Revista N°203

La novela ganadora del Premio de la Crítica habla del Abasto

Feria del libro:

En Black out la periodista María Moreno repasa bares y recovecos de estas calles.
    María Moreno, una de las voces más expresivas y contundentes del periodismo y la literatura actual, forjó su mirada y leyenda en las calles del Abasto y Once. Da cuenta de aquellos años en el libro Black out (Literatura Random House) que a fines de abril fue distinguido con el Premio de la Crítica en la 43° Feria Internacional del Libro de Buenos Aires.


Un jurado de notables —entre ellos Osvaldo Quiroga, Flavia Pittella, Canela, Antonio Las Heras, Mónica López Ocón, Cristina Mucci— reconoció el valor de esta obra, de tono intimista, pero también en clave de bitácora de viaje.
    “Al amanecer, si yo duraba sentada en el Bar Alex, me salteaba la resaca agregando cerveza a mi ginebra. A veces me cruzaba a la Plaza Once y armaba en mi cabeza una crónica que nunca escribiría”, dice Moreno en un pasaje. Como una revancha ante ese estado de hoja en blanco, lo hizo, y el resultado son casi medio millar de páginas en tono confesional que recrean una época del barrio —un tiempo “de encierros imperfectos o de solidaridades caseras”— a través del pulso de una de las grandes plumas del presente.


El conventillo de la calle San Luis
En Black out, Moreno cuenta que su infancia pasó en un conventillo de la calle San Luis, una “frontera difusa entre el Once y el Abasto que se extendía en negocios improvisados en un zaguán, edificios de departamentos donde la novedad del incinerador ofrecía una modernidad accesible en cómodas cuotas y casonas con garage que no acostumbraban abrir sus persianas a este tránsito de carros cargados de verduras, botellas vacías y artículos de mimbre; de reparadores de paraguas y de afiladores de cuchillos, amén de los clásicos cuenteniques”.
    En la parte de adelante, el living, estaba el estudio de su madre, doctora en química; una versión, dice ella, abastense de “M'hijo el dotor”. En el fondo estaba su abuela “con la ropa de luto y el turbante en la cabeza con que remedaba sin saberlo a la cándida de Niní Marshall”. “Allí resistía el conventillo oscuro con su despojo mobiliario y las convivencias espurias: la gallina alcancía de yeso, la reproducción eléctrica del sagrado corazón y su ramo de olivos seco”.
    Cuenta Moreno que sobre San Luis había dos grandes conventillos ocupados por la comunidad turca. Sobre Larrea estaban los Talamán, hoy “prósperos toalleros y manteleros”; sobre Paso los Dayan, dueños de varias casas puestas en alquiler. En la zona enumera la autora que se escuchaban, en varias tonadas, los apellidos Unger, los Seiden, los Fleicher, los Windailer, las Dimant, los Rodríguez.
    Hay incluso vivencias con sobrevivientes de la Shoá que vinieron a probar mejor suerte al Abasto. Como el caso de la señora Seiden, que para no entrar en detalles ante la niña Moreno decía que el suyo no era un tatuaje, sino un número de teléfono porque era “olvidadiza”.

Plaza Once
“Miserere quería decir “ten compasión”. Y en aquel barrio, el Once de los años cincuenta, el nombre de la plaza parecía irradiar una fe de bautismo”, introduce Moreno en uno de sus capítulos, y luego volverá en varios párrafos para darle un lugar de privilegio a este pulmón verde como parte de su educación callejera.
    “La plaza Once no sólo era el lugar de los mítines, también era el del tránsito de los habitantes de las afueras, que emergían o desaparecían en la entrada de la estación de tren con la fuerza suficiente como para hacer ilusorio el cartelito de «Prohibido pisar el césped»”, reflexiona la autora.
    “Veía al fotógrafo disparar su cámara a los novios provincianos, a menudo empleadas domésticas y colimbas que solían demorarse en los bancos antes de que abriera el salón de baile de la Recova, al vendedor de globos inflados a pulmón, al barquillero con su ruleta insertada sobre su cilindro colorado, al guardián con su pinche destinado a ensartar hojas secas para despejar los senderos de piedritas coloradas”, trae al presente lo que vieron sus ojos de niña.

Los bares
Frente a Plaza Once cuenta Moreno estaba el Alex Bar, que “solía estar abierto, como quien dice, toda la vida”. Según la autora, el tiempo “sin fin iba de la primera copa a la del estribo, de la que éramos vagamente conscientes antes de la suave pero firme expulsión si comenzábamos a dormitar con la cabeza apoyada en los azulejos y repantigados en sus sillas tonet”. Moreno se hace tiempo para recordar al mozo Emilio, que la resguardaba de borracheras y trifulcas con otros parroquianos: “Era mi mayor defensor de mí misma”.
    “En el Alex, por la sexta cerveza, se armaba un banquete platónico de los dejados por la mano de Dios donde, si se era argentino y peronista, se hablaba de amor. El Gordo, el Jockey y Don Pelegrino solían hacer de médium por turno para remedar la voz del General en los discursos de la clandestinidad”. Esta vieja guardia frente a Plaza Miserere, cuenta la autora, la apodó la “Carolina de Mónaco del Once” y, como en un tango, fue vidriera para las cosas de los bares y la vida.
    Moreno también cita La Perla Española de Belgrano y Rioja. Recuerda sus mozos Jarrita —“tenía esas pisadas cortas de buzo propia de los veteranos de su oficio, un profesional sordo a las cachadas de los parroquianos”— y el 48 —“un pirincho retinto, todo su cuerpo tenía forma de signo de interrogación, el servidor sacrificial, un iniciado del vía crucis gastronómico entre pingüinos de tinto de la casa, flanes con crema y con un cuerpo peso pluma de mano que no temblaba nunca”— en el relato de esta esquina ubicada a pasos del Hospital Español.
    Eso sí, aclara en su relato: “Yo no iba nunca a la confitería La Perla, por una cuestión de lealtad que nadie me pedía. No había sido hippie”.
    El hilo de Black out lleva luego a la protagonista por otras coordenadas porteñas y otras circunstancias, pero, como en ese “destino sudamericano” del Poema conjetural de Borges, ante los ojos de la niña Moreno el día a día de los vecinos del Abasto se le revela como una explicación del mundo, como la forma en que las cosas tienen (o carecen de) sentido. En estas calles se forjó una de las prosas más resonantes del presente.

 

J.M.C.

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María Moreno
María Moreno, pseudónimo de María Cristina Forero, nació en la Ciudad de Buenos Aires y se inició como periodista en el diario La Opinión que dirigió Jacobo Timerman. Fundó la revista Alfonsina, periódico feminista. También colaboró en el diario Sur y en las revistas Babel y Fin de Siglo. Fue secretaria de redacción del diario Tiempo Argentino donde creó el suplemento La Mujer. Escribe en los suplementos Radar y Soy del matutino porteño Página 12.
    Entre sus obras se cuentan El affair Skeffington (Novela. Ediciones Bajo la Luna, Rosario, 1992), El petiso orejudo (No ficción. Editorial Planeta, 1994), A tontas y a locas (Ensayos. Editorial Sudamericana, 2001), El fin del sexo (y otras mentiras) (Ensayos. Editorial Sudamericana, 2002), Vida de vivos (conversaciones incidentales y retratos sin retocar) (Entrevistas. Editorial Sudamericana, 2005), Banco a la sombra (Crónicas. Editorial Sudamericana, 2007), Teoría de la noche (Antología. Editorial Diego Portales, Santiago de Chile, 2011), La Comuna de Buenos Aires, relatos al pie del 2001 (Crónicas. Capital Intelectual, 2011), Subrayados, leer hasta que la muerte nos separe (Ensayos. Mardulce Editora, 2013).

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