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ACAG: hablemos por una vez de medios y no de fines



La Asamblea Ciudadana Ambiental de Gualeguaychú (ACAG) insiste con su doble política; restringir el paso en el puente sin medias tintas e informar amigablemente a los “señores turistas” en el puerto de Buenos Aires.
     Allá en Gualeguaychú hacerse fuertes y prohibir el paso. Aquí, conscientes de los límites de sus fuerzas, exhortar a “reflexionar” sobre el tema, mediante un volante gentilmente tendido a los ocupantes de autos.
     La voluntad de reflexionar sobre el tema los ha llevado incluso a procurar hacerlo en la Plaza Independencia, de Montevideo, de donde “inexplicablemente” según ellos, fueron despedidos con gritos y malos modos. Ni se les ocurrió asociar que la reacción montevideana tenía que ver con un bloqueo que lleva más de un año a todo vehículo común y silvestre que quiera cruzar de Argentina a Uruguay o de Uruguay a Argentina, por las razones más diversas, desde visitas familiares hasta amores, negocios u otros proyectos.
     Últimamente aclaran que dejan pasar a todos los que necesitan cuidados médicos (del otro lado de la frontera, precisamente, por cobertura médica u otro motivo). Hasta ahora, lo único que habíamos podido captar era el paso franqueado a periodistas afines y el bloqueo a turistas “vulgares”, quienes precisamente se indignaban por esa misma discriminación.
La ACAG entonces, bloquea el paso en el puente, pero ha levantado su propio bloqueo para entrar el Uruguay, a Fray Bentos, por ejemplo y manifestarse allí.
      Fueron precisamente tales levantamientos del bloqueo los que llevaron al gobierno uruguayo a impedir el paso en tales casos.
     En resumen, los ambientalistas de Gualeguaychú entienden imperioso explicar sus razones no sólo en Gualeguaychú, ciertamente sino también en Uruguay, por ejemplo.
     Suponemos en pura lógica que eso mismo le pasa a quienes opinan de modo muy distinto. Uruguayos que consideran –equivocadamente, a mi modo de ver– que las pasteras son buenas para el país (y controlables para el ambiente, como sostienen las autoridades uruguayas y finlandesas).
      Uno de tales, un legislador de apellido Domínguez, caminó atravesando el puente y acercándose a los asambleístas ciudadanos y ambientales. Valido de su condición de legislador fue rápidamente abordado por periodistas y dio así su opinión. Crítica de la ACAG. Cuando termina la entrevista, ya al lado de los bloqueadores, con cancha profesional, le tendió la mano a un referente de la ACAG, “—¿Qué tal?, ¿Cómo le va?”. El gesto envolvente. La reacción del asambleario no se hizo esperar; le negó la mano y agregó: “—mirá hermano, con la gente que viene como vos, mal, porque empezaste mal, usás las cámaras nuestras para mentirle a la gente, si vos sos diputado jugá con la verdad”.
Inmediatamente se suscitó una escaramuza, con empujones y cachetazos.

¿Qué nos deja esta minianécdota? Que los medios argentinos no pueden escuchar mentiras. Que sólo tienen que escuchar la verdad… es decir la versión de la ACAG. No pueden venir objetores a expresarse mediante radios y diarios locales… sin embargo, ellos han procurado usar todo lo posible la resonancia mediática en Uruguay, por ejemplo.
     El tema de fondo, el empleo de territorios como el uruguayo para uso y abuso de las transnacionales, los temas de contaminación ambiental que el primer mundo procura echar cada vez más sobre el tercero, la importancia de un reclamo de los vecinos entrerrianos; el otorgamiento de “licencia social”, algo que cada vez se exige más por parte de poblaciones primermundianas, son temas que nos podrían acercar a los que luchamos contra el capital y a favor del planeta y los seres vivos que sustenta. Claro que en ese caso, hacer pasar todo el problema por una (o dos) pasteras nos podría hacer perder el rumbo: en Argentina sin ir más lejos, la soja está produciendo un efecto parecido al de los monocultivos forestales en Uruguay. Y no hemos escuchado a sojeros, celosos defensores del Ñandubalsay, decir una palabra sobre tales contaminaciones.
    De todos modos, en las cuestiones de fondo, podemos navegar medio cerca, sin chocarnos. Pero los métodos de la ACAG son de una ceguera, una arrogancia, un autismo, francamente preocupantes. Es como si quisieran controlar totalmente lo que pueda decirse. Al menos en su ciudad…
     Se dice que Calvino estaba muy orgulloso de su control espiritual sobre Ginebra allá por el 1500; 23 000 almas que se movían al ritmo de su batuta. Comentaba que quería conocer hasta cuando sus conciudadanos (¿o súbditos?) se lavaban las manos…
    Ojo con las verdades demasiado absolutas que nos iluminan tanto que pueden enceguecernos.

Luis E. Sabini Fernández *

* Periodista, colaborador de El Abasto. Editor de Futuros. Coordinador del seminario de Ecología y DD.HH. de la Cátedra Libre de Derechos Humanos, Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.

Buenos Aires, 21 de enero de 2008




 

 
 

 
 
 

 

 

 

 

 

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