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Cárcel de hielo y aguadulce

La culpa es sólo mía.
     Todo empezó con unos de mis habituales viajes de La Plata a Buenos Aires, ya que todavía trabajo en el Abasto. Ese día me tocó en suerte sentarme al lado de ella. Intercambiamos algunas palabras que desembocó en una fluida charla, que se extendió todo el viaje. Me enteré que se llamaba Belén y que trabajaba en el mismo lugar. Juro que nunca antes la había visto. Dos cosas quedaron fijadas en mi mente. Su forma aniñada de hablar y el raro sentimiento de sus ojos grises. Mostraban un brillo donde se mezclaban el hielo y el aguadulce. Eso fue todo lo que vi, ya que ese día bajé antes.
     Pasados algunos días, me animé a llamarla. Me atendió bien, se acordaba de mí, lo que me animó a invitarla a tomar algo. Creo que al principio no le gustó la idea, pero diciéndole que no tenía otros intereses que el de una amistad con ella, aceptó.
      Y era verdad. Yo no tenía intenciones ni buenas ni malas.
      Pero eso fue solamente hasta que la vi nuevamente. Pasó ella a buscarme.
      ¡Dios! Era tan hermosa.
      Salimos. Tomamos muchos cafés y hablamos mucho de su vida y poco de la mía.
      Con el paso de las semanas que siguieron, nos fuimos haciendo amigos y me enteré que estaba muy enamorada, pero su pareja igualmente parecía no funcionar. Quizás eso fué lo que contribuyó a que confiara en mí.
      Compartimos cenas, salidas y amigos. Llantos y risas. Creo que nos necesitábamos.
     Pero la verdad es que mis buenas intenciones se estaban diluyendo, lo que es peor, se estaban transformando de buenas en malas.
De eso me di cuenta la noche que fuimos al cumpleaños de Mauro, mejor dicho cuando regresamos. La acompañé a su departamento, íbamos a tomar un poco de café para disipar y aclarar las ideas, que nos había nublado el alcohol. Estábamos muy divertidos. Yo me puse a imitar a algunos de los invitados al cumple. Parece ser que me salían bien porque se reía sin parar.
       Yo hacía de payaso mientras en verdad la miraba y descubría que estaba mas linda que nunca antes. Tenía una pollera de cuero negra que se ajustaba mucho a sus caderas como si la abrazara, sin ninguna intención de dejarla escapar. Lo mismo pensaba yo.
     Miré sus largas piernas con sus medias se nylon. Lo peor fue que no me detuve. Seguí mirando y deseando.
      Miré sus senos. Una chalina de seda que caía sobre ellos, que era lo suficientemente transparente para verlos y observar el detalle de varios botones de la camisa desprendidos.
      Seguí mirando. Seguí deseando.
Miré su boca. Miré sus ojos. Miré su pelo. Y seguí deseando algo que sabía no debía desear.
      No me animé a ir más lejos. Y volví la vista a sus dulces ojos de hielo, que me miraban entrecerrándose.
     La acompañé a su cama. La ayudé a acostarse y se quedó dormida. Pero el que soñaba era yo.
     E hice lo que jamás me imaginé.
     Delicadamente le quité la chalina y como si fuese un descuido, até sus manos al respaldo de su cama. Eso dejó más a la vista la tentación y no pude resistirme.
      Sentía como si todo eso fuera un juego. Pero de un solo participante.
Desprendí los botones que faltaban de la camisa y la dejé caer a ambos lados de su cuerpo. Sigilosamente desprendí la pequeña traba que unía las tasas de su corpiño…
      Y descubrí que sus senos eran, por mucho, más grandes, firmes, suaves y hermosos de lo que había imaginado. No los toqué por miedo que se despertara. Pero deseaba hacerlo.
      Quería quitarle la pollera para seguir viendo lo que tanto anhelaba, pero solamente me atreví a subirla suavemente hacia su fina cintura. Tuve que detenerme porque empezó a moverse o a despertarse.
      Cuando continué, vi que sus medias eran de liga y hacían perfecto juego con su ropa interior.
     Y me detuve…
      No por miedo, sino para observarla, porque era hermosa. Me pareció la mujer mas hermosa que había visto en mi vida.
      Pero este juego estaba en un punto sin retorno o mejor dicho el que estaba en un punto del que no quería volver era yo.
      Lo que pasó es de imaginarse. Fue todo muy vertiginoso.
      Hoy lo veo pasar como en cámara rápida. No sé cuánto duró.
Pero algo de lo que recuerdo es que rompí su ropa interior y estuve dentro de ella en un abrir y cerrar de ojos.
      Mientras esto ocurría, abrió sus ojos… no habló… Solo me miró.
Recuerdo su mirada fría y dulce.
    Estoy casi seguro que de alguna manera lo disfrutó, porque no me rechazó. Y por un momento al final, cuando yo descargaba mi excitación, cerró sus ojos, arqueó un poco su cuerpo y con su pecho agitado, disimuló un orgasmo.
      La desaté e intenté besarla, pero solo atinó a acurrucarse y se quedó mirando al vacío. Tampoco dijo nada… Me vestí y salí de su casa.
Volví a hablar con ella hace seis meses. Me llamó para decirme que lo que pasó había tenido sus consecuencias.
    Me disculpé torpemente, quedando en vernos esa misma tarde.
Por supuesto que no falté al encuentro.
    No estaba sola. Había alguien más. Era Nazarena y estaba en sus brazos.
    El encuentro no fue para hacerme reclamos, solamente quería que la viera.
    Nazarena tenía los mismos ojos que su madre. De los cuales también me enamoré. 
    Al día de hoy no sé dónde están, ni qué es de sus vidas.
   No creo que me perdonen.
   Estoy seguro que lo pensó bien y eligió el castigo más acertado para mí.
   Una cosa más... intento y no consigo, librarme de la culpa.

Ganador en Lujuria
Daniel Chacón


[email protected]

 

 

 

Ganador en Lujuria del

II Concurso Litrerario

Pecados Capitales en
El Abasto

 

 

 

 

 

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