Entrevistamos
a Gregorio Plotnicki,
dueño y creador del
Museo Manoblanca,
de Centenera y Tabaré,
fabuloso espacio donde los
´40 desde una perspectiva
popular es la época
protagonista.
Esquina
bien porteña
En el porteño barrio
de Pompeya se encuentra el
Museo Manoblanca. Nació
hace más de dos largas
décadas como “Esquina
Manoblanca” y en 1997,
con el apoyo de la Legislatura
porteña que lo declaró
Sitio de Interés Cultural
la esquina fue obteniendo
status de “museo”.
Entrar
a ese espacio fue como un
viaje en el tiempo por las
colecciones de objetos de
hace años, muchos años.
Las habitaciones están
muy ordenadas e impecables
y si bien tiene muchos objetos
en las paredes queda el espacio
libre por ausencia de muebles
lo que permite una cómoda
circulación. Su dueño,
Gregorio Plotnicki, es poseedor
de grandes colecciones, entre
ellas una serie de fileteados
de León Untroib. Luego
de dar una vuelta por el museo
nos sentamos e inmediatamente
Plotnicki comienza a contarme
cosas. “El
Gobierno de la Ciudad a través
de centros de jubilados organiza
tours que muchas veces comienzan
en el Museo Manoblanca. Después
de ahí van a La Boca,
a San Telmo y por último
los llevan a comer a un restaurante.
Todo gratis. Por último
los llevan de vuelta al centro
de jubilados.
”Para
las personas mayores, lo que
para tu generación
es sencillo, para nosotros
es complicado. Nosotros venimos
de juegos como el balero,
de cosas más rústicas.
Nos cuesta entrar en este
tipo de sistema. Además
hay como una especie de rebelión,
por ejemplo, de no usar celular,
o un montón de cosas.
Si a los chicos de hoy, con
todo esto moderno, le cortan
la luz por una semana se mueren.
Nosotros no teníamos
luz. El día que yo
nací no teníamos
agua, por ejemplo. El río
se retiraba y las esclusas
no llegaban siempre a cargar.
Venimos de un sistema más
primitivo. Que no era malo.
Porque todo esto nos conduce
a la nada. Fijate la libertad,
la trasgresión que
se vive. Algún joven
me ha dicho, «pero ustedes
eran sometidos», pero
no éramos sometidos,
nos ponían límites.
Teníamos una educación
que incluía los sábados,
el feriado 25 de Mayo se iba
igual. Si era domingo había
que ir. Todo el sistema actual
está lleno de vacaciones,
sábados y domingos.
Cambió mucho la forma
de vida, todo fue muy vertiginoso.
En este museo, este refugio,
trato de reunir cosas y defender
contra salir a la calle y
ver todo lo que está
pasando. Tanta inseguridad,
miedo, no existía eso.
Nosotros jugábamos
en la calle. Hoy no hay chicos
en las calles, y no hablo
del centro; en los barrios.
No salen por la inseguridad
o porque están recluidos
jugando con la computadora
o con Internet, que es tan
peligroso. Así este
museo puede servir también
como paragolpe para que no
se terminen todas las vivencias
que hemos tenido nosotros
en nuestras infancias.
”Nosotros
vivimos una infancia inocente.
Había respeto por la
familia. Cuando nosotros éramos
chicos estaba la mamá
en la casa. Hoy las mujeres
trabajan.”
También
hoy hay más gastos,
la sociedad de consumo está
más afianzada...
“Claro. En esa época
no teníamos tantos
gastos. No había cobertura
médica. Ibas al hospital,
era gratis. No habían
ni geriátrico ni casa
de velatorio. El viejo vivía
y moría en la casa.
No molestaba, era así.
Habían cosas desagradables.
A mí me impresionaban
los lutos de las mujeres,
todas de negro. Tal vez se
había muerto un familiar
en España o un tio
de no sé dónde
y el luto seguía por
años. El hombre usaba
las corbatas y los paños
en el brazo. Eso no me gustaba.
Pero reinaba algo que hoy
escasea y es la solidaridad.
El vecino se podía
preocupar por uno. Yo vivo
en un edificio de departamentos
y el otro día me crucé
con una vecina y le digo «hace
mucho que no veo a su marido»
y me contesta: «hace
quince días que murió».
Estamos todos muy distantes.
Lo que queremos es que este
país funcione, acá
podrían vivir 300 millones
de habitantes, no cuarenta.
Si nosotros no luchamos vamos
a perder la identidad. Los
pueblos que no tienen identidad
y memoria siempre repiten
los errores. Acá seguimos
repitiendo las inflaciones,
las estafas, la gente deposita
la plata en los bancos y se
la quitan, siempre el abuso,
siempre el miedo a la próxima
inflación, «¿qué
hago con la plata? ¿me
la gasto? Al final mi padre
ahorró y después
perdió mucho.»
Es un gran problema. Con el
miedo que se vive en esta
sociedad, mientras sigamos
así no vamos a poder
funcionar.”
Comprendo
la inquietud por preservar
aquello. Contame de la casa...
“Mi papá compró
esta casa en 1945. Yo tenía
ocho años, hoy tengo
sesenta y nueve. Nací
en Pompeya, viví aquí,
aunque hoy vivo en Caballito
porque me casé con
una chica de ahí, pero
acá tuve mis amigos,
fui a la escuela, siempre
me gustó este barrio.
Tiene la pureza de los barrios
bajos, con la gente sufrida,
con orgullo a pertenecer a
Pompeya. Nosotros teníamos
y tenemos un negocio en la
esquina del cual vivíamos
y vivimos y ésta era
la casa de la familia. El
patio no estaba cerrado, el
aljibe es de mentira. La sala
eran dos piezas.
”Si
me tengo que definir yo toda
mi vida fui coleccionista.
El coleccionista es un adicto.
De chico comencé coleccionando
bolitas, la cachuza, la lechera,
las figuritas. Después
empecé con la parte
más importante de mi
vida que fue la filatelia.
Me marcó a fuego. En
esa época habían
unos ochenta países,
no como ahora que hay como
doscientos. Recuerdo por ejemplo,
que las estampillas de Finlandia
decían Suomi. Empecé
a imaginar países,
a los que no tenía
otra forma de llegar, no había
Internet ni televisión.
Estoy hablando de los años
44, 45, 46. Después
comencé con la numismática,
con monedas, medallas, esas
cosas, pero tanto la filatelia
como la numismática
eran complicadas y muy costosas.
Después seguí
con pinacoteca, cuadros, y
después con libros
antiguos. Mi padre decía
que era un cachivachero. Eso
sí, siempre tenía
todo muy ordenado. Por ejemplo,
acá tengo una colección
de espejitos de publicidad
que se daban en los años
treinta. De un lado el espejito
y del otro la publicidad.
Yo tengo ahí treinta
espejitos. Algunos tienen
calendario y podés
ver la fecha. Todo lo que
veía juntaba. No tenía
ya donde poner las cosas.
”En
1982, mi hijos eran chicos,
nos fuimos a Mar del Plata.
Una tarde me fui a caminar
y entro en una casa de libros
usados y veo un libro chiquito
que decía «Cancionero
de Homero Manzi». Lo
abro y en el centro del libro,
página 52 estaba la
letra Manoblanca. Entonces
al leerlo caí. Yo tenía
una noción, pero muy
difusa. Leer que el Colegio
Lupi donde estudió
Homero Manzi estaba acá
enfrente, comencé a
juntar un montón de
elementos, fui como tomando
conciencia. Al volver en el
83 pongo la letra de Manoblanca
en el cartel que aún
está en la calle. Pensé
que se iban a reír
de mí «mirá
este polaco», pero no.
Todo lo contrario, pasaba
la gente y me decía
«qué lindo».
Así que hice el mural
en 1990, conseguí que
la calle Lanza en la otra
esquina pase a ser Homero
Manzi gracias a un diputado.
Comencé a armar algo
que aportara aún más
identidad al barrio. Para
corresponder esta confianza
que me pudieron dar personajes
como Julián Centeya,
Aníbal Troilo, Tita
Merello, Osvaldo Pugliese,
Julio De Caro, Enrique Santos
Discépolo, o sea un
montón de gente. Me
he hecho amigo de Untroib,
de pintores. El sábado
me invitó a la casa
Bergara Leumann que tiene
su Botica que es fabulosa.
Ésas son vivencias.
”Ojalá
que esta visita también
te sirva como aliciente para
que sigamos trabajando por
la memoria de la ciudad. Para
que tus hijos, mis hijos,
mis nietos, tengan un mejor
pasar. A veces vienen niños
de las escuelas y yo le digo
a la maestra que al menos
le enseñen a cantar
Sur, La Cumparsita o Manoblanca,
porque si se van de la Argentina
y están lavando platos
en Nueva York que al menos
les caiga un lagrimón
cuando escuchen un tango.
Si no lo conocen no les va
a pasar nada. Los chicos tienen
un léxico de seiscientas
palabras cuando el idioma
tiene 20 mil. Sus padres se
esmeran y le ponen Yésica,
Jaquelin, Nahuel, pero ellos
siempre se llaman «Boludo»
o «Chabón»,
que viene de bocha, uno medio
lelo.
Yo veo policías en
las esquinas y cada dos por
tres están absorbidos
por el celular, pero ellos
deberían estar atentos
cuidándonos. Si yo
fuera barrendero tendría
la calle mejor barrida de
la ciudad. Mi abuelo decía
«cada uno tienen que
hacer lo que le toca lo mejor
posible».”
¿Y
económicamente cómo
se sostiene el museo?
“Fundé la asociación
Manoblanca. Una sola vez conseguí
un subsidio de la Fundación
Kellog´s y pude hacer
muchas cosas. Yo lo hago todo
muy a pulmón. Llego
de mañana, lo limpio.
Soy un poco rayado, viene
una vieja y empieza con el
dedo «mirá, mirá»
y yo enseguida la freno: «por
favor, señora, no le
meta el dedo encima, se ensucia
y además si se llega
a caer, ¿qué
hago?». Lo que pasa
que lo que está limpio
y bien cuidado se cuida más.
La idea es que respeten lo
que es lindo.
”Antes
abría todos los días,
pero me asaltaron dos veces,
poco pero me golpearon. Así
sábado y domingo no
va más. Yo llego a
las 5 menos 25 de la mañana.
Yo vivo al revés, me
levanto, desayuno y me voy.
Vuelvo a casa a almorzar y
después de nuevo al
museo. Yo limpio, yo hago
de todo.”
¿Contame porqué
cuando decidiste dar premios
a quienes aporten a la cultura
porteña elegiste como
ícono justamente un
buzón?
“Todo comenzó
cuando yo en 1999 reclamé
el buzón que el correo
había quitado de la
esquina. Se lo llevaron con
justa razón, porque
la gente ya no manda cartas
como se mandaban antiguamente.
Pero me pareció mal
que se lo llevaran y mandé
dos cartas a los diarios argumentando
porqué no había
que retirar el buzón,
que es parte de nuestra historia.
A los 15 días el correo
devolvió el buzón.
Después de ese logro
creamos La Orden del Buzón
que nos dio una proyección
porque no era fácil
traer gente a este museo.”
¿Cuántos
buzones de la orden has entregado?
“En total 320. Toda
gente de nivel, aunque algunos
tal vez no tan conocidos.
Muy, muy importantes serán
250: le entregamos a Bielsa,
a siete u ocho embajadores,
a Eladia Blásquez,
Ben Molar, Luis Brandoni,
Amelia Bence, Beba Pugliese,
José Gobello, Marcos
Zucker. Todos los que reciben
el premio son personas o instituciones
que hacen o han hecho algo
importante para la cultura
porteña.”
Nota
red. Cabría agregar
que la revista El Abasto
ha tenido el honor de recibir
un buzón el 5 de septiembre
de 2005.
R.S.
Revista
El Abasto, n° 84, museos,
enero/febrero, 2007.
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