Carta de un inmigrante
Buenos
Ayres, 26 de septiembre de 1891
“Aprovecho
la ida de un amigo a la ciudad
para volver a escribirles. No
sé si mi anterior habrá
llegado a sus manos. Aquí
estoy sin comunicación
con nadie en el mundo. Sé
que las cartas que mandé
a mis amigos no llegaron. Es
probable que éstos nuestros
patrones que nos explotan y
nos tratan como a esclavos,
intercepten nuestra correspondencia
para que nuestras quejas no
lleguen a conocerse.
“Vine
al país halagado por
las grandes promesas que nos
hicieron los agentes argentinos
en Viena. Estos vendedores de
almas humanas sin conciencia,
hacían descripciones
tan brillantes de la riqueza
del país y del bienestar
que esperaba aquí a los
trabajadores, que a mí
con otros amigos nos halagaron
y nos vinimos.
“Todo
había sido mentira y
engaño.
“En
B. Ayres no he hallado ocupación
y en el Hotel de Inmigrantes,
una inmunda cueva sucia, los
empleados nos trataron como
si hubiésemos sido esclavos.
Nos amenazaron de echarnos a
la calle si no aceptábamos
su oferta de ir como jornaleros
para el trabajo en plantaciones
a Tucumán. Prometían
que se nos daría habitación,
manutención y $20 al
mes de salario. Ellos se empeñaron
hacernos creer que $20 equivalen
a 100 francos, y cuando yo les
dije que eso no era cierto,
que $20 no valían más
hoy en día que apenas
25 francos, me insultaron, me
decían Gringo de m...
y otras abominaciones por el
estilo, y que si no me callara
me iban hacer llevar preso por
la policía.
“Comprendí que
no había más que
obedecer.
“¿Qué
podía yo hacer? No tenía
más que 2,15 francos
en el bolsillo.
“Hacían ya diez
días que andaba por estas
largas calles sin fin buscando
trabajo sin hallar algo y estaba
cansado de esta incertidumbre.
“En fin resolví
irme a Tucumán y con
unos setenta compañeros
de miseria y desgracia me embarqué
en el tren que salía
a las 5 p.m. El viaje duró
42 horas. Dos noches y un día
y medio. Sentados y apretados
como las sardinas en una caja
estábamos. A cada uno
nos habían dado en el
Hotel de Inmigrantes un kilo
de pan y una libra de carne
para el viaje. Hacía
mucho frío y soplaba
un aire heladísimo por
el carruaje. Las noches eran
insufribles y los pobres niños
que iban sobre las faldas de
sus madres sufrían mucho.
Los carneros que iban en el
vagón jaula iban mucho
mejor que nosotros, tenían
pasto de lo que podían
comer.
“Molidos
a más no poder y muertos
de hambre, llegamos al fin a
Tucumán. Muchos iban
enfermos y fue aquello un toser
continuo.
“En Tucumán nos
hicieron bajar del tren. Nos
recibió un empleado de
la oficina de inmigración
que se daba aires y gritaba
como un bajá turco. Tuvimos
que cargar nuestros equipajes
sobre los hombros y de ese modo
en larga procesión nos
obligaron a caminar al Hotel
de Inmigrantes. Los buenos tucumanos
se apiñaban en la calle
para vernos pasar. Aquello fue
una chacota y risa sin interrupción.
¡Ah Gringo! ¡Gringo
de m...a! Los muchachos silbaban
y gritaban, fue aquello una
algazara endiablada.
“Al
fin llegamos al hotel y pudimos
tirarnos sobre el suelo. Nos
dieron pan por toda comida.
A nadie permitían salir
de la puerta de calle. Estábamos
presos y bien presos.
“A
la tarde nos obligaron a subir
en unos carros. Iban 24 inmigrantes
parados en cada carro, apretados
uno contra el otro de un modo
terrible, y así nos llevaron
hasta muy tarde en la noche
a la chacra.
“Completamente entumecidos,
nos bajamos de estos terribles
carros y al rato nos tiramos
sobre el suelo. Al fin nos dieron
una media libra de carne a cada
uno e hicimos fuego. Hacían
58 horas que nadie de nosotros
había probado un bocado
caliente.
“En
seguida nos tiramos sobre el
suelo a dormir. Llovía,
una garúa muy fina. Cuando
me desperté estaba mojado
y me hallé en un charco.
“¡El otro día
al trabajo! y así sigue
esto desde tres meses.
“La
manutención consiste
en puchero y maíz, y
no alcanza para apaciguar el
hambre de un hombre que trabaja.
La habitación tiene de
techo la grande bóveda
del firmamento con sus millares
de astros, una hermosura espléndida.
¡Ah qué miseria!
Y hay que aguantar nomás.
¿Qué hacerle?
"Hay tantísima gente
aquí en busca de trabajo,
que vegetan en miseria y hambre,
que por el puchero no más
se ofrecen a trabajar. Sería
tontera fugarse, y luego, ¿para
dónde? Y nos deben siempre
un mes de salario, para tenernos
atados. En la pulpería
nos fían lo que necesitamos
indispensablemente a precios
sumamente elevados y el patrón
nos descuenta lo que debemos
en el día de pago. Los
desgraciados que tienen mujer
e hijos nunca alcanzan a recibir
en dinero y siempre deben.
“Les
ruego compañeros que
publiquen esta carta, para que
en Europa la prensa proletaria
prevenga a los pobres que no
vayan a venirse a este país.
¡Ah, si pudiera volver
hoy! ¡Esto aquí
es el infierno y miseria negra!
Y luego hay que tener el chucho,
la fiebre intermitente de que
cae mucha gente aquí.
Espero que llegue ésta
a sus manos: Saluda …”
José
Wanza
Publicado en
El Abasto n°65.
Fuente: http://www.oni.escuelas.edu.ar/olimpi98/BajarondelosBarcos/frames.htm
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