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Para entrevistar a Alfredo Moffatt me acerqué a su escuela Bancavida de Psicología Social en Rivadavia 3482, 1er piso. Me encontré con un incansable luchador social...

“El psicoanálisis es absolutamente funcional al sistema”

Alfredo Moffatt es sumamente comprometido con su trabajo. Está muy reconocido por su trayectoria entre las que cuenta la fundación de El Bancadero. Hoy está con su Oyitas [sic] populares y con su escuela Bancavida situada en la avenida Rivadavia. Además de diseñar programas sociales -que funcionan- se dedica a testimoniar fotográficamente los distintos hechos. Como tantos hombres comprometidos tiene su buena cuota de egocentrismo, paciencia y humor. Además, desde luego, que una inteligencia pujante. Pienso que para esta columna encaja de maravilla y considero lo que nos cuenta muy interesante. En Psicología Social es un referente para los que trabajan in situ con lo más pesado. Así como podríamos decir que la Escuela de Psicología Social de Ana Quiroga es otra herencia de Pichon Rivière, más institucional.
     Moffatt fundó La Coferata un grupo de donde nació la radio La Colifata. “Así que soy el abuelo de La Colifata, porque mis organizaciones tienen hijos que se independizan”. Lo mismo pasa con EPS (Emergencias Psico Sociales, véase El Abasto, n° 64, abril 2005) que fundó su alumno Carlos Sicca. “Ahí soy el abuelo también”, me dijo orgulloso Moffatt. “hay que trabajar in situ. Ahí es un encuadre distinto, técnicas de crisis, hay que atender el shock psicológico. Estuvieron en todos lados, en la catástrofe de LAPA, en Río Tercero…” Luego de leer esta nota recomendamos www.moffatt.org.ar. Ahora mejor dejemos que él hable.

¿Quiere comenzar contando un poco su relación con Pichon Rivière y su primer acercamiento a la psicología social?
“Yo ya venía de antes trasgresor medio raro y luchador de campo con modelos de pensamientos distintos a los reinantes. Y Enrique también tenía un pensamiento ruptural respecto al psicoanálisis. Fundamentalmente porque es un instrumento de la burguesía. Fijate que trabaja de a uno, de modo individual, y solo con las palabras -limitando la acción- y trabaja hacia el pasado. De modo que con eso tiene asegurado de que no aparece lo social, lo grupal, no aparece la acción ni el futuro. Es decir, es absolutamente funcional al sistema. Y él lo abrió. Yo ya venía de experiencias fuertes en la convergencia de pobreza y locura. Seguramente tengo mis razones, tal vez por parte de mi infancia por interesarme en reparar la pobreza y la locura. Experiencia de pobreza y experiencia de locura. La familia mía es de origen inglesa y alemana; algunas bastante cargaditas. Digamos, antecesores complicados.
    ”Con Pichon nos conocimos cuando yo saqué mi primer libro, Estrategias para vivir en Buenos Aires, y él lo presentó en la escuela. De ahí estuvimos diez años. El me llamaba «un hijo putativo», era como casi una mala palabra. A él le gustaban ese tipo de bromas, algunas pesadas, muchas en relación con la muerte, con lo paradojal. En definitiva al absurdo que es la realidad. Señalada una paradoja diciendo «che, que parajoda esto». Ya ahí hacía un juego. Era un tipo extraordinario. Y mirá que he conocido a mucha, mucha gente. Claudio Freire, Helder Camar La Madre Teresa, Tibor Gordon, mucha gente. Sin embargo, Enrique era un maestro zen. Te partía en dos pero después te cosía mejor, porque estabas torcido sin darte cuenta.
    ”Yo venía con un pensamiento alternativo en relación a pobreza y locura, que es lo popular. En nuestro país hay una larguísima tradición de la burguesía, de la clase media, de negar al habitante del país. Es un modelo que se generó en las colonias. Cuando Garay fundó Buenos Aires le puso una empalizada y dejó a los indios, los habitantes originarios de la tierra, afuera, en bolas y a los gritos, con ganas de entrar. Ahora esa empalizada se llama General Paz.”

Hace un cuarto siglo fundó el Bancadero. ¿Quiere contarnos sobre esa experiencia?
“Sí, fue hace veinticuatro años. Una experiencia muy linda. Estábamos saliendo de la noche de los asesinos. Había como una alegría, un amanecer. La noche negra había terminado. Fue explosivo, muchísima gente. Con métodos alternativos. El Bancadero se hizo sin permiso y sin plata, como se hace todo lo autogestivo, lo alternativo. Había que arreglar el edificio sucio, destruido, no tenía ni luz ni gas, nada. Los pacientes traían un pedazo de caño, un pedazo de cable y se iba haciendo. Yo venía de Estados Unidos habiendo conocido la experiencia de los Black Panters, las comunas hippies, y tenía una concepción con fe en lo comunitario. Se reunieron varios factores. Uno fue el haber conseguido una casa [Gascón 265] absolutamente destruida por cuarenta pesos. Porque era más que nada para que no la intrusen. Había sido una casa señorial de quince habitaciones de principios de siglo, y luego había sido casa de citas de Evangelito y Rulerito, dos matones del caudillo de Avellaneda. Después fue el conventillo El Águila. También fue un depósito de almacén.
    ”Yo había armado un equipo de psicólogos sociales para las crisis. Cuando entré a ese edificio les dije que íbamos a hacer un centro de salud mental. A lo que me comenzaron a preguntar «¿vos tenés un capital enorme para arreglar esto?» Les dije «no». «¿Vos tenés permiso de salud pública municipal?». «No». «¿Tenés profesionales?». «Sólo ustedes». A veces las ideas locas cuando apuntan a algo necesario suceden. Además tuve la suerte que María Esther Gilio -una periodista de las de Marcha- hiciera una nota de dos páginas en Clarín revista que antes era bastante interesante. Salió el domingo y el lunes habían unas cuarenta a cincuenta personas para asistirse. La comunidad se llamaba «Curaros los unos a los otros», de autogestión. Entonces los dejamos entrar y les expliqué que si querían atenderse había que arreglar primero la casa. Con técnicas sofisticadas, trabajo grupal, se trabajaba dos o tres horas y después nos sentábamos a analizar las angustias por mover un ladrillo. En general al mover un ladrillo la gente ya comienza a curarse. Primero trabajábamos con terapia de contención solamente, sin movilizaciones. No buscábamos en lo profundo sino solo contener, para bajar el nivel de angustia. Después se fue complejizando, incorporamos el psicodrama y logramos un centro que tenía los mejores supervisores. Tato Pavlovsky, Fernando Ulloa, Kesselman. Teníamos la crema como supervisores. Teníamos un equipo de arteterapia, laborterapia. Hacíamos fiestas terapéuticas bajo el lema «vení a bailar con tu fantasma preferido», para carnaval. Es decir, se transformaba en un psicodrama. El carnaval siempre ha sido un psicodrama que permite al vecino sacar el personaje ese reprimido que por estar reprimido después hacía cagada. En cambio, si está socializado se incorpora a la cultura. Venía mucha gente, como trescientas personas, hasta el amanecer.”

Y hoy en día, ¿usted sigue en El Bancadero de Carlos Gardel y Anchorena?
“Es el mismo que se ha ido mudando. Sí, bueno ahí también soy el abuelo. Voy, doy clases y cuando hay quilombo aparezco. Trabajo como de abuelo. Un abuelo tiene distancia, tiene un panorama, tiene historia y dice boludeces de orden general tipo «pórtense bien». Porque las cosas más fundamentales son muy simples. Yo si me llego a pensar como gurú, de esos que están sentado en una cueva esperando la visita de gente ansiosa de conocimiento les daría dos verdades básicas basadas en Marx y en Freud, «coman y cojan»… [Risas] Volviendo a las organizaciones que fundé, fueron muchísmas, se me fue la mano. No sé como una persona puede hacer tantas cosas en una sola vida. Claro que son setenta y tres años ya.”

Escuché que usted para comprender mejor a sus pacientes linyeras, se fue a vivir a la calle. Y que después de meses Pavlovsky lo fue a buscar. ¿Esto es verdad?
“No, ahí ya empiezan las anécdotas que son comunes cuando una persona se hace conocida. Pero me faltó poco. Como podés ver vos acá está mi mesa de luz, acá duermo y trabajo. Tengo tres cargos en la escuela: soy director, profesor y portero.”

¿Usted también tuvo algún cargo público?
“Sí, fui director del asilo de mendigos. Actualmente soy asesor del gabinete de Felipe Solá. Él me nombró para que haga lo que siempre hago, me permite desarrollar todo esto. Con los sobrevivientes de Cromañón, en Isidro Casanova, hicimos una plaza, un boliche de trescientos metros cuadrados en hormigón. Fijate que son pibes de dos villas bravas y un asentamiento de por ahí y la noche que la inauguraron bailaron toda la noche sin un solo incidente de violencia. Entonces: no son vagos ni violentos. Demostré lo contrario de lo que dice Blumberg, que dice que son vagos «le tirás una pala y se escapan» y no. Yo les di una pala para que ellos laburen algo para el barrio y estuvieron ocho meses y no sabés lo que es el hormigón ¡Y hay que laburar con hormigón armado! Cuando inauguraron había trescientos monos bailando el pogo, cagados de risa, contentos. ¿Dónde están los feroces jóvenes, violentos y vagos del conurbano? En la fantasía de los explotadores que los pusieron en esa situación. Esa situación de despojo de la vida.”

¿Qué tiene que ver esto con Cromañón?
“De estos lugares fueron veinte y volvieron quince. La mayoría son sobrevivientes o familiares. La plaza se llama Plaza La Memoria de los Chicos Presentes.”

¿La intención es que ahí toquen bandas de rock? Porque por todos lados hay recorte a lo cultural alternativo y pequeño y las bandas suelen tener problemas al momento de tocar.
“Las bandas son importantes para la agrupación de los chicos. Lo hicimos autogestivamente con los padres. Es el primer trabajo que me encargó Felipe, pero de modo alguno utiliza esto para su campaña política. El día de la inauguración fue, estuvo media hora hablando con la gente y se fue. Ningún uso político.”

¿Una intriga nomás? ¿Cómo funciona este lugar?
“Es una escuela. Acá no atendemos, formamos alumnos. Es un lugar comunitario. Con el espíritu de bancar. Está dando pérdida porque hay pocos alumnos. Paradójicamente cada vez soy más reconocido y cada vez menos alumnos. No hay profeta que le vaya bien en su tierra. En Brasil tengo diez ediciones de Psicoterapia do oprimido, igual con Terapia do crisis.
    ”También estoy con Las Oyitas que es una autogestión con las madres de las villas. Esto se hizo en tres Las Achías, Fondo Sarmiento y Barrio Boliviano. Es un modelo que muestra que son posibles ciertas tecnologías sociales, después que los demás lo hagan.”

Rafael Sabini

Revista El Abasto, n° 83, diciembre 2006.


 
 

 

 

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