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El 21 de octubre de tarde se realizó la Cumbre de Juegos Callejeros y luego la décima Milonga de la Calle Humahuaca. Preferimos que esto lo explique uno de sus organizadores.

Mezcla rara de feria y fiesta popular

Algo que no saldrá en los diarios, lo que sí sale en los diarios en estos días es el país de la violencia, del patoterismo, gangsteril, quizá como residuo histórico de un “alma” constitutiva de la argentinidad, quizá como una de las formas naturalizadas de la política y sus códigos validando formas de vida basadas en el sometimiento, en la amenaza, en la ley del más fuerte, del más salvaje… nos intentan decir al conjunto sobre la verdad del funcionamiento público, lo visceral de… “como funcionan la cosas”.
    
La calle, sinónimo de lo público si lo hay, sinónimo de la temperatura social de su nivel de ordenamiento o de estallido, hace rato que se constituyó en el lugar de la inseguridad, el lugar donde duermen los niños que nacieron sin infancia, el lugar de las disputas a tiros por el “lugar”, el puesto. La calle es el lugar donde otro que nunca es uno se “debería ocupar”, es el depósito de la desidia, el “basural” donde van a parar la preocupación por el “otro”, por el medio ambiente. Es lo extranjero al propio grupo de pertenencia, lo que es de “nadie”. La calle es un “no-lugar” o un lugar donde solo hay que pasar, para llegar a otro, al lugar al cual sí vamos, donde nadie supone estar “cuidado”, ni que tenga que cuidar a otro. La calle es en definitiva “el estado de nuestro estado de ciudadanía de percepción y de lugar del otro ciudadano/persona”.
    El sábado 21 de octubre, luego de un largo receso (“post-Cromañón”) un pequeño colectivo de vecinos, que se recibieron de tales, desde los tiempos de las asambleas y el ocupar la calle para convertirlo en ámbito de debate y acción ciudadana, volvieron a “cortar la calle”, para invitar al vecindario al encuentro festivo. Con un enorme trabajo. La calle Humahuaca, entre Bustamante y Billinghurst, en ese largo día vuelve convertida en un espacio donde el código es la fiesta, una multitud, más de 1000, quizás 1500. La calle era un lugar a donde ir y quedarse, fue muy difícil decir el momento en que se debía concluir. Un espacio armado sin delegaciones, ni mezquindades por sus protagonistas, luces de colores con escenario, amistad, con sueños, la multitud cubría todas las edades con primacía de los treinta. Y algo devino diferente en lo cotidiano de la ciudad. La calle puede ser un lugar de luces coloridas, (sin venderte por ningún apoyo político) de danzas, tambores, chacareras, una suma multicultural y seguro, una restitución en la confianza del otro. Quizá un lugarcito más donde sobrevive lo utópico… en tiempos de violencia.

Ricardo Federico Bejarano

Revista El Abasto, n° 82, noviembre 2006.


 



 

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