Esclavos
de las grandes marcas
Foto tomada de laurdimbre.com.ar
Un informe de la Defensoría
de la Ciudad revela la continuidad
del trabajo esclavo en talleres
textiles clandestinos porteños
que confeccionan para renombradas
marcas y cuyas víctimas
son costureros bolivianos
indocumentados que trabajan
en condiciones infrahumanas.
Así
como muchos siguen ávidos
-y como esclavos- las modas
y compran en relucientes
shoppings pilchas de marcas,
existe un lado oscuro que
permite (al bajar los costos)
que ese acceso sea relativamente
masivo: los talleres clandestinos.
Ya hace muchos años
se sabe que hay niños
en Pakistán que trabajaban
para las más grandes
marcas deportivas (que abastecen
principalmente a jóvenes
del Primer Mundo) bajo condiciones
infrahumanas. Incluso
hubo algún incendio
donde fueron quemados vivos
por protestar. Pero hace
un par de años, luego
del incendio de un taller
clandestino de confección
de ropas situado en el barrio
porteño de Caballito,
salió a la luz que
esas cosas no solamente
pasan en países remotos,
sino que pueden ocurrir
en la casa de al lado, en
plena Capital Federal.
Se
sabe que renombradas marcas
como Kosiuko, Montagne,
Lacar, Ona Saez y otras
tercerizan trabajo de costura
derivando esa labor a sórdidos
talleres clandestinos que
someten a sus empleados
a indignas condiciones de
trabajo y de vida.
Tomamos
un testimonio publicado
en www.laurdimbre.com.ar
: “Vivíamos
y trabajábamos en
una pieza de tres por cuatro
donde había tres
máquinas de coser:
dos rectas y una de doble
aguja. Con mi mujer, dormíamos
en el suelo pues la única
cama la compartían
nuestros dos niños.
Era un lugar inseguro e
insano porque las conexiones
eléctricas de las
máquinas estaban
sueltas y el polvillo del
aire nos afectaba los pulmones”.
Así recuerda el costurero
AHR -cuya identidad se reserva
- al tugurio en el que vivió
con su familia durante casi
un año, mientras
confeccionaba polares Montagne,
bermudas Rusty y buzos Lacar.
Él y su esposa comenzaban
a coser a las 7 de la mañana
y terminaban a la 1 del
día siguiente. Eran
18 horas de labor que sólo
interrumpían para
comer. A las 9 -cuenta-
nos daban una taza de café
y un pan. Al mediodía,
una porción de arroz
con una papa y un pedazo
de carne o un huevo. A eso
de la seis de la tarde nos
servían un té
con otro pan y a la noche
una sopa de arroz. En esas
ocasiones, cada miembro
de la pareja recibía
una mínima ración
que ellos achicaban para
compartirla con sus hijos.
Para colmo, el matrimonio
debió esperar seis
meses para cobrar su primer
salario. AHR no trabajaba
en algún lugar recóndito
del país, sino en
un taller situado en la
calle Eugenio Garzón
3853 del barrio de Floresta,
donde -se supone- debería
llegar el imperio de la
ley 12.713 que resguarda
los derechos de quienes,
como él, son trabajadores
a domicilio.
En
septiembre de 2005, el vecino
Gustavo Vera aportó
pruebas a la Defensoría
del Pueblo de la Ciudad
de Buenos Aires sobre la
existencia de una gran cantidad
de talleres clandestinos
donde los dueños
se llevan fortunas mientras
cientos de trabajadores
son salvajemente explotados
como si fueran esclavos.
Vera aclaró que se
trataba de talleres medianos
y grandes con diez empleados
como mínimo y maquinaria
de última generación
que a diario producen considerables
volúmenes de prendas
para los fabricantes.
“En
estos establecimientos -agregó-
los costureros cobran menos
de la mitad del salario
de convenio por jornadas
laborales que duplican la
normal”.
U.K.
Bs. As. 12 de febrero de
2008