La
Matriz de Maya
No está
dentro de mis posibilidades
llegar a la finalidad última
de la esencia de la conciencia
de ser; ni siquiera tengo
el deseo de intentarlo,
pero disfruto de exponer
lo que creo observar, sin
pretender otorgarle valor
alguno.
LA
PERCEPCIÓN HUMANA
El hombre
vive su acontecer diario
en estado de vigilia -o
“despierto”-
con la sensación
de solidez, realidad y permanencia.
La sensación de solidez
la otorga el hecho de que
la materia de la que está
constituido su cuerpo, vibra
en más o menos las
mismas frecuencias que los
objetos del entorno y, por
lo tanto, puede “tocarla”.
La
sensación de realidad
se debe a que la percepción
del hombre medio está
firmemente anclada en su
estado de vigilia material
(con excepción de
su estado onírico
al cual considera una fantasía
sin mayor realidad) y solo
en casos muy especiales
puede percibir otras formas
de conciencia. Al experimentar
ese estado como único
real, la tendencia del hombre
es otorgarle autenticidad
sin preguntarse acerca de
su naturaleza.
La
sensación de permanencia
es creada porque el entorno
está ahí,
día tras día,
produciendo un efecto de
continuidad incuestionable;
por lo tanto, el hombre
tiende a creer que “lo
que está ahí
todos los días, al
alcance de su percepción,
es permanente”.
Estas tres cualidades lo
impulsan fuertemente a creer
sin mayores cuestionamientos
en su vida material mundana.
En la inmensa mayoría
de los casos, él
cree que es la única
“realidad” posible
y todo lo ve desde esa perspectiva:
toda explicación,
aún religiosa, es
descripta con los elementos
de su estado de vigilia,
aunque con sus modelos intelectuales
no pueda explicar ni el
más mínimo
de los procesos con los
que convive a diario.
Aún
ante este obvio desconocimiento,
el hombre rara vez se detiene
a considerar el funcionamiento
de su mecanismo perceptual
y sus limitaciones. Visto
desde la Biología,
la percepción material
consiste en estímulos
eléctricos generados
en los órganos sensoriales
y transmitidos al cerebro
que, mediante una interfaz
desconocida, se transforman
en sucesos psíquicos
que interpretamos subjetivamente
como materia sólida
con formas, colores y movimiento,
sonidos, olores y sabores.
La naturaleza última
de estos sucesos psíquicos
aún no puede determinarse.
Tampoco se conocen las limitaciones
interpretativas de cada
estímulo recibido.
Objetivamente,
el hombre desconoce que
hay fuera de él;
sólo sabe que hay
“algo” que impacta
en sus órganos sensoriales
produciendo corrientes eléctricas.
La Biología sabe
que cada uno de dichos órganos
sensoriales está
sintonizado en un rango
limitado, por lo tanto,
es obvio que existirán
infinidad de “algos”
que, al estar fuera de ese
estrecho rango, no podrán
ser percibidos mediante
los cinco sentidos conocidos.
La evidencia más
sencilla de esto la constituyen
todas las radiaciones conocidas
por el hombre que no impactan
en sus sensores pero que
sí pueden ser registradas
por aparatos especiales,
por ejemplo, las ondas de
radio. Visto esto, la pregunta
surge de manera espontánea:
¿cuánto más
existirá fuera del
alcance de la percepción
humana y de sus aparatos?
Es claro que infinitamente
más.
Considerando
lo expuesto, se hace evidente
que el hombre vive en una
“realidad” desconocida,
ya que la “realidad
conocida” consiste
en un mapa psíquico
construido dentro de él.
Fuera de sí mismo,
o sea, de su percepción
subjetiva e incompleta,
no sabe que hay. Por lo
tanto, hablar de “realidad”
no tiene el menor de los
sentidos. En el mejor de
los casos se podrían
considerar “realidades”
parciales y personales de
acuerdo a la sintonía
del perceptor, o sea, de
las características
de sus sensores y de las
particularidades interpretativas
del psiquismo que recibe
los estímulos y los
traduce según su
propio sistema de codificación.
EL SUEÑO PERSONAL
Y EL SUEÑO COMPARTIDO
Lo visto
deja ver con absoluta claridad
que el hombre crea la “realidad”
dentro de sí mismo
de la misma manera que su
psiquismo crea sus sueños
durante el estado onírico.
Mientras
el ser humano sueña,
no duda que está
viviendo la realidad aunque
sea esclavo pasivo del argumento
de sus sueños. Toda
voluntad le es anulada a
pesar de que es su propio
psiquismo el creador de
esos personajes y sucesos.
Su discernimiento, su razón
y su justa evaluación
de la “realidad”,
cualidades que tanto orgullo
le producen en su estado
de vigilia, dejan de funcionar;
todo lo que despierto le
parecería una aberración,
es aceptado mansamente como
válido mientras sueña.
Noche tras noche a lo largo
de toda su vida entra en
esa dimensión psíquica
y jamás logra conocerla,
y mucho menos aún
controlarla; noche tras
noche el hombre es “engañado”
por una zona de su propio
psiquismo... Aún
así, el ser humano
continúa convencido
de la realidad de su “realidad”
de vigilia y de la irrealidad
de sus sueños.
Una
de las diferencias entre
ambos estados es que en
la “realidad”
de vigilia, él y
sus pares se encuentran
día tras día
con los mismos elementos
(objetos, personas y sucesos),
lo cual, podríamos
decir, solo le otorga la
categoría de sueño
compartido en contraposición
con el sueño personal
de todas las noches en el
cual las variaciones de
sus elementos son continuas
(con excepción de
los tan conocidos sueños
recurrentes). Estas dos
categorías podrían
llamarse también
sueño despierto y
sueño dormido. Otra
de las diferencias que podrían
argumentarse es que en el
sueño despierto el
psiquismo recibe los estímulos
desde el exterior y en el
sueño dormido las
sensaciones provienen exclusivamente
de sí mismo. Pero
si tenemos en cuenta que
en nuestros sueños
sentimos las mismas sensaciones
(táctiles, auditivas,
visuales, olfatorias y gustativas)
que en estado de vigilia,
podemos concluir que nuestro
psiquismo no necesita ser
estimulado desde los órganos
de los sentidos para crear
la “realidad”.
Toda sensación perceptual
proviene de sí mismo.
Por lo tanto, en este contexto,
el concepto de exterioridad-interioridad
deja de tener sentido: solo
podemos hablar de percepción.
Creo
adecuado afirmar que el
hombre en su estado de vigilia
no está más
despierto que en su estado
onírico ya que no
es consciente de la totalidad
de su conciencia de ser.
Si fuera totalmente consciente
de todo lo que ES -no de
lo que existe-, con seguridad
se encontraría con
la sumatoria de todos los
estados posibles de la percepción,
o sea, de la capacidad creadora
primigenia totalmente consciente
de sí misma, o sea,
la conciencia en su más
pura esencia sin sustancia.
Cuando algunos perceptores
superiores vislumbran ese
estado, lo llaman Dios...
CREACIÓN
DE LA “REALIDAD”
Considerando
lo expuesto, pareciera que
mi intención es desestimar
o relativizar el valor de
la vida “material”.
Nada más lejos de
mi intención. Por
el contrario.
No
es necesario ser un observador
profundo de la conciencia
de ser para llegar a la
conclusión de que
parece poco viable que exista
algún elemento superfluo
dentro de todo lo existente
(cuando digo existente me
refiero a la esencia percibiéndose
a si misma en todas las
formas posibles). Creo más
atinado creer que cada “cosa”
perceptible (léase
creada) ocupa un lugar insustituible
dentro de la dinámica
general. Por lo tanto, ninguna
componente debe ser desechada
o relativizada su importancia.
La
esencia primaria de la que
está constituida
la “realidad”
(léase percepción)
pareciera ser algo así
como esencia creadora con
capacidad para crearlo TODO;
o sea, esencia autoconsciente
conteniendo en sí
misma infinitas posibilidades
creativas (léase
perceptuales).
Dentro
de un contexto de potencialidad
creadora (me abstengo voluntariamente
de utilizar el término
energía), los conceptos
de materia, tiempo y realidad
carecen de sentido, ya que
TODO consistiría
en percepciones creativas
cuyos elementos y argumento
dependerían de la
necesidad de cada centro
perceptor individual. Al
decir centro perceptor individual
no pretendo fragmentar la
totalidad, ya que considero
que la esencia creadora
es una e indivisible, o
sea: ES en sí misma
y para sí misma;
pero a fin de esbozar una
explicación comprensible
por el intelecto humano
debemos tomar modelos y
conceptos del mundo “conocido”.
La suma de todas las percepciones
de todos los centros preceptores
integrarían la esencia
primigenia. Dicho a la inversa:
la esencia creadora única
estaría percibiendo
dentro de sí misma
creando un “juego”
cuyo motivo y argumento
se encuentra muy lejos del
entendimiento del hombre.
Pero considerando lo que
se encuentra al alcance
de la observación
humana, pareciera que la
finalidad básica
de la esencia creadora se
orienta en dirección
de la toma de conciencia.
Si nos detenemos a observar
detalladamente a los seres
humanos y los sucesos por
los que atraviesan a lo
largo de toda su Vida, podremos
advertir que, inevitablemente,
el devenir los impulsa a
tomar conciencia cada vez
más profunda de la
esencia de la percepción.
Por supuesto, esto sucede
en muy distintos grados
de profundidad y a muy diferente
velocidad. En muchos casos,
estos avances evolutivos
ni siquiera son registrados
por la persona, pero presumo
que aún así,
el Alma (la porción
de esencia creadora correspondiente
a cada ser), gana conciencia
en algún grado.
Dije
que, de acuerdo con mi visión
de la “realidad”,
la esencia creadora posee
la capacidad de crear TODO.
Si ejerciera esta facultad
de manera simultánea
(tal vez en algún
plano lo haga), no habría
manera de distinguir un
elemento de otro ni un suceso
de otro y, por lo tanto,
carecería de utilidad,
por lo menos en lo que respecta
a la percepción humana
que reconoce (percibe) por
diferenciación. Es
obvio entonces que se necesita
un orden, un orden creativo
para armar la “realidad”.
Esta necesidad de orden
implica la existencia de
algo así como un
programa, un molde, una
matriz que organice y regule
la percepción a fin
de otorgar coherencia al
devenir de la conciencia.
La pregunta surge de manera
inevitable: ¿qué
es y dónde está
dicha matriz? Sai Baba lo
expresa con absoluta claridad
diciendo que “la mente
contiene dentro de sí
toda la historia de la Creación,
por eso es la matriz de
Maya”. El hinduismo
llama Maya a la ceguera
del hombre que lo lleva
a confundir lo real, lo
eterno (la esencia creando)
con lo irreal, lo transitorio
(cada centro perceptor viviendo
su sueño evolutivo
en la Vida). Por supuesto,
no creo que se refiera a
que la matriz de la percepción
humana sea la mente consciente
(el intelecto, la razón)
sino a las profundidades
del nuestro insondable psiquismo
inconsciente, o sea: al
Alma. Es claro que la mente
posee una matriz común
que nos permite a todos
los seres humanos compartir
este sueño despiertos
y percibir los mismos elementos,
así como también,
con seguridad debe poseer
en sí el “mapa”
de nuestra evolución
individual. Dicho mapa (programa
de estudios para evolucionar)
nos lleva a soñar
despiertos un determinado
argumento, o sea, a crear
con absoluta precisión
los seres y los sucesos
que necesitamos para cumplir
con nuestra inevitable tarea
de toma de conciencia. El
psiquismo consciente no
es informado de manera directa
de los detalles del trabajo
ya que éste no posee
la capacidad para comprender
ni aceptar de manera voluntaria
el duro y prolongado aprendizaje.
La mente consciente se entera
de las tareas cuando se
ve puesta ante problemas
de los cuales no puede escapar
sino por la vía de
la aceptación y la
resolución. Para
el Alma no existe el dolor
ni el placer: solo la toma
de conciencia. Toda medida
será tomada por el
Alma en caso de ser necesaria,
sin importar el agrado o
el desagrado, el acuerdo
o el desacuerdo que pueda
producir a la mente conciente
o al cuerpo del hombre.
Si se consultara al deseo
del ser humano para crearse
y desarrollar tareas que
produzcan evolución,
con seguridad se apartaría
de todo lo que le cause
esfuerzo, dolor o molestia,
con el resultado de seguir
detenido por toda la eternidad
en el mismo estado: la búsqueda
de situaciones placenteras.
Una búsqueda de placer
que solo le causa dolor,
ya que la inconciencia solo
puede producir placer momentáneo
a la mente consciente y
al cuerpo físico
(ego), y ambos son elementos
del sueño despierto
y, por lo tanto, irreales.
Lo único real es
la esencia creando conciencia.
Esta
modalidad de problemas puestos
ante el hombre provenientes
del Alma (la mente inconsciente)
con la finalidad de impulsarlo
a evolucionar, es claramente
observable en los sucesos
de la vida de cualquier
ser humano. Todos sabemos
en nuestra propia existencia
lo inesperados que nos resultan
nuestros problemas; algunos
suelen parecer una verdadera
broma del “destino”.
Lo que rara vez advierte
el hombre es que cada problema
resuelto -o aceptado en
caso de no poseer una solución
(por ejemplo, el fallecimiento
de un ser querido)- le deja
como rédito un poco
más de temple, de
madurez, de equilibrio,
de paz, de confianza en
algo superior, de propósito
profundo, o sea: de conciencia.
Otra de las particularidades
que pueden verificarse en
el entrenamiento del Alma
es la continuidad de los
conflictos. Durante toda
su vida el hombre tendrá
problemas que resolver.
La importancia y la cantidad
pueden variar ampliamente
pero nunca faltarán
cuestiones de las que ocuparse.
Es obvio que suceda así
ya que no existe una escuela
que no entrene a los alumnos
mediante la resolución
de problemas de distinta
naturaleza, desde los puramente
teóricos hasta los
puramente prácticos;
desde los que implican afecto
profundo hasta los de naturaleza
material. El Alma individual
(¿individual?) debe
llegar a conocer todas las
particularidades de la esencia
creadora, o sea, debe llegar
a conocerse a sí
misma en toda su capacidad.
El Alma lleva en sí
una parte de esa esencia
aunque no sea consciente
de eso y, por lo tanto,
también es creadora
dentro de sus posibilidades.
Al ser creadora debe ser
entrenada para crear desde
pequeñas obras al
principio, hasta llegar
a ser la esencia misma en
pleno.
Es
frecuente que el hombre
con su muy limitada conciencia,
en su ceguera, trate con
los procesos de la vida
de manera superficial demorando
la evolución. Esto
obligaría a la esencia
a instrumentar el correctivo.
Todos conocemos los muy
duros sucesos a los que
nos somete la Vida a fin
de volvernos al camino.
Cuando la Vida -la esencia
creando conciencia para
conocerse- aplica su Ley,
no existe posibilidad de
escapar a los acontecimientos:
la Vida no va a escuchar
los deseos humanos.
Gerardo
Oyaregui
Autor de:
Sobre Tontos y Sabios (del
1 al 500)
Sobre Tontos y Sabios (del
501 al 800)
Bioenergía Humana
Bioenergía con Manos
y Piedras
Buenos Aires,
6 de noviembre de 2007