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La visión culterana de lo nuevo


Víctor Hugo Morales y Orlando Barone (programa radial, 28 de octubre de 2008) glosan admirativamente una frase de John Locke que en sustancia sostiene que las más de las veces, cuando se revisan los motivos por los cuales se impugna una medida o acción determinada se descubre que únicamente se debe a que es nueva.
    Con lo cual se permiten todo un diálogo filosófico dedicado a destruir el conservadurismo y el tradicionalismo.
   Es llamativo.
   En pleno siglo XXI, cuando los grandes problemas a que somos sometidos, como humanidad, como sociedad y como planeta, provienen en buena medida de la inabarcable cantidad de novedades que se han revelado no como los sueños prometidos por el progreso sino como pesadillas cotidianas (o más bien como ambos a la vez), nuestros pensadores radiales, con sus mejores intenciones desmistificadoras se dedican a reafirmar la filosofía del progreso, que tan bien encarnaran los burgueses (los más esclarecidos y liberales), por izquierda el socialismo, igualmente progresista y cienciólatra y particularmente hoy los laboratorios en irrefrenable expansión.
    La emisión de tales opiniones, como de otras cualesquiera, no tendría nada de particular, ni siquiera su significativo anacronismo, si no fuera por la estructura económico-financiera que da voz a semejantes pensamientos. Radio Continental se ha convertido (probablemente siempre lo fue) en La Voz de los emporios transnacionales de la agroindustria, la sojización galopante y toda modernidad imaginable (amén de cierto gorilismo redivivo), algo que cualquier radioescucha puede verificar sencillamente escuchando sus cataratas de avisos. Nos estamos refiriendo a laboratorios que han ido ocupando cada vez nuevos nichos de mercado, pasando de la elaboración de drogas medicinales a agroquímicos y luego a transgenes y finalmente a la producción, tendencialmente monopólica, de semillas “para” agricultores.
     Con lo cual, aquel apunte intelectual, no resulta, mal que les pese a tan amables voces mediáticas, sino el reflejo de la política al galope tendido ? o de huida hacia delante?, de la tecnoindustria, que nos está llevando a unos cuantos cataclismos ambientales.
    ¿O creen con toda inocencia, Barone o Morales, que la multiplicación de alergias, malformaciones congénitas, síndromes de Asperger, TGD (trastorno general de desarrollo), DCM (disfunción cerebral mínima), disrupciones endócrinas, cánceres, mutaciones, pérdida irreversible de biodiversidad, desaparición de micro-fauna y flora (y cada vez más, desaparición asimismo de macro-fauna y flora) provienen únicamente de la mejora en la detección de diagnósticos? Sin descartar este último aspecto, que afianzaría sus convicciones, buena parte de las alteraciones reseñadas y muchas otras no derivan del mejoramiento de la captación de la realidad sino del empeoramiento de la realidad a secas.
      ¿O, como algún propagandista lácteo, creen acaso que la desaparición de las bacterias es una bendición para la humanidad?
     ¿O hay que explicar qué produce la sojización, aparte de carradas de dólares? No alcanza la cara de inocente que pone Alfredo de Angelis cuando la periodista de La Liga le pregunta por el tendal de contaminación que deja la soja en campos, ríos y cuerpos (de “la patria” y adyacencias) para que estemos exonerados de culpa y cargo.
     Y tendríamos que agregar una buena ristra que no le va en zaga a lo ya enumerado; qué decir del estado del mar océano planetario a punto de colapsar, de la contaminación de agua y aire con un grado de generalización que no avizora nada bueno para toda la vida en la Tierra; de la irresponsabilidad criminal en el uso de los bienes terrenales y su dispendio no sólo criminal sino suicida como basura prácticamente irrecuperable…
     Todo ello le otorga un tinte de ilustración tardía, diríamos dieciochesca, y me temo que miope a semejante culto a lo nuevo.
Que hoy en día es el culto al american way of life. Que merece una ligera corrección. American way of death.
     Ni siquiera tenemos que llegar a las cárceles con que los diversos servicios de seguridad madeinUSA han plagado el mundo, ni tenemos que ir hasta Afganistán, Palestina o Irak para recordar todos sus crímenes y atrocidades. Ni siquiera tenemos que leer con repugnancia moral la alocución mediante la cual Bush reclama con desparpajo el ejercicio de la tortura: basta ver una bolsa de residuos cotidianos, de las nuestras, para advertir el grado de idiotez, clínica, en que hemos caído, como población, como sociedad: allí se pierde una botella descartable, un accesorio metálico roto, junto con un papel impreso o en blanco, todo mezclado, con cáscaras de frutas y verduras y otros restos de alimentos más una muñeca rota, una birome gastada, una aguja hipodérmica usada, unos cuantos envoltorios de plástico con alguna lata de conserva metálica (la lata o la comida, poco importa), una botella de vidrio, unos cosméticos viejos, un pote de yogur o mostaza más o menos plastificados, electrodomésticos o sus partes ya inútiles, un palillo roto de ropa, una cuaderno viejo, un celular roto, una prendas de ropa ya sin uso, el papeleo publicitario inservible, un cartucho de tinta, la bandeja del delivery, la grasa o el aceite sobrante de la comida, envoltorios de golosinas, diarios, tazas cascadas, sobres usados, tornillos gastados, vidrios rotos, lamparillas, un fleje ya inservible, una agarradera que tampoco sirve, una alambre, un pomo de tintura para zapatos…algún preservativo, la yerba de ayer, papeles plastificados, y bolsas, muchas bolsas de polietileno. Para que sepamos que vivimos un mundo de abundancia. De abundancia al menos de bolsas de polietileno. Y si las tortugas las confunden en el océano con medusas y mueren intoxicadas, allá ellas, todavía no han aprendido a vivir con lo nuevo…

Luis E. Sabini Fernández*

* Integrante de la Cátedra Libre de Derechos Humanos de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA en el área de ecología. Periodista y editor de futuros del planeta, la sociedad y cada uno.

Buenos Aires, 3 de noviembre de 2008

 
 


 

 

 

 

 

 

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