora?) de estar pendiente
“del barco a la boca”.
Hay variantes locales para
el hambreamiento: arrojar
a las banquinas toneladas
de leche, hacer pudrir alimentos
en las rutas y que la sociedad
argentina no tenga siquiera
herramientas para preservar
y utilizar tales alimentos
dilapidados en un conflicto
en que sólo juega
el bolsillo, los bolsillos.
Es que aquí como
en todas partes, hay un
buen sector de la humanidad
que únicamente lleva
el signo de pesos, o el
de dólares, en la
retina.
Luis E.
Sabini Fernández
[email protected]
Revista El Abasto, n°
99, junio, 2008.