¡Vaselina,
que vuelve la bala!
La presidenta, Cristina
Fernández, defendió
-durante un acto ayer en
el que se firmó la
adjudicación de las
obras para realizar el tren
bala que hará la
empresa francesa Alstom-
argumentando que la iniciativa
representa un "salto
a la modernidad". La
pregunta que me hago es
¿cuál es el
modelo de país al
que apuntan?
El
acto en que la presidenta
habló se realizó
en Casa de Gobierno y contó
con la presencia de los
gobernadores de Santa Fe,
Hermes Binner; de Buenos
Aires, Daniel Scioli, y
el intendente de Córdoba,
Daniel Giacomino, así
como los ministros de Planificación,
Julio De Vido, y de Trabajo,
Carlos Tomada, entre otros
funcionarios.
Según
la presidenta la construcción
del tren de alta velocidad
"cambiará el
perfil de la región
y del corredor agroindustrial
más importante"
que tiene la Argentina.
De eso no nos cabe la más
mínima duda. El
problema es que plantea
un proyecto de país
donde se continúa
profundizando en la polarización
de grandes aglomerados de
gente en las gigantescas
ciudades por un lado y,
por el otro, grandes latifundios
de monocultivo, hoy léase,
soja transgénica.
La
presidenta calificó
la iniciativa como de "una
cuestión absolutamente
estratégica"
y que "despertó
un gran interés con
tres oferentes" y se
logró tener "el
cien por cien del financiamiento
para la obra con un plazo
de gracia de siete años
y con 30 años para
pagar". El proyecto
que costará 2400
millones de euros. Lo que
implica volver a aumentar
la deuda externa. Me pregunto,
¿para qué
hicimos con su marido, cuando
era presidente, tanta apriete
en la economía para
pagarle al FMI si ahora
la idea es hacer algo, con
deuda de todos, pero que
usarán sólo
unos pocos? Como
siempre con la deuda externa:
se contrae desde todos para
que el fruto lo disfruten
unos pocos.
Para
la jefa de estado la construcción
de esa línea "va
a cambiar el perfil de la
región en forma absoluta,
comunica al 60 por ciento
de la población del
país y al corredor
industrial más importante"
que tiene el país.
Claro que comunica a más
de la mitad del país.
Si las grandes ciudades
están sobresaturadas.
Y si seguimos así
habrá aún
menos gente en el campo
y en las pequeñas
poblaciones y muchas más
en las grandes ciudades.
Hubo una vez un presidente
que propuso mover la capital
de lugar para descomprimir.
¿Era eso tan descabellado?
A
su vez la mandataria habló
de la importancia de "un
producto de alta excelencia"
que permite "colocarnos
en punta de lanza en toda
América". Me
pregunto: ¿Será
tan interesante ser punta
de lanza del neoliberalismo?
Un sistema con clases sociales
cada vez más marcadas,
donde los pobres son cada
vez más explotados
y pagan los lujos de los
ricos. Este fabuloso
tren de alta velocidad será
inaccesible para gran parte
de la población.
Hay más de una propuesta
hecha para que, con una
inversión muchísimo
menor, poder poner de nuevo
en funcionamiento las vías
arrumbadas en la era menemista
que dejaron cientos de pueblos
fantasmas. Por mucho menos
podría mucha más
gente tener acceso al ferrocarril.
Además,
¿no hay en el país
técnicos y conocimiento
como para desarrollar trenes
propios? Eso sería
desarrollo y a la vez generación
de empleos. Eso sería
cuidar a la Argentina. Pero
no, acá se elige
lujo e incremento de deuda
externa. Ya que
estamos ¿por qué
no hacer una aeroisla que
tire naves espaciales que
vayan a Tokio en quince
minutos? ¿Eso no
es acaso la misma frecuencia
de pensamiento?
La
elección de un costoso
tren bala tiene, por lo
que puedo razonar, al menos
dos lecturas posibles que
entre sí no necesariamente
se excluyen. O puede haber
una serie de grandes negociados
de por medio, lo cual sería
triste, pero no imposible.
O interesa mucho sostener
un modelo de país
donde la gente no ocupe
la tierra; porque la tierra
es para la soja que deja
buenas retenciones y excelente
ganancia para los amigrobos,
digo amigos.
Como
fuere demuestra
una clara continuidad –no
digo en el método,
pero sí en los propósitos–
del modelo neolibertal implantado
a la fuerza en el ´76
y desarrollado hasta las
últimas consecuencias
por el menemato.
R.S.
Buenos Aires, 30 de abril
de 2008
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