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Desechos domiciliarios à la carte:
una especialidad de Macri


El recientemente electo jefe de gobierno Mauricio Macri esta desplegando una inventiva sin precedentes históricos. Obra suya o de sus consejeros, lo cierto es que él es el que la formula. Y por ello, con cierta lógica, cabe atribuírsela.
     El señor MM apostrofa que no se puede dejar más sueltos por las plazas y calles a los cartoneros, que hay que “dignificarlos” dándoles un lugar y un oficio, con barbijo y todo.
      A MM habría que preguntarle que entiende por oficio. Y ciertamente, qué entiende por dignidad.
      El proyecto, siguiendo algunos de los postulados de la Ley de Murphy es sencillo y fácil de entender, aunque resulte falso o atroz en sus premisas o condiciones: concentrar a los “cartoneros” en centros de curioso nombre “verde” para que, allí, encerrados en una atmósfera sin precedentes “separen la basura”. Sobre todo, fuera de la vista del público, es decir de usted, lector, y yo.
      El organismo que se ha hecho cargo de los desechos domiciliarios en las últimas tres décadas, CEAMSE, organismo estatal encargado de la desaparición de basura, dispone de una tolvas que ha encargado con enorme orgullo tecnológico para que bajen como por un tobogán cáscaras de banana, envases plásticos de yogur o envoltorios de pescado recién consumido, pilas alcalinas y de cadmio, juguetes a cuerda que ya no tienen cuerda, zapatos gastados, residuos putrefactos de “la comida de anoche” que tarda en llegar a la tolva (algunos, pocos, días), diarios de ayer, cueritos gastados de canilla, el collar roto del perro, caca de ídem, restos de guiso, pañales descartados, bolsas de plásticos vacías de todo tamaño, color y grosor, palillos rotos, rulemanes gastados, líquido de freno vencidos, envase de vidrio de mermelada, tapones de plástico, estuche roto de anteojos, biromes vacías, pan duro, cáscaras de queso e hilos de algún fiambre, en fin, lo habitual en cualquier bolsa de las que hemos aprendido a llenar en el último medio siglo.
      Los desperdicios así barajados en tolvas y mesas sinfin reciben las ávidas visitas de moscas verdes, de la carne, que es lo más visible, aunque gusanos y otros insectos hacen allí también su “agosto”.
      El olor de esa mezcla es indescriptible. Nauseabundo es casi un calificativo de terciopelo.
      El riesgo de contaminación con semejante mezcla es aun peor.
       MM está diseñando un nuevo “oficio”, según sus palabras que hará palidecer cualquier pesadilla del tiempo de las diversas esclavitudes que “adornan” a la humanidad. Ningún esclavista llegó a pergeñar semejante suplicio: clasificar los restos domiciliarios de 14 millones de habitantes (los del área metropolitana de Buenos Aires, AMBA).
      MM discurre tan sabias medidas con un rasgo que ya era consustancial a las viejas esclavitudes, aunque los antros en los que quiere configurar esta “nueva realidad” superen todo lo habido: cortado de piedra a pico y pala, cosecha a mano de caña de azúcar o cualquier otro monocultivo, servicios personales hasta en los detalles más nimios.
        Y es que tanto las esclavitudes clásicas o pasadas como el proyecto MM cuentan con un considerable apoyo social. Porque la gente en general no quiere oír hablar de la basura domiciliaria (ni de la industrial, ni de la urbana, por lo demás). No quiere hacerse cargo de los desechos que “producen” cada día. A gatas, si aceptan hacerse cargo de la que deponen sus perros (porque las mascotas sí son sagradas).
        Entonces la propuesta de MM de invisibilizar la cuestión tiene ganado desde el vamos un apoyo considerable.
        Alguna gente se tortura cuando ve que él mismo o su familia va poniendo en la misma bolsa aquella chorrada que mencionamos al principio. “Siente” que es algo incorrecto, insensato. Pero afortunadamente para MM (y para CEAMSE) esos sentimientos son minoritarios en la población porque un buen caudal de gente se ha acostumbrado a la comodidad, y entonces que lo arregle Montoto.
       En el AMBA de unos 14 millones de seres humanos, los que tienen que soportar el olor, la visión (o falta de, tapada por las colinas de basura), los riesgos sanitarios, el penoso espectáculo de cientos de camiones diarios descargando sus efluvios, no deben ser más de unos pocos, muy pocos cientos de miles de habitantes. En José León Suárez, en Ensenada, en González Catán y hasta hace poco en Wilde.
      Claro que estos vecinos protestan. Y con razón. Pero el gran número los ignora, aunque sean precisamente sus detritus los que afectan a dichos barrios.
       La “propuesta”, de algún modo hay que llamarla, de MM va en el mismo sentido. En todo caso, es todavía más primorosa: porque concentra en población ya muy castigada la tarea de limpiar los establos de Augias.
       Pero la tarea de Hércules era una pavada al lado de lo que MM le encomienda a los cartoneros. Porque Hércules tuvo que limpiar aquella inmundicia bíblica y monumental una sola vez. Y los cartoneros, como en el mito de la tortura a Sísifo, deberán levantar la inmensa piedra de mugre, papel, plástico, restos orgánicos y olores fétidos cada día. El AMBA totaliza unas 18 mil toneladas diarias de “basura domiciliaria”. Como lo oye, o lee. 18 millones de kilos. Cada día.
       Y en verdad, que como dicen mujeres en estado de prostitución, “ninguna mujer nació para puta”. Y ningún humano nació para cartonero.

De más está decirlo; lo que es insensato es la creación de estas montañas de basura. Que tenemos que “agradecer” a la petroquímica y al mundo empresario en general en primerísimo lugar. Para conseguir mayor rentabilidad y para crear mayor dependencia del consumidor todo vale, hasta estropear el planeta (y a nosotros mismos).
     El american way of life nos enseñó el use y tire. Y así vamos ahora por el mundo huyendo de toda responsabilidad y contaminando en cada paso que damos. Hemos comprado “el modelo” por la comodidad que nos depara. Aunque la comodidad no sirva para hacernos más felices ni más autónomos sino más dependientes.
   Habría que achicar lo desechable.
   Habría que separar la basura, como se dice, en origen. Pero para aceptar semejantes tareas, el capital tendría que dejar de robar a manos llenas y obligar a un trabajador a jornadas de 50 o 60 horas semanales para apenas paliar su presupuesto.
   Todo combate a la basura-tal-cual-es implica un cuestionamiento al capital-tal-cual-es. Anticapitalismo que le dicen. ¡Válgame dios!
Me parece que el horizonte político argentino actual no tiene esas miras.
    Aunque, abajo, entre los grupos de base, entre las cooperativas de artesanos, en los encuentros de desocupados que quieren romper el círculo férreo de la exclusión, entre las empresas recuperadas por sus trabajadores cuando las patronales cerraron por falta de rentabilidad, entre los vecinos agrupados para defender el ambiente, la salud, el agua, entre los asalariados que no aceptan las directivas del sindicalismo empresario, ese horizonte sí se divisa, aunque no sea nítidamente.

Luis E. Sabini Fernández*

Bs. As. 17-7-2007

* Docente del área de Ecología y DD.HH. de la Cátedra Libre de Derechos Humanos de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, periodista y editor de Futuros.

Imagen: www.agenciaisa.com.ar



 
 


 

 

 

 

 

 

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