El Festival
Internacional del Cine de
Mar del Plata y
el BAFICI
(Festival Internacional
de Cine Independiente de
Bs. As.)
la penumbra se hace luz
El retorno
de las cinematografías
desplazadas
Acabó, hace semanas,
el festival en Mar del Plata.
Y ya está a todo
pulmón su correspondiente
porteño, el FICIBA,
que fue bautizado por sus
forjadores, a la inglesa,
como BAFICI.
Casi 400 pelis en Mardel.
Más de 500 en Buenos
Aires. De las cuales, a
grandes números,
hay que estimar la mitad
como cortometrajes (sobre
todo documentales y animados)
y la otra mitad, a su vez
con dos grandes rubros principales:
películas de argumento
comedias, dramas, históricos
y documentales.
Esta diversidad geográfica
y de género contrasta
con la “oferta”
en el mercado de cines.
Es
cierto que últimamente
se han ido incorporando,
mejor dicho reincorporando,
al circuito comercial, cinematografías
de muy diverso origen, algunas
que han llegado a estas
costas por vez primera,
como la iraní, la
boliviana y hasta la uruguaya,
y otras, como la francesa
o la sueca, viejas conocidas
de los públicos más
veteranos pero “desaparecidas”
en la noche de la farándula
menemista, para nombrar
el período de destrucción
cultural más reciente.
Porque
en los setenta o los sesenta,
por ejemplo, la importancia
del cine italiano o inglés
eran manifiestas. Y Japón,
México e incluso
Brasil, aportaban películas
que constituían referencias
culturales significativas:
pienso en O Cangaceiro
o Macunaíma,
en décadas diferentes
del Brasil de entonces,
en Umberto D o
Los monstruos en
momentos también
distintos de la producción
italiana, en las inolvidables
comedias british de los
'50, como Nube de verano
o El quinteto de la
muerte y más
recientemente, a Monty Phyton,
con La vida de Brian.
Pero
con la caída del
Muro de Berlín, la
occidentalización
galopante del mundo, que
resultó más
bien una americanization,
de las carteleras porteñas
fue desapareciendo casi
todo el cine-otro que no
fuera el de Hollywood o
en todo caso, EE.UU. En
cuentagotas, iban llegando
alguna obra francesa, alemana,
suiza, mexicana. Aunque
en segundo lugar haya permanecido
siempre, lógicamente,
el cine nacional. Apenas
una irrupción significativa
registramos de la década
de los 90 en los circuitos
comerciales: el cine iraní
que nos deparó como
una decena de filmes casi
todos excelentes, exhibidos
por circuitos comerciales
pero “militantes”
del buen cine, como los
cines Lo de Corrientes).
Pero la
ola neoconservadora que
nos barrió económica,
política y culturalmente
está retrocediendo
hace rato. Concretamente,
“la gente” pidió
otra cosa a partir del 2001.
Y
así, aunque en los
'90 se haya producido una
fuerte extranjerización
de las salas, con la apertura
de “complejos cinematográficos”
casi todos de origen estadounidense,
australiano o canadiense,
que nos han “regalado”
la costumbre tan exquisitamente
yanqui de comer maíz
azucarado y beber colas
mientras el protagonista
sube sigilosamente la escalera,
evitando el ruido de los
escalones aunque en la sala
se oiga el manducar de pochoclo,
lo cierto es que estos mismos
complejos de salas han empezado
a presentar más películas
que no provienen de La Meca
del Cine. Una compulsa
por salas de estreno hoy
nos da mitad provenientes
de EE.UU y mitad del resto
del mundo. Todavía
se trata de una sobrerrepresentación
(porque el cine norteamericano
no alcanza a ser el 10%
de la producción
mundial), pero es incomparablemente
menor que la de hace diez
años, cuando llegaba
a ser más del 80%.
A
esta verdadero cambio cultural
que significa ver menos
persecuciones en automóviles
por carreteras y avenidas,
menos extraterráqueos
perversos, menos hombres,
sobre todo malos, cayendo
a través de ventanales
o claraboyas y menos lucubraciones
“filosóficas”
sobre hechos del pasado
que se recuperan con una
máquina maravillosa
o cómo se puede torcer
lo futuro mediante oportunas
intervenciones en otros
tiempos, está contribuyendo
la crisis que carcome una
cultura que se ha caracterizado
por carcomerlo todo, pero
también, muy concretamente,
la tenaz existencia de festivales
como los nombrados que nos
resitúan en una red
cultural mundial que nos
enriquece y desafía
con filmes provenientes
de Bulgaria, India, Mali,
Italia, Turquía,
Chile, Alemania (las dos
ex-Alemanias), Bolivia,
Filipinas, China y un largo
etcétera.
Repasando
por países de origen
algún BAFICI reciente,
vemos que el aporte de EE.UU.
no pasaba del 20% del total
de películas presentadas,
un centenar en el año
2005, apenas mayor que los
aportes de Argentina o Francia.
En
el de Mar del Plata, este
año, pudimos registrar
una diversidad semejante
y una presencia más
menguada de EE.UU, con menos
de un 10% (unos 30 filmes
sobre casi 400).
En Mar del
Plata vimos El hombre
disconforme, una presentación
noruega que juega con un
hiperrealismo de muy buena
factura cinematográfica.
O Lettere dal Sahara,
que aunque de origen italiano,
presenta con igualdad de
tratamiento a realidades
y personajes de Senegal
e Italia a través
de un “sin papeles”
cumpliendo un via crucis
por distintas ciudades de
Italia. El tratamiento igualitario,
que se expresa hasta en
los idiomas en juego, no
deja de mostrarnos el grado
de penetración del
eurocentrismo en África,
donde los discursos, los
modos de pensar de sus referentes
contienen una mezcla de
reafirmación de lo
propio penosamente mezclado
con los aportes de la “civilización”
europea.
Las
lenguas en juego expresan
claramente la hegemonía
o pérdida de tal.
Cada vez más registramos
voces en turco, aymara,
árabe, francés
y cada vez menos a legionarios
romanos, guerrilleros latinoamericanos
o campesinos egipcios hablando
inglés. Enhorabuena.
Del
festival de Mar del Plata
deberíamos anotar
un cierto sesgo nacional
o nacionalista,
no tanto por la cantidad
de películas argentinas
presentadas (fue sin duda
la procedencia mayor, pero
en parte se explica por
su carácter de anfitrión),
sino por un par de aspectos
que, sobre todo si se repiten,
pueden ser preocupantes.
En primer lugar, las secciones
del festival, que fueron
nada menos que 16 (Heterodoxia,
para filmes “radicales
en su forma”, “Competencia
Latinoamericana” “para
primeras o segundas obras
de realizadores latinoamericanos”,
etétera) incluían
“Vitrina argentina,
“Memoria en movimiento”
sobre el presente político
argentino y “Mirada
interior” sobre la
actividad provincial argentina,
que hablan de una apuesta
fuerte al cine “propio”
que inevitablemente ocupó
el lugar que otros cines
dejaron de ocupar*.
En segundo lugar, porque
con una cuestión
bastante debatida, la instalación
de fábricas de celulosa
para papel del lado oriental
del río Uruguay,
de las tres documentales
que se conocen que existen,
todas ellas argentinas,
se pasaron las dos francamente
a favor de los vecinos de
Gualeguaychú y se
omitió la que tiene
una visión crítica:
un flaco favor a la pluralidad
ideológica.
Del
FICIBA-BAFICI, debemos destacar
dos “contras”.
Primero una marca de “derecha”,
no en las posiciones, sino
en las actitudes: los cortometrajes
que los presentan aclaran
que “eso”, el
cine, es para elegidos.
´Si no es para vos
no es para vos´. Segundo,
las exhibiciones tan apiñadas
y escasas, hacen que realmente
el festival sea para pocos
(no sabemos con el régimen
de venta de entradas, si
además elegidos de
antemano).
Pero
más allá de
reparos puntuales, no hay
sino que alegrarse por tales
encuentros, verdaderos acontecimientos
para la cultura de la sociedad
que los auspicia.
Amén
de la diversidad geográfica,
la de géneros es
igualmente importante. Los
documentales tienen un lugar
relevante, acorde con lo
que pasa cada vez más
en nuestras sociedades,
donde videastas captan,
a menudo de modo espontáneo,
retazos valiosísimos
de nuestras vidas: recordemos
al lúcido argentino
que en San Francisco registró
la infame golpiza a Rodney
King, allá por los
'90. Pero más aquí
en el tiempo, en la Argentina
que se acostó con
el neoliberalismo y despertó
con la pesadilla neoconservadora,
fueron documentalistas y
videastas los que, junto
con efeemes independientes
y periódicos “alternativos”,
contribuyeron a socializar
info e imágenes desde
medios de expresión
ajenos a los masivos y adocenados
para gestar desde el llano
una visión y una
conciencia un poco más
lúcida, un poco más
crítica.
Los
festivales deparan dos situaciones
de pena: la imposibilidad
de atender la enorme masa
de exhibiciones, muchas
simultáneas, a lo
que ya nos referimos, y
“clavarse” con
una “experimental”
que resulte incomprensible,
aburrida o egocéntrica:
este riesgo se aminora leyendo
atentamente el material
que los organizadores brindan.
Por
último, la actividad
de los festivales “se
derrama” inevitablemente:
podemos esperar que una
parte al menos de lo que
allí se exhiba entre
en el mercado comercial
o en los ciclos de cine
más “de culto”.
Luis E. Sabini Fernández
*
Porque no se trata de repetir
la estructura del Oscar
de Hollywood que reparte
casi todos sus premios entre
películas de EE.UU.
y otorga un premio mayor
a la mejor película
extranjera, cuando “lo
extranjero” a Hollywood
y EE.UU. es no sólo
el asiento del mejor cine
sino del 90% de todo el
cine mundial…
Revista El Abasto, n°
86, abril, 2007.