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¡Haceme puré, Papá!

Justo la noche que tenía una fiesta importante en casa y pensaba lucirme con las recetas que encontré en la caja fuerte de la abuela Tota, ¡Zas! El horno, no anda más, intenté de todas maneras y no funcionaba, me desesperé. (La ansiedad me paraliza).
     Nunca se me había roto el horno, nunca tuve que llamar un gasista o un técnico. Finalmente recordé un papelito que me habían pasado por debajo de la puerta.
      "Antonio, técnico gasista, seriedad y eficiencia." Y después estaba el teléfono, lo llamé, y le conté que tenía el horno destruido, me tranquilizó, como si fuera la madre Teresa; además vivía a unas pocas cuadras.
     Lo esperé en la puerta (les dije que la ansiedad me corroe). Mientras esperaba vi un morocho en jeans ajustados con un bulto tremendo que venía por la vereda de enfrente; no pude resistir mirarlo, él también me miró y cruzó para mi vereda (¿por qué estas cosas pasan tan inoportunamente?).
    Una voz ronca muy masculina, tras unos dientes blancos, en una boca carnosa y jugosa, me dijo: esperás al técnico, soy yo Antonio a tu disposición...
   Pensé en llevarlo a la cama de inmediato, pero después de recapacitar, me di cuenta que la cena estaba primero, y tenía mucho por hacer.
    Pasá por acá, la cocina es nueva pero el horno lo tengo hecho polvo.
No te preocupes (me dijo con esa sonrisa que te desnudaba) yo tengo muy buenas manos.
    Nunca me pasó lo que en ese momento: ¡quise ser horno, y que me pusiera esas manos enormes sobre mí!
   ¡Qué bien que estás! (se me escapó) que bien que estás cerca y pudiste venir rápido; esta noche tengo una fiesta con comida casera.
En serio (dijo la bestia) a mí me encanta la comida hecha en casa...
Si lo arreglás rápido por ahí te invito (me temblaban las rodillas).
   Mirá el arreglo es sencillo; tiene una válvula rota; te la reemplazo con esta y ya está. Te molesta si me saco la camisa (preguntó caperucita) me tengo que tirar al piso y no quiero ensuciarla.
   Por mí sacate todo (pensé). Si vestido era espectacular; en cueros era un Adonis; tenía ganas de salir corriendo a buscar la cámara digital; ¡te juro que era igualito a un actor porno!
   Las palabras no brotaban de mi garganta, la mudez me apresó, mientras la saliva se juntaba en mi boca, como cuando ves una comida que te gustaría probar en una vidriera.
   Como era verano, hacia realmente calor y por el esfuerzo de destornillar, su cuerpo empezó a brillar con un leve sudor.
    Antonio (le dije, un poco caliente) no querés algo para refrescarte (una ducha conmigo pensé).
   Cuando se paró para agarrar el vaso, sin querer rozo con sus dedos los míos, me miró a los ojos y me dijo: qué lindo perfume tenés.
   Gracias (le dije con un tic nervioso que empezó incontrolablemente en mi párpado derecho) y en el resto de mi cuerpo hay más... (me tiré al agua). Me agarró con esas manazas por la cintura, y me tiró sobre la mesa de la cocina; yo gritaba, murmuraba, babeaba, temblaba, y le decía: ¡Sí, sí, papá, haceme puré! (mientras con desesperación me sacaba la ropa).
    Se bajó los pantalones, y pude comprobar que lo que vi antes no era un relleno, era todo de él. (Se me escapó un gritito).
    Y al mismo tiempo sonó el timbre de la puerta de calle.
    Mi amor, ¿estás ahí? (era mi madre). Nunca deseé ser huérfana tanto como en ese momento; él con calma se vistió; mientras yo con los ojos inyectados en sangre iba a abrirle la puerta a mi madre.
    Él cobró, y se fue; y me olvidé de decirle que venga a la fiesta; lo peor es que no encuentro el papelito con su teléfono por ningún lado.
¿La cena? Salió bárbara; ¿pero a quién le importa?

José Calandrón

Mención de Honor en el II Concurso Literario (2005) de la revista El Abasto, Pecados Capitales. Concursó en Lujuria.
Publicado en El Abasto n°72, diciembre 2005.



 

 

 

Mención de Honor del

II Concurso Litrerario

Pecados Capitales en
El Abasto

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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