El clima
anda como la mona
Calentamiento
global
En los titulares
de diarios y noticieros
televisivos ha empezado
a aparecer el calentamiento
global, los trastornos climáticos
que achican los inviernos,
que hacen del sol un enemigo,
que tropicalizan las lluvias
del Río de la Plata,
zona clásicamente
considerada templada, que
inundan zonas que no se
inundaban, al menos con
la frecuencia con que ahora
aparecen las inundaciones…
Y
ni hablar si pasamos de
la prensa local, en general
con ojos bastante provincianos,
aunque se trate de diarios
o canales capitalinos, a
la prensa de países
más centrales, en
Europa, por ejemplo, donde
el calentamiento global
ha pasado a ser prácticamente
tema de tapa.
Y
se da un movimiento muy
consabido: durante años,
décadas en realidad,
el mundo empresario, sobre
todo el dedicado a actividades
que inciden en el estado
del clima; la petroquímica,
los fabricantes de aviones
y vehículos automotores,
los grandes laboratorios
químicos, los dedicados
a las instalaciones de aire
acondicionado, y en general
todos los titulares de producciones
contaminantes, negaron sistemáticamente
toda responsabilidad en
el daño a la atmósfera,
negaron que la contaminación
inocultable pudiera tener
efectos negativos. El humo,
negro, espeso, que salía
por las chimeneas o el de
los caños de escape
se “perdía”
en el aire; los desagotes
de los grandes establecimientos
fabriles sobre arroyos,
ríos o mares de materiales
sulfurosos, con altos contenidos
de cromo, cianuro, cadmio
y tantos otros metales y
materiales tóxicos,
se “disolvían”
en las aguas.
““““Era
patente que esas desapariciones
eran tan falsas como las
que los militares nos quisieron
hacer creer en el tiempo
de la dictadura. Sin ir
más lejos, en la
Boca nomás, oliendo
o mirando el Riachuelo,
uno podía desmentir
esa versión “rosada”
de la absorción de
impurezas por la naturaleza.
Pero el
mundo empresario insistía
ya sea que el clima no cambiaba
o que en todo caso, si cambiaba,
nada tenían que ver
con ello. Hasta hace dos
años, climatólogos
que oficiaban de consejeros
del presidente de EE.UU.
George Bush Jr., sostenían
que los cambios climáticos
eran de origen natural o
geológico, no antropogénico,
no causados por la actividad
humana.
Pero
los últimos encuentros
sobre la cuestión
organizados desde la ONU
han llegado prácticamente
por unanimidad a reconocer
la incidencia de lo humano
en los cambios que se están
operando. La capa de hielo
de Groenlandia, una isla
inmensa, casi tan grande
como toda la Argentina,
se achica a ojos vista;
cada año es mayor
su suelo verde (sin nieve).
El mismo achique en gran
cantidad de glaciares, que
hasta hace muy poco se presentaban
como “eternos”
ante la (corta, cortísima)
mirada humana.
El
desprendimiento de algunas
barreras de hielo antártico
parece obedecer a las mismas
causas. El ártico
es bastante más chico,
y los cambios por lo tanto
más fácilmente
observables: la capa de
hielo ártico se está
afinando como nunca antes.
El casquete polar ártico
es como un inmenso témpano
flotante, “fijado”
sólo por razones
climáticas, por gruesas
capas de hielo a tierra
firme. Algunas compañías
petroleras festejan que
ahora les cueste mucho menos
perforar la capa de hielo
ártico para extraer
petróleo de lo que
les costaba antes. No les
importa que el motivo por
el cual la capa de hielo
tanto se haya afinado responda
a que ellos, precisamente,
han “contribuido”
al “efecto invernadero”
(acumulación de dióxido
de carbono que impide la
salida del calor solar que
“vuelve” así
una y otra vez contra la
superficie terrestre; el
CO2 se acumula en el aire
con la combustión
de petróleo, carbón,
leña, gas, etcétera)
como para derretir el hielo,
precisamente.
Pero
la estupidez no es patrimonio
de titulares de petróleo.
La imbécil tarea
de serruchar la rama donde
uno se encuentra apoyado
es compartida por otro exitosos
hombres de negocios. Así,
en el suplemento Rural del
principal diario argentino,
hemos podido leer a su director
festejando el calentamiento
global porque 'permitirá
aumentar el área
de cultivo de la soja'.
Es
el cálculo habitual
de costos y beneficios:
se toman en cuenta los beneficios
para sí y los costos
se externalizan, que los
pague dios. O la naturaleza,
o los pobres o los de otro
país, según
los casos.
Pero
ahora tenemos un segundo
momento.
Desde
que se ha hecho innegable
el papel de la actividad
humana en el calentamiento
global, el mundo empresario
está haciendo un
cambio de frente. Aquello
que se conoce como acomodar
la capa según como
sople el viento. Y, como
dice, sin ningún
reparo moral un redactor
de The Economist debidamente
traducido para La Nación
(2/6/2007) “Actualmente
los empresarios se desafían
entre sí para probar
su preocupación por
el medio ambiente.”
El
cambio de frente proviene,
como tantas otras “ondas”
de EE.UU. Son los empresarios
los que se afanan por empezar
a incorporar en las regulaciones
públicas, estatales,
controles cada vez más
exigentes para reducir,
por ejemplo, el CO2. Sin
abandonar, claro, su clásica
labor de lobby, es decir
llegar a ponerse de acuerdo
con los reguladores de las
oficinas públicas
sobre qué exigir.
“Las compañías
necesitan respaldarlas [a
las normativas federales]
para poder involucrarse
en su diseño. De
allí la necesidad
de mostrarse preocupadas
por el medio ambiente.”
Más claro, agua.
“Involucrarse en su
diseño” significa
que las normas vayan exactamente
hasta donde al mundo empresario
le conviene, es decir hasta
tanto preserve su rentabilidad.
Y “mostrarse preocupadas”
es una sincera demostración
de que se trata de “relaciones
públicas”.
No es preocuparse, sino
mostrarse preocupado. Que
es bastante distinto, por
no decir lo opuesto.
Pero ¿por qué
este repentino interés?
Lo sigue explicando el articulejo
de The Economist: “Energía
más limpia implica
nuevas tecnologías”
y eso implica una “nueva
fuente de ingreso de dinero.”
Ya no les alcanza fotografiarse
con Al Gore; nos explica
didácticamente los
pasos que dieron previamente
y que ahora se presentan
como insuficientes por no
decir fraudulentos: ahora
se trata de invertir nomás,
en “tecnologías
que produzcan energía
menos contaminante”.
Por
cierto que el acompañamiento
del mundo empresario a tecnologías
menos contaminantes se hará
siguiendo las leyes de la
rentabilidad y no el respeto
o el amor a los seres humanos.
Y se hará para preservar
“la gallina de los
huevos de oro” que
es el sistema de consumo
cada vez mayor para el mayor
número, aunque deje
el tendal de seres humanos
desocupados, precarizados,
excluidos, hambreados, despojados
de su suelo y sus medios
de vida (que es la contracara
argentina, por ejemplo,
del éxito monetario
de la soja, que a su vez
da el sustento al gobierno).
Por
eso, cuando el mundo empresario
ha decidido hacer algo por
el ambiente, ha encontrado
como fórmula salvadora
para achicar la emisión
de CO2 los afamados “biocombustibles”.
Que efectivamente achican
la emisión contaminante,
pero también, nos
tememos, va a achicar, irremediablemente,
la cantidad de alimentos
disponibles. Porque “los
ricos del planeta”
no van a dudar ahora, como
no han dudado nunca a quien
“alimentar”
con los cultivos disponibles:
si a las bocas de los pobres
o a los tanques de sus vehículos.
Y
por eso mismo, el cambio
de actitud ante el calentamiento
global que estamos presenciando
ahora a través de
los grandes medios de incomunicación
de masas, dista mucho de
constituir una solución:
en rigor, hemos avanzado
sí, pero porque estamos
aprendiendo a plantearnos
un nuevo problema, y eso
ya es mucho: el problema
que nos plantea algunas
falsas soluciones.
Luis E. Sabini Fernández
[email protected]