La Botica del Ángel
de Eduardo
Bergara Leumann es
un espacio asombroso que si
bien tiene un amplio espectro
está especializado
en la cultura de los ´60.
Templo
del ángel
Situado en
Luis Sáenz Peña
541 el transeúnte puede
observar el frente de una
iglesia abarrotado de ángeles.
La iglesia en realidad no
es más tal, sino que
hoy es la Botica del Ángel
de Eduardo Bergara Leumann.
Y los ángeles vinieron
con él, porque la arquitectura
anterior “era muy sórdida”
me cuenta. “Le agregué,
en los años setenta
cuando la compré, partes
de demoliciones que podían
incorporarse. Es un collage
de una época de Buenos
Aires que se han empecinado
en destruir” remarca.
Clasificar
ese espacio dentro del marco
de una palabra es absolutamente
imposible. Tal vez en una
frase sería algo así
como un museo de arte porteño,
centrado en los años
´60, aunque no exclusivamente.
Bergara
Leumann es un hombre poseedor
de mucho humor y eso se nota
en muchos toques. También
ha sabido granjease importantes
amistades. O al menos, por
lo que se ve, amistades con
importantes personalidades.
No a cualquiera le pinta Berni
un retrato de 3 x 2 m.
La
primera Botica del Ángel
data de 1966: “quise
armar una sastrería
teatral modelo, porque soñaba
con vestir, dar color, amonía,
engarzar, mejorar y adornar
lo de adentro de cada personaje
con un buen traje” dice
en un folleto que Bergara
Leumann me entregó.
Porque “no tengo ganas
de repetir las entrevistas”,
me aclaró sin pelos
en la lengua, cambiándome
el modo discursivo que yo
tenía preparado. Así
que de entrevista pasaremos
a una descripción de
lo que pude averiguar leyendo,
observando y escuchando una
tarde de verano porteño.
Y también grabando
porque, a pesar de todo, su
negación no fue rotunda.
Sé, por ejemplo, que
a los años de su creación
comenzó a salir en
la televisión con su
propuesta que duró
su buena década y tuvo
sus pequeños retornos
en la pantalla de ATC incluso
en la pasada década
de los ´90.
Para
los momentos de actuación
que no pudimos disfrutar posiblemente
hoy sea difícil encontrar
un equivalente. Bergara Leumann
fue un precursor. Si todos
comenzaron a mezclar el público
con los actores en los ochenta
¡él lo hizo veinte
años antes! Su idea
es de lo más original.
Para tener un pantallazo de
lo que pudo ser una noche
en la Botica del Ángel
transcribo de uno de sus folletos
parte de un texto de Emilio
Stevanovich (véase
recuadro). Según le
escribió Ernesto Sábato
a Bergara Leumann “con
la imaginación armaste
uno de los espectáculos
más originales que
yo haya visto en el mundo;
un espectáculo donde
el que asistía no era
un pasivo espectador sino
que, gracias a tu ingenio,
entraba pronto a escena: de
la manera más disparatada
y aguda inauguraste así
algo que perdura en la memoria
de los porteños”.
Ahora
vayamos al recorrido que realizamos
guiado por un ayudante de
la Botica, Daniel, dibujante
y bailarín de tango,
acompañado por la esposa
de Juan Carlos Copes y un
joven bailarín e historiador
de tango de origen holandés.
Ese origen le costó
la nula aceptación
por parte del dueño
de la Botica, que a pesar
de ocho llamados con pedido
de visita le fue negando la
entrada. Apadrinado por, tal
vez, el más grande
bailarín pudo entrar,
demostrando una perseverancia
a toda prueba.
El orden, que si bien lo tiene,
es a primera vista un tanto
caótico y excesivamente
cargado. Son unos 1200 metros
cuadrados atiborrados de pedacitos
de historia porteña
en todo lo que incumbe a su
creación artística.
Sin embargo, y esto es sorprendente
teniendo en cuenta la cantidad
de objetos por espacio, en
cada lugar hay armonía,
una gama de colores predominantes,
una tendencia, un estilo.
Desde obras de grandes maestros
de la plástica como
podría ser Antonio
Berni, pasando por textos
de Alejandra Pizarnik, y las
Ocampo, vestidos y objetos
de Libertad Lamarque, etcétera,
todo protegido por un sinnúmero
de ángeles, cuyo inventario
llevaría un exhaustivo
estudio de semanas dedicadas
exclusivamente a eso.
Todos
los ambientes, desde la nave
principal y sus pasillos,
hasta habitaciones, rincones,
baños, escaleras, patios
y terrazas, todo, absolutamente
todo, está intervenido
por el criterio barroco de
su dueño. Y todo, salvo
tal vez símbolos universales
como los ángeles, rosas
o alguna figura extranjera
muy influyente (me refiero
a, por ejemplo, Shakespeare
que tiene su baño y
donde el visitante puede llegar
a tener el honor de orinar
su estampa en el mingitorio),
todo, todo lo demás
es netamente argentino. Historia,
de arte, fotografía,
farándula -pero de
aquella de los años
´60- arte, arte y otra
vez arte. Tiene todo lo que
habría sido la cocina
de doña Petrona, un
gran espacio dedicado a Carlos
Gardel y una cocina muy kitsch
basada en el diseño
del paquete de la gomina que
utilizaba Gardel en Estados
Unidos. Hay parte de la primera
cervecería porteña
y un pequeño café
que contiene pedacitos de
cafés inolvidables
de Buenos Aires. Una descripción
a fondo sería interminable.
También
contiene un gran espacio,
con doble balcón y
escenario, que es ideal para
cenas-show, más teniendo
en cuenta que en el ambiente
anterior hay una barra hoy
bien fashion (por su estética
setentista). De hecho muchas
grandes obras se han estrenado
primero en lo de Bergara Leumann
para luego pasar a circuitos
más populares. Y si
bien fueron muy conocidas
sus cenas-show en otra época
esto no impide que -para quien
pueda reunir un buen número
de gente y quiera quedar como
un tipo muy original, así
sean guías de turismo,
empresas o cursos- aún
pueda hacerlo.
Para
fanáticos del tango,
del teatro, del cine, de las
letras, de la cultura porteña
en general es una obligación
peregrinar algún día
por esos pasillos, esos sorprendentes
ambientes que te trasladan
a otra realidad. Es así,
insólito, misterioso,
maravilloso, sorprendente
y atrevido. Tal vez esa sea
la razón por la que
el templo esté custodiado
por tres gatos regordetes,
que hacen juego con su amo.
Hay
un solo inconveniente: para
acceder a una visita hoy es
complicado. Hay que mostrar
perseverancia, más
o menos del mismo modo que
un aspirante a monje zen para
lograr su ingreso a un templo.
Yo tuve la vía facilitada
porque nuestro colaborador
y amigo artista plástico
Pablo Ciliberti ha retratado
a Bergara Leumann y le obsequió
la obra. Ahora, vos no sé
con qué excusa irás,
¡pero tenés que
conocer ese lugar!
R.S.
Revista
El Abasto, n° 84, museos,
enero/febrero, 2007.
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