Aporte crítico a
la Primera Jornada sobre
Envases, Contenedores y
Bolsas Plásticas:
su relación con el
Medio Ambiente. Legislación
y Normativa aplicable.
Plásticos:
plaga planetaria
Termoplásticos
en la configuración
de una nueva cultura
Con los termoplásticos,
construcciones tecnológicas
polifórmicas que
acompañan dócilmente
lo que su creador diseña,
que pueden rehacerse y constituirse
en nuevas formas, nuevos
artefactos, se logró
consolidar un proceso que
ya venía afianzándose
pero al cual los termoplásticos
le otorgaron una enorme
expansión: el de
la comodidad creciente de
“los” consumidores,
un rol humano que siempre
existiera pero que va ocupando
en las últimas décadas
un protagonismo, al menos
aparente.
¿Qué artilugio
permite el avance arrollador
de la comodidad (emblema
si los hay de la cualidad
de consumidor)?
Tenemos que situarnos para
inteligir lo que iba a venir.
Segunda
Guerra Mundial, geopolítica
y optimismo tecnológico
EE.UU. surge de la segunda
guerra mundial como líder
indiscutido de un mundo
crecientemente unificado.
Dispone de “todos”
los recursos planetarios.
Sin competencia. Surge sí,
muy poco después,
a principios de los '50,
el forúnculo “comunista”:
la URSS, otra formación
socioideológica victoriosa
de la II GM. Pero, aunque
extensa y poblada y con
un enorme poder ideológico,
es económicamente
secundaria, tecnológicamente
dependiente e incluso en
el terreno “propio”,
de la ideología,
no logrará desembarazarse
del proyecto cultural dominante:
la americanization de la
vida cotidiana. La popularidad
de los McDonald's en el
momento del colapso soviético
será la prueba tardía
pero más fehaciente.
Para
las élites que han
estabilizado su poder en
EE.UU., y transitivamente
“en el mundo entero”,
los recursos a disposición
se le antojan infinitos.
Infinitos y baratos. El
ejemplo paradigmático
será el petróleo:
casi todo proveniente de
la lejana “periferia”,
con una mano de obra servil
o baratísima, se
lo puede derrochar a manos
llenas. Desde EE.UU. se
lo ve como “un barril
sin fondo”. En la
mayor de las inocencias;
la de la ignorancia.
La
época de gloria del
american way of life
Por eso la expansión
automovilística:
cada trasero, cómodamente
sentado, pasará a
ocupar en calles y carreteras
unos siete u ocho metros
cuadrados. Como si el planeta
pudiera absorber la metamorfosis
de todos los ejemplares
humanos en pitecantropus
ya no erectos sino rodantes.
Por
eso también, la glorificación
del “use y tire”.
Que empezó a aplicarse
a vestimentas, alimentos,
y muy especialmente a los
productos de material plástico.
Al punto que la equivalencia
entre vasos, platos, cubiertos
descartables, material descartable,
y “elaborado con materiales
plásticos”
es prácticamente
total.
Este desarrollo, promovido
en nombre del progreso y
la comodidad recibió
el apoyo más bien
caluroso de grandes sectores
de población que
efectivamente veían
ventajas prácticas,
facilitaciones de la vida
cotidiana.
De
la escasez real a la abundancia
aparente
Nadie pensaba a mediados
del siglo XX ni en la contaminación
ni en qué hacer con
los desechos.
La
cultura viva, cotidiana,
se fue desentendiendo de
ciclos materiales que siempre
habían sido más
o menos conscientes, más
o menos penosos: uno, el
de la escasez, otro el de
la recuperación.
La humanidad no solía
depositar o eliminar como
desecho irrecuperable más
que una mínima parte
de sus residuos. La población
rural, que hasta mediados
de los '90 era la mayoría
absoluta de la humanidad,
recuperaba todo lo orgánico
ya sea como abono, ya como
alimento para chanchos o
gallinas. Los metales también
se recuperaban: ocupaban
en general un escaso volumen
y los caños, pestillos,
chapas, herramientas en
desuso se conservaban hasta
que un recuperador se los
llevara. Lo mismo con los
trapos con los que se hacía
papel, y con el mismo papel
que a su vez se reciclaba.
Pero
cuando la invasión
de objetos de plástico
absolutamente efímeros
y del packaging como nos
lo dicen nuestros técnicos
en castellano básico
directamente importado,
se hizo “ingobernable”
en cada hogar, el único
recurso era sacárselo
de encima cuanto antes.
Para eso la civilización
occidental ya había
puesto al servicio de la
población urbana
la recolección domiciliaria
de desechos, así
que por décadas hemos
estado arrojando, ¿adónde?,
miles, millones de toneladas
de material plástico
que no es biodegradable,
junto con otros residuos
así inutilizados.
Porque, ¿cómo
extraer de la maraña
de bolsas de plástico,
artefactos quebrados, pilas
gastadas, papeles usados,
envases vaciados, zapatos
viejos, juguetes rotos,
los restos de frutas o verduras
para compostar? Es imposible
y el sueño tecnocrático
de CEAMSE de usar tolvas
para procesar semejante
separación nunca
pasó de ser eso:
un sueño impracticable
(o algo peor: si fuera practicable,
el resultado sería
nefando).
Con
la “civilización
del descartable” hemos
creado las montañas
de basura más grandes
de la historia de la humanidad
(se estima que el basurero
de Nueva York es visible,
lo único humano visible,
desde la Luna). Hemos sustraído
así miles, millones
de toneladas a la riqueza
natural de los suelos, entreverada
ahora con desechos intratables.
El
rebote de la realidad
La comodidad del use y tire
ha revelado su precio. Como
si hubiésemos abierto
una caja de Pandora, tentados
por la comodidad, todos
los mares del mundo, el
océano planetario,
está cargado de bolsas
de plástico que las
tortugas gigantes confunden
con medusas que las intoxican
y matan. Los objetos plásticos
sufren la erosión
típica, por rozamiento,
y las bolsas y otros envases
se van deshaciendo. Pero
el carácter no biodegradable
persiste y así, las
dejamos de ver, dejan de
ser partículas macroscópicas,
pero la naturaleza no las
reincorpora fácilmente
a los ciclos naturales.
Pasa como con tantos otros
productos de la industria
química: los PCBs,
el DDT…
El
precio cultural que estamos
pagando también es
alto: hemos sido sobornados
por la comodidad (que alcanza
a una minoría de
la humanidad, pero que encandila
o atrae, lógicamente,
a la mayoría) retrotrayendo
nuestros comportamientos
cotidianos a una suerte
de infantilización:
no hacernos cargo. Sólo
así nos podemos admitir
a nosotros mismos enterrar
“la basura”,
es decir esconderla bajo
la alfombra planetaria.
Algo que jamás habrían
aceptado nuestras bisabuelas.
El
tendal
Los presupuestos del american
way of life se han revelado
falsos: los recursos no
son infinitos, los espacios
tampoco; la contaminación
que al principio se iba
lejos, tan lejos que parecía
desaparecer, sigue las leyes
del bumerán.
Y
lo más crudo y brutal
es que el postulado publicitario
de que la vida fácil
y cómoda que nos
prometían era para
todos; la universalización
del progreso y la modernidad
que en realidad era la única
coartada moral para tanto
derroche, es también
falso: no hay planeta para
que todos anden en auto
individual, produzcan un
par de kilos diarios de
desperdicios inutilizables,
tengan mascotas como las
de EE.UU. que en promedio
consume cada una el equivalente
a lo que consumen treinta
seres humanos africanos.
En
el mundo de la modernidad
plastificada, unos se quedan
con las comodidades (aunque
los alcance la contaminación
por doquier) y otros se
quedan casi solamente con
los detritus. Basta ver
lo que circula en los arrabales
de las grandes megalópolis
del Tercer Mundo: el “negocio”
de la basura y la convivencia
con las aguas contaminadas
por ella como el único
horizonte.
Es
necesario observar que incluso
algunas consignas que se
esgrimen, frente al desastre
inocultable que ha producido
la invasión de material
descartable en el último
medio siglo, son increíblemente
falsas. Como pasa con “lo
reciclable”, que tantas
maestras enseñan
amorosamente a tantos niños.
En
el seminario de los industriales
plásticos presidido
por Federico Zorraquín
en Buenos Aires, en 1995,
se explicitó que
el volumen reciclado entonces
en EE.UU., la “patria”
del plástico, era
del 1,5%. Uno coma cinco.
Luego de medio siglo de
volcado de millones de toneladas
de petróleo así
reconfigurado, a los suelos,
mares y aire del planeta,
la recuperación del
1,5 % parecería casi
un chiste, por su insignificancia
para restañar el
daño ambiental. Pero
el disertante en dicho seminario
explicó cabalmente
su significado: irrelevante
desde el punto de vista
ambiental, funcionaba sin
embargo excelentemente como
propaganda para legitimar
su dispendio. El razonamiento
es de una sensata eficiencia,
aunque éticamente
nefasto.
La
falacia de la división
de roles cuando todos estamos
en la misma nave
No deberíamos asombrarnos.
La industria petroquímica
generadora de la invasión
de contaminantes más
grande en la historia de
la humanidad lo ha hecho
con las mejores intenciones,
al menos para los titulares
de los dividendos de su
industria. Y en todo caso,
con total prescindencia
del resultado social y ambiental
de sus acciones.
Externalizar costos fue
la consigna empresaria durante
décadas (siglos),
aunque en los últimos
años hayan aparecido
economistas de la empresa
que se dediquen a investigar
y reducir dichos costos.
La razón de tanta
ignorancia deliberada fue
clara: el mundo empresario
está dedicado a la
rentabilidad. En todo caso,
el rol de cuidar otros aspectos
(sociales, ambientales,
sanitarios) le corresponde
a otras áreas. Si
los reguladores públicos
no han cumplido con ella,
porque nuestra actividad
de lobby los ha persuadido
que los desarrollos tecnocientíficos
que presentamos son los
mejores, allá ellos.
Ya no es nuestra responsabilidad.
Y la pregunta
que nos podríamos
hacer es cómo salir
de este embrollo. Si vamos
a respetar a todos los humanos
o sólo a las minorías
de siempre.
Luis E.
Sabini Fernández
[email protected]
Revista El
Abasto, n° 98, mayo,
2008.