Visitamos Batatópolis,
el museo Batato Barea, que
está situado en pleno
barrio del Abasto, Tucumán
3054, en el domicilio del
homenajeado. Seedy
González Paz,
su curador, nos cuenta del
museo y también sobre
Batato.
Batatópolis
Junto con Pablo Ciliberti
visitamos el Museo Batatópolis,
que recupera la figura del
actor clown Batato Barea.
Como el museo está
situado dentro de un departamento
antiguo del tipo casa, nos
recibió el padre de
Batato y luego el curador
del espacio, Seedy González
Paz, nos mostró el
lugar. Claro que para el preconcepto
que uno tiene de la palabra
museo es un poco forzosa su
denominación como tal.
Porque por un lado uno tiene
que ir subiendo por unas escaleritas
que vendrían a llevar
a una pieza de servicio para
terminar en un solo ambiente
al cual se le podría
objetar falta de buena iluminación.
Sin embargo, el espacio tiene
su magia. Por un lado es en
esta misma vivienda donde
habitó el artista.
Por otro lado hay una fabulosa
y asombrosa labor puesta en
el orden de lo expuesto que
facilita la tarea a cualquier
persona que esté interesada
en Batato Barea.
A
lo largo de las paredes están
expuesto unos paneles que
muestran su vida en orden
cronológico, desde
que nace, viene a Buenos Aires,
se dedica a la actuación
clown mezclando su persona
con la de su creación
y adoptando el nombre artístico
para todo, incluyendo su transformación
final haciéndose travesti.
Además hay ficheros,
cartas, documentos, vestuario,
de todo. El ambiente tiene
un gran desnivel que lo divide
y lo une y que si bien tal
vez no fue adrede hace pensar
que estamos ante un actor.
Contame, Seedy, de
vos y cómo conociste
a Batato…
“Soy artista plástico
y diseñador gráfico,
hago multimedia y videos.
También soy el curador
de esto. Yo me hice muy amigo
de Batato a fines del ´88.
Lo disfruté hasta el
´91. Lo agarré
con una etapa muy luminosa
y muy rara de él.
”No había ámbito
de expresión, ni de
formación. Comenzaba
la democracia y había
que hacer lugares. No había
patria para la libertad. Por
eso los pasayos tenían
como escenario las plazas.
Batato trabajó mucho
así. Fue de los primeros
actores clown y sus colegas
son los que están formando
a los actores hoy.
”Batato
comenzó en esa época
disfrazado con una panza grande
y decía «Yo soy
Batato, yo soy Batato».
Y lo seguían mucho
los chicos. Dejó de
ser Walter para convertirse
en Batato. Hasta el momento
había sido un chico
totalmente convencional, que
había venido de Junín,
de San Miguel, a aprender
teatro. En los currículum
del momento uno puede observar
la diferencia. El de Walter
Barea es convencional, mientras
que el de Batato Barea está
escrito a mano. Y fijate lo
que ponía: «El
teatro no me interesa, sí
lo que yo hago, solo con el
Clú del Claun, Los
Meyes, Urdapilleta, Uniquísimo,
Divitellas, Sito, Audiber,
La Negra (que después
fue la de La Guarda), Noy,
Marcos Tita Moreira, Las Gambas
al Ajillo». Hace un
reconto de gente que realmente
le interesa. Después
dice: «Hay mezclas,
hay gente elaboradora y hay
otra a las que se tira desde
el piso veinticuatro y hacen
el teatro. Las formas, la
actuación, las palabras
hacen el teatro. ¿Nosotros
somos teatro? Ellos no sé.
Yo soy sólo impulso,
música, desastre, poesía,
o sea mi propio y único
ritmo. No acepto ninguno,
y a la vez acepto a todos.
Es confuso, pero muy claro
a la vez». Esto muestra
un concepto muy especial.
Él elaboró una
escuela absolutamente propia
desde lo que era esa técnica
batatista.
”Entre
la vida y la obra de Batato
no había diferencia.
Era un artista de vida y obra.
La vida de Batato es su obra.
En aquella época no
teníamos estos medios
de expresión donde
juega la fugacidad de la información
minuto a minuto. Era él
mismo en su bicicleta que
andaba repartiendo gacetillas
hechas por él mismo
con un diseño de fanzín,
una estética muy del
under de la época.
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no era convencional. Y el
tipo de muerte que tuvo sí
es convencional para ese entorno.
Sobre su enfermedad él
no hablaba demasiado porque
él se sentía
un tipo para nada convencional,
sin embargo sabía que
su enfermedad era, para su
medio, algo muy convencional.
”Era
como morir en un presente
comprado. Tenía cuatro,
cinco funciones por día.
Le importaba mucho ayudar
a la gente y no trabajaba
con actores sino con gente
que ni siquiera estaba formada.
Eso le daba más frescura.
Sacaba la gente de la calle.
Veía alguien que tocaba
bien un instrumento y lo invitaba
al teatro donde lo presentaba.
O travestis de murga. Gente
sin dicción, sin técnica.
Los hacía recitar Alfonsina
Storni, Marosa Di Giorgo,
Alejandra Pizarnik, lo cual
hacía que el poema
se tornara triplemente denso
y había una sobrecarga
de información en eso.
Él para nutrirse de
la libertad creativa usaba
gente que teóricamente
no estaba contaminada por
la información. A su
propia madre la hizo bailar
el Lago de los Cisnes en punta
de pie. Está todo grabado
en video.
”Dentro
de los nuevos teatristas -que
ponen en escena su propia
creación y no sólo
interpretan escenas de otros-
Batato era el único
que tenía esta obsesión
por la documentación.
Batato tiene de todo guardado:
agenda de actividades, programas,
documentos, fotos, ropas,
videos… Eso me facilitó
mucho la tarea para hacer
este museo. Si él no
hubiese coleccionado «sus»
cosas, nada de esto existiría.
De toda esa gente, nadie tiene
nada guardado, salvo tal vez
cosas grabadas de Mari Luis
Santo, la mamá de Catia.
Que en Cemento con su filmadora
iba registrando los pequeños
performances que sucedían
ahí.
”Ahora
estamos logrando digitalizar
los videos para que no se
pierdan. Porque acá
tenemos todo de Batato, en
el teatro, en la calle...
”En
el museo tuvimos que invertir
unos mangos. El acetato para
las láminas con las
fotos y epígrafes que
van por etapas de su vida.
Trabajos previos de albañilería,
pintura. Hoy nuestra principal
necesidad es conseguir un
televisor.”
¿Cuánto
tiempo vivió acá?
“Desde el ´84
si no me equivoco. Después
trabaja con Antonio Gasalla.
El ponía el clownismo
en el variété.
Era un disconformista nato.
Durante su servicio militar
le hicieron un acto de humillación
por negarse a ir a Malvinas.
Pero resistió y no
fue.”
R.S. y P.C.
Revista El Abasto,
n° 84, museos, enero/febrero,
2007.
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