Medios
de expresión alternativos
y la mentalidad burocrática
Acerca
de la discrepancia y la
diferencia, y de los modos
de asumirla
Imagen de ania.urcm.net.
Es algo conocido y tradicional.
Los sitios de expresión
de ideas a través
de artículos, notas,
investigaciones periodísticas
censuran a autores que se
aparten de una línea
político-editorial
que dichos sitios o asientos,
electrónicos o gráficos,
pretenden encarnar.
No nos referimos (ni nos
preocupa) el caso de diferencias
radicales o irreconciliables,
puesto que, en general,
ningún Grondona pretende
ser publicado en el periódico
de Madres de la Plaza o
en un boletín altermundista
de Vía Campesina,
del mismo modo en que ningún
Robert Fisk o ninguna Amira
Hass van a procurar ser
noticia desde un periódico
de Le Pen o del Ku-Klux-Klan.
Procuramos
ceñirnos a aquellos
casos en que colaboradores
estables de un medio de
expresión presentan
elaboraciones que se “corren”,
se desvían, respecto
de una presunta línea
dominante o principal de
los editores.
Y tampoco
nos interesa el destino
de la discrepancia en el
caso de periódicos
archiconservadores o declaradamente
fascistas o dogmáticos,
puesto que en tales casos
está explicitada
la exclusión de toda
disidencia, tanto dentro
como “fuera de casa”.
En tales periódicos
o publicaciones-e, la norma
es que no haya heterodoxia
alguna.
Nos referimos,
entonces, a aquellos medios
de expresión que
suscribirían de inmediato
y con abundante apoyatura
ideológica toda profesión
de fe pluralista y democrática.
¿Qué hacen
tales medios cuando les
llega un texto que no los
satisface plenamente aunque
pertenece a quien o quienes
han presentado antes notas
aceptables?
En realidad,
ya dijimos lo que hacen.
La censura suele ser herramienta
predilecta. “-Esto
no va, en todo caso, probá
otra vez con otro texto,
valoramos mucho tus aportes
pero en este caso preciso,
no nos va, nos apartaría
de lo que consideramos más
valioso.”
El corolario
es que, pese a la prédica
teórica, aquella
del pluralismo y la democracia,
por ejemplo, en los hechos,
en la prédica práctica,
tal medio ejerce exactamente
el mismo comportamiento
que la prensa de extrema
derecha. En todo caso, con
una sola diferencia remanente:
que negarse a publicar un
texto no signifique que
el texto no sea publicable
en otro lado, en tanto que
la filosofìa dogmática
descarta la misma noción
de libertad de expresión,
que se estima absolutamente
innecesaria puesto que la
verdad ya está alcanzada
(es la que “encarnamos”
nosotros, los que decidimos,
casualmente).
Pero como
la existencia de textos
problematizadore es, valga
la redundancia, siempre
problemática, el
nones de un grupo editorial
progre suele significar
que el material rechazado
no conocerá otro
destino que la papelera
o algún blog
desconocido de circulación
insignificante.
Pero si
de hacer un mundo nuevo
se trata, de no repetir
los trillos de la opresión
y el dominio conocidos,
existen otros comportamientos,
otros métodos de
abordaje del problema incialmente
planteado; la presentación
de un texto que no satisface
plenamente al editor que,
sin embargo, ha aceptado
de buen grado diversos aportes
del mismo origen, del mismo
autor. Uno puede ser el
aceptar la publicación,
pero desviculando la línea
editorial. Otro, que no
es incompatible con lo anterior,
es destacar en un prólogo
o en un epílogo el
motivo de la discrepancia.
Estos últimos temperamentos
“resuelven”
el problema de un modo vivificante
y no burocrático.
Abriendo el debate del cual,
eventualmente, el escrito
“problemático”
haya sido un emergente.
Y no ahogando la crítica.
Alguien
argüirá que
publicar un texto con advertencias
editoriales es una forma
de retaceo de la libertad
de expresión. Pero
semejante objeción
se nos antoja débil
o en todo caso emparentada
con un cierto narcisismo
intelectual según
el cual lo que un autor
escribe es inatacable (que
es, comprensiblemente, la
intención del autor).
El texto
“con coletillas”
preserva el derecho a la
expresión de quien
no coincida en toda la línea
editorial y a la vez preserva
el derecho a la diferencia
desde los editores, precisamente,
que en su calidad de tales
tienen un cierto poder.
Sólo que así
ese poder no se convierte
en discrecional, como con
la operación de censura
total, y sólo se
expresa como otra manifestación,
un ejercicio más
de libertad de expresión.
Lo que acaba
de leer el paciente lector
no es sino una suerte de
resumen de la variada suerte
que me ha tocado vivir como
autor de textos ante diversas
publicaciones que públicamente
se presentan como democráticas,
no como burocráticas,
como pluralistas, no como
discrecionales.
Sería
bueno, para una conciencia
que se pretende crítica
y respetuosa, ir aprendiendo
a forjar una nueva cultura
no sólo en las cuestiones
que no nos cuestionan (que
ahí es fácil)
sino, precisamente, en aquellas
en que estamos en cuestión.
Como editor, he procurado
ese vínculo con escritores
y corresponsales, que resulta,
por cierto, más trabajoso.
Pero que es también
una opción política.
Luis
E. Sabini Fernández
Además de
columnista en El Abasto
es docente del área
de Ecología en la
Cátedra Libre de
Derechos Humanos de la UBA,
Fac. de Filosofía
y Letras. Y editor de la
revista Futuros.
Bs. As. 4/5-2007