Pereza
Un dado, un
cubilete y los seis pecados
capitales. Uno-Avaricia. Dos-Envidia.
Tres-Gula. Cuatro-Ira. Cinco-Lujuria.
Seis-Soberbia. La Pereza no
es pecado; es la señora
del señor Pérez.
Tiro el dado; la suerte está
echada. Lindo numerito salió.
Soy un avaro coleccionista de
monedas de cinco centavos. Soy
capaz de cualquier cosa por
una moneda de cinco centavos;
las demás no me importan.
Ahora que estoy en la lona,
lo único que me queda
es mi colección alcancía
de moneditas. Las cuento y me
da cuarenta. Necesito mucho
dinero pero sólo tengo
40 pesos en monedas de cinco
centavos. Voy a la agencia de
quiniela más próxima
a mi domicilio; la de don José.
Le juego los 40 pesos al 40
a la cabeza en la Nacional.
Sale el 40. Voy corriendo feliz
a la agencia. Don José
se equivocó; me jugó
el 40 en la Provincia. La ira
me domina y me ciega. Mato a
don José; robo a don
José ya fallecido por
mí. El botín no
me alcanza pero eso ya no me
importa. Estoy perdido. Me diplomé
de asesino y chorro en menos
de un minuto. Si la ira no me
hubiera cegado, habría
visto en la pizarra que el 40
también había
salido en la Nacional. Tarde
me di cuenta. Voy a reventar
la guita; la cárcel puede
esperar. Me cruzo con una rusita
perfecta que vende café.
Le muestro la platita; la rusita
larga los termos y viene conmigo.
Lujuria al por mayor. No es
de hombrecitos entrar en detalles.
Mientras la rusita descansa
de una de las batallas, me asomo
por la ventana y veo a un pobre
infeliz pidiendo limosna en
la esquina. Siento envidia de
ese hombre; él no mató
ni robó. Quisiera estar
en su lugar y me voy a su lugar.
Le compro la esquina con la
plata que me sobró de
la rusita perfecta. No me puedo
quejar; junto, recaudo 40 pesos.
Otra vez las mismas cifras;
será casualidad o será
algún mensaje de vaya
a saber quién. Mejor
no pienso y me meto en un bodegón
de buena vida para gozar de
mi última cena en libertad.
Llamo al mozo y le pido 36 pesos
en canelones de pollo y verdura.
La gula me puede pero no olvido
calcular la propina. Pago y
me voy en busca de la comisaría
más alejada para entregarme
y hacer una buena digestión.
Me siento importante; la soberbia
me supera, no lo puedo evitar.
Asesino, chorro, fugitivo si
quiero pero no quiero, comprador
de mujeres, esquinas y canelones
de pollo y verdura. Por fin
llego al comisariato. Confieso.
Me esposan. Voy al calabozo;
después a una cárcel
con todos los chiches. Mi compañero
de celda se llama Pérez;
sí, es el mismo señor
Pérez del que les hablé
al principio. Un fenómeno
este Pérez, y la señora
también; todos los días
viene de visita.
Ganador en Pereza
y 1er premio
Carlos Vallejo
San José 429, Capital
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