Otra
mirada
Cuando en los
70 me instalé en el
barrio, fue gracias a las
amplias y accesibles facilidades
que me brindó el propietario
que vendía su departamento.
Pianista de boliches nocturnos
y bohemio, lo hacía
porque -según su propia
definición- era un
árabe nómade
que no podía estar
mucho tiempo en un mismo lugar.
¡Que Alá lo tenga
en su paraíso! El departamento
en cuestión, está
ubicado frente mismo a lo
que fue el mercado de abasto
proveedor, hoy convertido
en moderno shopping.
En aquel
entonces, para los negocios
inmobiliarios tener
al mercado cerca era una circunstancia
desfavorable. Recuerdo que
muchos al conocer mi decisión
-después de las rituales
felicitaciones- a media voz,
desarrollaban una serie de
conjeturas sobre «el
problema que trae aparejado
tener un descomunal mercado
cerca de la vivienda».
A mí
nada de eso me inquietó,
y por el contrario despertó
mi curiosidad. El viejo mercado
me pareció un lugar
fantástico, casi mágico.
Un templo pagano e irreverente
donde la mezcolanza de colores,
aromas, formas y cosas que
crecen continuamente, se fundían
con un mundo de gente, palabras
y dinero. Un lugar donde había
tiempo de buscar y encontrar.
Un lugar donde la contemplación
de tanta exuberancia de frutos
producidos por la naturaleza
afirmaba en mí la creencia
en un prodigioso dios creador.
Por
eso en mis continuas visitas
al lugar, siempre encontraba
motivos para la sorpresa y
el asombro. Changarines malabaristas
llevando más de diez
canastos o cajones sobre sus
hombros, alguna enorme araña
paseándose lenta y
suavemente por sobre una piramidal
montaña de bananas
o largas hileras de medias
reses en perfecta simetría
como soldados en un desfile
ceremonial.
Pero la
actividad en el Abasto no
concluía después
de una larga jornada de labor
intensa; la vida seguía
palpitando ardientemente en
toda su periferia y con la
complicidad nocturna, cuando
los somnolientos y fatigados
camioneros, venidos de los
cuatro puntos cardinales del
país, eran visitados
por ondulantes y provocativas
señoritas y algunos
amanerados señores.
Entonces, bajo el resplandor
de las móviles luces
de la calle, se percibían
ambiguas y confusas escaramuzas
eróticas. Pero ésa
es otra historia.
El mercado
de abasto marcó toda
una época y ahora reciclado
y climatizado, con cafés,
patio de comidas, salas cinematográficas
y juegos, ha sido convertido
en un moderno shopping que
dio comienzo a otra etapa
muy distinta y que solamente
tiene en común con
la anterior el espacio utilizado.
Éste es el recuerdo
grabado en mi memoria del
viejo mercado que cerró
sus puertas en el 84. No es
una evocación nostálgica,
tampoco pretende hacer comparaciones.
Los cambios son difíciles
de asumir, pero aportan experiencias
positivas.
Pablo Ciliberti
Revista El Abasto,
n° 34, mayo 2002.
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