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Una reflexión sobre la importancia de ser consciente del pasado, el presente y lo futuro y cómo las ideologías dominantes han marcado nuestro modo de hablar y por lo tanto concebir el mundo.

El pasado, presente y lo futuro

En el tiempo que nos toca vivir, no sólo todos vivimos apurados, como nos enseña el tango, sino que además todo nos lleva a pensar, sentir, suponer que vivimos un eterno presente. Como nos enseña la tele.
   Y sin embargo, eso es sencillamente falso. Y no humano. Porque sólo los animales viven en un eterno presente.
    Los seres humanos somos una flecha lanzada en el tiempo. Venimos de alguna parte, donde nacimos y vamos hasta un cierto lugar, donde mori(re)mos.
   Y no hay otra.
   La cultura dominante ha espectacularizado la vida, incluso la vida cotidiana, llenándola de falsos brillos (para que algunos se la crean y otros traten de acercarse a algo que está tan lejos de sus vidas verdaderas).
  Y el espectáculo es algo que no tiene fin. Ni principio, ni estacionalidad. Por eso un centro de compras, de ésos que ahora tenemos que designarlos en neocastellano como shopping o shopingcenter, tiene la misma luz a las nueve de la mañana como a las tres de la tarde o a las ocho de la noche. Mañana, tarde, noche, a la intemperie. Porque allí adentro “el tiempo no pasa”. Por eso durante los doce meses del año, en verano o invierno, podremos siempre consumir los mismos tomates, las mismas naranjadas, los mismos helados y jugos de fruta, porque el shopping no se limita con los dones del clima; el shopping (igual que el “súper”) se provee todo el año de lo mismo. Puede que el tomate esté ligeramente plastificado y que el helado de chocolate tenga mucha soja y algo de esencia de cacao (y colorante, claro), pero lo cierto es que te “venden de todo” todo el tiempo.
   Vivimos así un eterno presente, primaveral, veraniego, invernal, lo que sea.
    Pero el ser humano tiene en sí un sentido temporal (como lo tiene espacial, por ejemplo, y cromático, etcétera).
    Por eso la historia es tan importante para nosotros. “Los que ignoran el pasado están condenados a repetirlo”, nos lo dijo hace más de un siglo un historiador estadounidense, George Santayana (hijo de hispanos, como se ve por el apellido). Allí, en esa dimensión esencial para el sentido humano y sus raíces, radica, precisamente, la importancia de los museos.
    El museo no debería ser un “cacho de pasado” echado allí para saciar curiosidad o erudición. Debería ser sobre todo, un anclaje desde el cual descubrir lo nuestro, algo nuestro. Los vínculos entre lo que fue y lo que es. De dónde venimos.

El pasado es uno, único, seguramente inabarcable. Inconmesurable. Por eso cada historiador lucha por conseguir nuevas piezas del enorme y siempre inacabado rompecabezas. Y lo museístico es el testimonio de esa laboriosa construcción humana.
   Pasado, presente, futuro. Solo en la lengua podemos establecer una continuidad o una tríada como si se tratara de entidades, conceptos o dimensiones similares, compatibles. En rigor el pasado se consolidó y le queda a los más curiosos procurar inteligirlo. El presente en rigor no existe, o mejor dicho existe en un perpetuo fluir. Lo que era presente hace un instante ya es pasado…
   Y lo futuro es una dimensión que dibujamos nosotros, porque no existe, aunque sea un estado permanentemente por venir… El porvenir es eso, lo por venir, lo que está viniendo…
   Con mucha sabiduría el idioma castellano hasta hace un siglo o menos, atribuía el artículo determinado al pasado, y el neutro a su par futuro. El pasado. Lo futuro. No sabemos el momento en que el castellano adoptó el artículo determinado también para hablar de lo futuro, pero indudablemente expresó un corrimiento de la mentalidad, que seguramente nos hizo creer que lo futuro era algo más “en la mano”, “en un puño”, bajo control…

La filosofía (burguesa) del progreso contribuyó mucho a hacernos creer que “el porvenir” estaba en nuestras manos. Y la filosofía (socialista) del marxismo por su lado también nos quiso hacer creer que “el” futuro estaba predeterminado, científicamente”.
   Curiosa mezcla esa de ciencia y profecía, que tanto el progresismo burgués por su lado como el pensamiento socialista por el suyo procuraron ejercer y desplegar.
   Aunque el sueño socialista proletarista nos parece cada vez más lejano, creemos advertir que la pretensión de dibujar lo futuro por parte de los emporios tecnocientíficos del mundo bien occidental y más capitalista lo tenemos cada vez más cerca.
   Algunos sueñan cada vez más con un superhombre: el hombre genéticamente modificado, mejorado (claro está) para poder llevar al museo al hombre tal cual es. El que conocemos. Lo que somos.

Luis E. Sabini Fernández
[email protected]

Revista El Abasto, n° 84, museos, enero/febrero, 2007.

 
 


 
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