La enorme
capacidad irradiante de
la CGT
Uno habla de los gordos
y piensa inmediatamente
en el sindicalismo empresario,
corrupto, nepotista, al
estilo Genta-Datarmine con
su aceitada maquinaria para
vivir de la administración
municipal, ahora ciudadano
o citadina, y consiguientemente
de los municíforros,
que habría que rebautizar
como urbaníforros,
¿no?
O
piensa en Barrionuevo con
su máquina de robar
pero con orden.
O
en todo un aristócrata,
il Cavalieri, que coordina
a los delegados de Wal-Mart
en Avellaneda con los de
W-M en Villa Pueyrredón,
cuidando que éstos
y aquéllos jamás
se encuentren, se vean,
se conozcan, puedan establecer
vínculos, se fortalezcan,
con lo cual no podría
seguir abrochando con los
trompas gringos, ¿no
es cierto?
Y
uno piensa que el sindicalismo
–a la izquierda de
eso que por licencia lexicográfica
todavía llamamos
sindicalismo– es otra
cosa. Seguir llamando sindicalismo
a las variantes Genta, Barrionuevo
o Cavalieri es un insulto
a los sacrificados militantes
de toda una vida, que murieron
pobres, como tantos foristas
en Argentina, como tantos
sindicalistas en el mundo
entero. Pensemos en los
que luchaban por las ocho
horas, por las cajas de
socorros para accidentados
y viudas...
Por
suerte, uno creería,
tenemos un sindicalismo
que no es el de los gordos.
1.
Pero los gordos van dejando
su huella. Qué decir,
si no, de un sindicalismo
“revolucionario”
que admite listas únicas,
es decir que no admite listas
opositoras? Afortunadamente,
vivimos en una sociedad
tan poco direccionada (pese
a los esfuerzos constantes
de los medios de incomunicación
de masas, de la tinellización
de la tele y otras estupidizaciones)
que elecciones en la UTPBA
al estilo de los gordos
llegan a conocerse; hay
un periodismo indudablemente
informativo como el de Barcelona
(no 116,31/8/2007), que
algunos creen que es meramente
humorística, que
plantearon la cuestión.
Se conoce así incluso
antes de tan vergonzosas
elecciones. Vergonzosas
o despectivas, porque llamativamente
la revista oficial del sindicato,
Movimiento Continuo, en
su última edición
(no 2, agosto 2007), en
plena campaña preelectoral,
ni menciona el asunto de
una lista opositora no reconocida.
Y
uno termina preguntándose
si la dirección gremial
de la UTPBA se habrá
mimetizado con Datarmine
o con Stalin. Uno sabía
que no, que no estaba con
ninguno de esos caminos...
de perdición ideológica.
–Es
una mafia, dicen algunos
indignados.
Pero
se olvidan que son buenos,
que son la “lista
de los compañeros”,
la que enfrentó tantos
vientos derechosos, la que
recoge la historia del sindicalismo
combativo y de abajo...
Claro que uno entonces podría
preguntarse: ¿hay
mafias de gente mala? ¿O
son todos buenos, como dicen
ser?
Y
si la cosa no pasa por bueno-malo,
¿por dónde
pasa? –¡Por
lo que se defiende!, imagino
la respuesta de los más
preclaros entre los dirigentes
del periodismo porteño
y latinoamericano. Si se
defiende el socialismo es
bueno, diríamos entonces
con Maslíah, defendiendo
la Muralla...
¿Y
si, en cambio, pasara por
algo más intangible;
menos verticalidad y más
horizontalidad pero no para
tenerte siempre acostado?
2.
¿Tiene conciencia
elitaria la dirección
gremial de la CONADU histórica,
los docentes de las universidades
públicas argentinas?
No lo parece. Al menos expresamente,
las vinculaciones serían
con las masas.
Y
sin embargo, cada movilización
tras variopintas agrupaciones
enrojecidas, rojísimas,
rojizas, rojas, rojianchas,
rojiamedias, rojiantes,
rojiplenas, rojietarias
(no se sabe si por su procedencia
ideológica, del proletariado,
o por su procedencia generacional),
rojipuras, lleva menos gente,
o masas, si se quiere.
¿Será
como Mr. Jourdain con la
prosa, que son elitarias
sin saberlo?
La
pregunta que se hace el
PO “¿por qué
votar a corruptos si existen
los honestos?”, con
su moralina en ristre, tampoco
parece suficiente para explicar
tanta ausencia.
Algo
incongruente, sí,
está presente. Sería
bueno atreverse a averiguarlo.
Luis
E. Sabini Fernández
Bs. As. 20/9-2007