Germán
García es
un prestigioso y reconocido
escritor y psicoanalista.
Viejo vecino del Abasto
también. De hecho
la institución psicoanalítica,
que preside y fundó,
el Centro Descartes, está
en el barrio.
Entre las
letras y el diván
Poeta
de boxes
“El primer recuerdo
literario que tengo es cuando
le escribí una especie
de poema a una mujer que
tenía veinte años.
Y yo tenía sólo
nueve”.
Logró
forjarse una cierta fama
en su Junín natal
porque como trabajaba en
un taller de rectificación
mecánica y le hizo
un poema a Eusebio Mansilla,
que era el corredor de autos
más famoso de Junín,
al poema lo terminó
publicando el diario Democracia.
“Fue así como
a mis catorce años
ya era un poeta famoso,
al menos, entre los mecánicos
y a aquellos que les gustaban
las carreras de autos. Un
poeta de boxes”.
Etapa
porteña
Considera que tuvo mucha
suerte. Pero sus comienzos
no fueron fáciles.
Lo primero que consiguió
fue un trabajo en la tienda
Mil Saldos al lado del hotel
donde vivía. No era
mucho el sueldo pero le
bastaba para vivir. Mientras
tanto, terminaba sus estudios
secundarios en el Instituto
Estrada. “Pero me
empecé a juntar,
en forma azarosa, con Raúl
Santana, un poeta, que estaba
conectado con la revista
Vuelo, que era una publicación
de Avellaneda. Empecé
a frecuentar esa revista
y comencé a salir
a la calle Corrientes y
así me fui metiendo
en el ambiente literario…
Esto
fue cuando terminé
el secundario y después
de haber tenido varios trabajos
de todo tipo.” La
primera vez que consiguió
tocar el cielo con las manos
fue cuando encontró
un trabajo en una librería,
donde trabajaba de cinco
de la tarde hasta la una
de la mañana. Después
de eso a cenar y a curtir
la calle Corrientes hasta
altas horas. Total, no había
que madrugar. Hasta que
a sus veinte años
terminó concibiendo
su primera novela, Nanina.
“Está muy inspirada
en Henry Miller, el tono
que tiene. El tema es que
me hice totalmente fanático
de Miller, hasta que cayó
en mis manos Witold Gombrowicz,
que fue quien me dio el
toque de humor que me hacía
falta. Porque, a mí,
lo que no me gustaba de
Miller eran todas esas tiradas
líricas. Así
este cruce entre Henry Miller
y Witold Gombrowicz fue
una liberación porque
me permitió sacarme
el peso de Borges. Porque
si hay algo que reconocerle
a Miller es que tenía
esa cosa de que si uno no
podía escribir, se
sentaba y escribía
eso y si uno podía
hacerlo, mucho mejor, claro”.
Me cuenta que en una revista
que hacen con otra gente,
actualmente, publica muchos
de sus textos de los veinte
años, retrabajados.
El tema fue que a la librería
donde trabajaba la frecuentaba
un escritor reconocido al
que decide abordar para
decirle, precisamente, que
no le gustaba lo que escribía.
El resultado fue que el
escritor en cuestión
lo incitó a que le
mostrara lo que el escribía.
Entablaron una suerte de
desafío. Y García,
ni lerdo ni perezoso, le
pidió a un amigo
que tenía maquina
de escribir poder transcribir
su Nanina. Y se la llevó.
“Al poco tiempo, me
llamaron de Jorge Álvarez,
que era una editorial muy
importante. Piri Lugones
que hacía la parte
de marketing de la editorial
me dijo que a la novela
la había leído
Rodolfo Walsh y que le había
gustado mucho. Y me hicieron
el contrato. Piri tuvo una
idea extraordinaria que
fue mandar la prueba de
galera sin el nombre a todos
los periódicos y
pedir opinión. No
hubo nadie que hablara en
contra. Claro, no sabían
de quién era. Todos
mandaban: sí, excelente
novela. Recuerdo que la
primera edición salió
un martes y se agotó
el viernes. Vendí
en tres meses cuatro ediciones.
Y ahí me la prohibieron”.
Era el gobierno de Onganía.
Mientras tanto, seguía
ganándose su pan
en la librería donde
pasó a ser un empleado
famoso ya que allí
daba sus entrevistas, se
sacaba fotos. Pero la cosa
no dio para más.
Y tuvo que dejar el empleo.
Con una indemnización
mediante que, claro está,
no le vino nada mal. “Aparte,
le propuse a Álvarez
poder sacar parte de mis
derechos de autor de la
novela en forma mensual
para mis gastos básicos.
Pensá que ya tenía
un hijo y un alquiler que
pagar” Luego, comenzaría
a trabajar como creativo
publicitario para una agencia.
Donde sólo una vez
le publicaron un aviso.
Donde aprovechaba ese tiempo
laboral para escribir su
segunda obra, Cancha Rayada.
Su
acercamiento al psicoanálisis
“Después de
publicar Nanina me acerqué
a la revista Los Libros.
Una suerte para mí.
La había fundado
Héctor Schmucler,
que venía de estudiar
con Roland Barthes, en Francia.
Esta revista era todo un
milagro de la época,
tenía una tirada
de siete mil ejemplares
y en la tapa aparecían
personajes como Levi Strauss,
Lacan. La cerraron los milicos,
por supuesto. Ahí
escribían Piglia,
Beatriz Sarlo y yo, entre
otros. A través de
esto me contacto con Oscar
Masotta y ahí empiezo
con el psicoanálisis”.
Pero este otro interés
suyo ya venía de
antes. Aunque, claro, no
con una seria indagación
del tema.” No había
sistematizado mi lectura.
Comienzo a sistematizar
cuando estoy con Masotta,
que es cuando empiezo a
estudiar a Freud y a Lacan,
estudiábamos alemán
para tener una mejor comprensión
de los textos. De toda esa
experiencia salió
un libro mío, que
me ha dado mucho placer,
que es Macedonio Fernández:
la escritura en objeto,
que editó Siglo XXI
en el ´74 y que se
reeditó en el 2000.
Es internacionalmente conocido
porque es el primer libro
importante que se hace acerca
de la figura de Macedonio.
Aunque, previamente, ya
había hecho Hablan
de Macedonio Fernández
y le había ido muy
bien. Era un libro de entrevistas
a tipos que habían
conocido a Macedonio. Estaban
Borges, Marechal; Peyrou;
Bernárdez, Jauretche...
Éstas fueron dos
experiencias importantes
mías como escritor.
Y en el año 75 empecé
a trabajar sobre La historia
del psicoanálisis
en la Argentina. Descubrí
a un chileno que había
venido acá en 1910
a imponer a Freud. Germán
Grege, se llamaba. Y descubrí
a otro montón de
autores, que entre el 10
y el 30, se interesaban
por el psicoanálisis.
Psiquiatras, muchos de ellos.
Pero en el 30 acá
eran todos biologistas,
de derecha. Aunque había
algunos que no” Pero
para el psicoanálisis
aún no era el momento,
al menos, en Argentina.
“Pero toda esta prehistoria
del psicoanálisis
no estaba consignada en
ningún lado”.
Etapa
europea
Su segunda novela, Cancha
Rayada, fue una obra más
experimental como un modo
de romper con la estructura
de lo que había sido
la primera. “Pero
después retomé
un tono más Henry
Miller, que me gusta mucho
como usa la primera persona.
Fue en una novela, que sacó
Corregidor, que se llama
La Vía Regia. Y ahí
me pasó una cosa
muy particular, cuando salió
publicado este libro. Resulta
que estoy esperando el diario
porque sabía que
iba a salir una nota, lo
abro y aparece una nota
acerca de la matanza de
Monte Chingolo y me dije
acá se acabó
-. Fue ahí cuando
me puse a trabajar en el
libro acerca de la historia
del psicoanálisis
porque sabía que
acá mucho no se podía
crear”. Así
fue como comenzó
a revisar archivos, bibliotecas
hasta lograr dar a luz al
libro en cuestión.
Pero la cosa no daba para
más y en el año
´79 decidió
irse del país. No
podía trabajar. “Si
organizaba un grupo de estudio,
te decían que tuvieras
cuidado, que era mejor que
no nos reuniéramos.
A veces, estabas en un grupo
de estudio y te aparecía
un tipo sospechoso, un cana
encubierto, que te preguntaba
el por qué del malestar
en la cultura, que se estaba
tocando la cuestión
social del país.
Y de nada te servía
explicar que nuestro trabajo
era ver la parte clínica
del asunto. Y como ya había
estado en Barcelona con
Masotta, me fui. Me vino
bien, porque estando allá
conocí a Jacques
Lacan”.
Nuestro
entrevistado ya había
andado, de visita, por Barcelona
en el ´76 y fue allí
cuando conoció a
un grupo de gente de una
sofisticada revista de literatura.
Y una vez que estaba, años
después, viviendo
en esa misma ciudad esta
misma gente lo ayudó
a instalarse. “También
empecé a dar cursos
allí, en Málaga,
en Galicia. En realidad,
andaba por todas partes
y con el dinero que juntaba
me pasaba cuatro o cinco
días por mes en París,
analizándome y asistiendo
a otros cursos. Vivir en
Europa te hace darte cuenta
del lugar relativo de la
Argentina en el mundo. Yo
tuve dos percepciones. Por
un lado, el inmenso caudal
de la cultura española.
La otra percepción
que tuve fue la segregación.
Los
catalanes trataban de demostrar
que eso no era cierto. Una
vez, escuché que
le preguntaban a un tipo
cuánto hacía
que vivía allí.
La respuesta fue: ´Hombre,
soy andaluz. Hace sólo
cinco generaciones que estoy
acá´. Si la
mano venía así
¿cuándo yo
iba a poder insertarme ahí?
Nunca. Claro, que también
tenés los museos
y te encontrás con
la obra de Goya, empezás
a ver el Siglo de Oro español.
Pero, sin embargo, ves a
algunos escritores españoles
que están muy idiotizados
porque están aplastados
por esa cultura, no pueden
responder. Además,
sucede algo muy similar
a lo de Estados Unidos y
es que no hay contactos
sociales entre la gente
sino que es el trabajo el
que aglutina. Todos mis
amigos que se fueron a vivir
a Francia, se jubilan y
se vuelven porque nadie
los va a invitar nunca a
su casa”.
Otra
vez Argentina
Así las cosas, en
el ochenta y cinco decidió
reinstalarse otra vez en
el país. Pero la
etapa europea alumbró
en el escritor la novela
Perdido. “Después
la reescribí con
el nombre de La Fortuna
porque cuando la hice fue
medio con la perspectiva
de volverme y le faltaba
distancia, tendría
que haberme tomado más
tiempo. Además, yo
muchas veces reescribo.
Eso lo aprendí de
Borges. Porque
uno no tiene porque condenarse
a ciertos textos si no te
gustan, entonces, los reescribo”.
Otra vez en suelo criollo
se metió de lleno
en la vida cultural publicando
una gran cantidad de artículos
y libros varios, sobre todo
vinculados al psicoanálisis,
armó muchas instituciones
psicoanalíticas en
el resto del país
y en el año 2004
se ganó una beca
Gugenheim con la que sacó
un nuevo libro. Me cuenta
que su trabajo como psicoanalista
lo pone en contacto con
gente joven y así
está al tanto acerca
de ciertas modas lingüísticas.
Me señala lo siguiente
“Con la crisis del
2002 aparece la expresión
´está bueno´
en vez del ´está
bien´, y si observás
esa frase, guarda un sentido
de resignación. Un
caso: conseguí un
trabajo en Mac Donald´s,
me pagan poco pero está
bueno, también. ´Está
bueno´ es lo opuesto
a estar bien, es como una
consolación”.
Me
asevera que como escritor
no tiene ninguna rutina
“Porque tenés
dos formas de dedicarte
a esto: o te armás
la carrera del escritor,
para un triste mercado en
el que sólo vas a
vender quinientos ejemplares
por año. El berretín
de vender mucho y ser reconocido
ya me lo saqué. No
tengo ningún apuro
para escribir. Ahora estoy
escribiendo una novela desde
hace tiempo pero sin apuro.
Sólo escribo ficción
breve. Además, no
tengo ganas de obligarme
a mí mismo a escribir
novelas para existir en
el mercado editorial. Y
como tengo la suerte de
que vivo de otra cosa, ¿para
qué obligarme?”
Marcelo
Saltal
Revista El Abasto, n°
91, septiembre, 2007.