Paro,
más bien lock-out
agrario, y sojización
Procuremos entender la beligerancia,
el hastío, que refleja
tanta “pueblada”.
En un país en que
todo eran rosas hasta hace
apenas unas semanas, en
donde los sojeros venían
con ganancias inigualadas
en el tiempo, donde el gobierno
acumulaba calladamente reservas
y más reservas con
los excesos bursátiles
de la soja, superando, según
algunas fuentes, las mismísimas
reservas que la Argentina
había acumulado con
la segunda guerra mundial
–y que le permitió
a Perón un distribucionismo
inédito–.
Hace apenas algunas semanas,
pocos meses, había
inversores que se reían
de las retenciones a la
soja del 28 % porque incluso
con ellas nunca habían
tenido tantos ingresos netos.
Decían que había
que protestar públicamente,
claro, por aquello de que
había que parecer
esquilmado, pero que en
realidad les estaba yendo
óptimamente (reunión
de inversores en la Fundación
Rojas, auspiciado por el
equipo de inversión
BGS Group para encarar los
mal llamados biocombustibles
que me permití calificar
en mi crónica como
necrocombustibles). *
De repente, entonces, la
tormenta apareció
en cielo sereno.
¿Por qué?
El estilo de gobierno K
evidentemente no ha ayudado.
Ir aumentando las mal llamadas
retenciones, que son impuestos
a la exportación,
a medida que se mejoran
los precios bursátiles
es ligeramente oportunista
e impide a cualquier imponible
de tales impuestos planificar
el destino de sus ganancias,
algo que suele ser muy irritante
tanto para quienes nadan
en lujo como para quienes
quieren pelechar.
El establecer tales impuestos
permanentemente por decreto
sin ningún tipo de
socialización previa,
sin ningún trámite
parlamentario ni discusión
política es propio
de un estilo monárquico
o imperial. Por lo menos
verticalista.
Y establecer las tan odiadas
exacciones indiscriminadamente,
a grandes, medianos y pequeños
sin aplicar criterios de
progresividad impositiva,
por ejemplo, como ya se
le ha reconvenido al gobierno
reiteradamente, es una desprolijidad,
una torpeza o el mal síntoma
de un estilo de gobierno.
Sea lo que fuere, lo han
recibido con los brazos
abiertos los titulares de
todas las organizaciones
de latifundistas, estancieros
y grandes terratenientes
ahora llamados, todos ellos,
“productores rurales”.
Les ha facilitado “la
unidad”.
Y son precisamente los grandes
aprovechadores del boom
sojero quienes desencadenan
la protesta. Con algunos
rasgos que merecen destacarse.
Más allá de
lo pintoresco que haya resultado
ver a damas de Recoleta
y a chicas bian de colegios
privados enarbolando cacerolas
por urbanas calles céntricas.
Esas imágenes nos
orientan, sí, en
algo significativo: que
la Argentina blanca, rica,
demócrata (partidaria,
al decir del desaparecido
Roberto Carri, del gobierno
de los demócratas)
y genocida, la de siempre,
se ha indignado.
Pero esa derecha, la clásica,
de abolengo, tiene una cualidad
extraordinaria que dentro
de lo que se llama genéricamente
izquierda se suele repudiar
y con razón, como
oportunismo: su extraordinaria
plasticidad.
Es como con el tango. Era
orillero y negro, pero en
un momento lo empezó
a bailar la crema porteña.
Y lo asumió como
propio.
Así, por ejemplo,
estos cortes de ruta se
hacen –¡y nosotros
ni lo sabíamos!–
mediante un riguroso sistema
soviético, el mismo
que el leninismo primero
y el estalinismo después,
ahogaron en la Rusia mal
llamada “cuna del
socialismo”. Los voceros
de las cuatro organizaciones
gremiales o corporativas
rurales se remiten permanentemente,
a veces en cada frase, a
“las bases”.
Ellos son apenas voceros
de lo que quieren “las
bases”, no se remiten
siquiera a sus pares o a
otros dirigentes; a las
bases. Y la mirada televisiva
se dirige a la peonada que
aparece en la ruta, o a
los jóvenes, probablemente
rentistas, que palo en mano,
van administrando el bloqueo.
Los mismos señores
que cuando hablan de la
fundación del país
siempre se remiten al Ejército
y que si algo los caracterizó
fue la relación amo–siervo,
el orden de los fuertes,
de los ricos, del dinero,
del poder discrecional,
ahora se han vuelto basistas.
Se han mimetizado con el
peronismo de base o con
la juventud antiautoritaria
de los países centrales
que se rebelaban en Berkeley,
en Belgrado, en París,
en Berlín, allá
por 1968. O tal vez se han
identificado con el ideario
anarquista.
¡Qué maravillosa
plasticidad!
En la década de los
noventa, cuando población
desesperada por la desocupación
y la marginación
producen los primeros piquetes,
bloqueando rutas, en General
Mosconi, en Plaza Huincul,
y tantos otros lugares,
los “productores”
que hoy cortan las rutas,
quienes los aplauden y los
poderes mediáticos
afines sólo les espetaban
voces de condena y escarnio.
En varias oportunidades
la represión se hizo
sentir hasta llegar al asesinato
de piqueteros.
Aquellos luchadores habían
reelaborado el viejo piquete
de los trabajadores organizados
en sindicatos que era el
arma, la herramienta, en
las huelgas para aislar
a la patronal. Sin trabajo
y sin sindicato, la retomaban
ahora para que se los visibilizara.
La derecha se molestó,
los condenó por interferir
con el sueño de los
satisfechos. Pero ahora
vamos viendo que pasado
el tiempo, han ido instrumentando
para sí, el piquete,
como el basismo y otrora
el tango, cada vez más
y mejor.
No es tan difìcil
de entender tanta plasticidad
táctica y metodológica
de quienes son los satisfechos
del mundo en que vivimos.
Porque el mundo en que vivimos
es invivible para una abrumadora
mayoría: para los
miembros de pueblos originarios
(“cuarto mundo”),
para los campesinos pobres,
permanentemente esquilmados
por la expansión
sojera, para las poblaciones
rurales y semiurbanas sometidas
a un genocidio callado y
cotidiano con los agrotóxicos,
llamados tan pudorosamente
por los laboratorios que
los producen “fitosanitarios”.
Porque la soja y sus dividendos
tienen un costo, aunque
no lo paguen sus beneficiarios
(¿no lo pagarán
también ellos?; el
aire es un socializador
pertinaz) que es la contaminación
ambiental que asesina peces,
ranas, insectos, orugas,
arañas, “yuyos”,
pero también perros,
humanos… Los médicos
de las zonas rurales insisten
con la enorme sobrerrepresentación
de malformaciones congénitas,
cánceres, anemias,
en la población argentina
actual. Cánceres,
leyó bien.
Ante semejante estado del
mundo, cualquier principismo
de los dueños del
poder sería suicida.
L. Kolakovski lo dice claramente:
la izquierda necesita la
utopía, la derecha
que no puede defender lo
que existe abiertamente,
necesita el engaño.
Por eso se adapta con tanta
plasticidad a novedades
metodológicas, instrumentales,
tácticas. Nada en
la política le es
ajeno.
El estado bobo, el que reformularon
como tal primero la dictadura
militar (bobo pero armado
hasta los dientes) y luego
el menemato (bobo a secas,
aunque sexy, dedicado a
“relaciones carnales”
y en todo caso matando a
la callada, mediante suicidios
y accidentes), ese estado
bobo, que los K jamás
impugnaron, no tiene herramientas
ni para analizar la contaminación
generalizada ni para encarar
cuadros epidemiológicos,
para defender la vida en
suma.
Por eso le cuesta tanto
al gobierno este efecto
rebote de la política
económica que acríticamente
asumieran como propia; la
sojización, precisamente.
Cosecha así algo
de su propia medicina. El
ejemplo más prístino
es la política de
bloqueos de ruta que el
gobierno ha tolerado y en
rigor alentado en el caso
de la Asamblea Ciudadana
Ambiental de Gualeguaychú,
sencillamente porque el
perjuicio caía fuera
de fronteras. El señor
energúmeno Alfredo
de Angelis es una perfecta
ilustración de la
síntesis a que han
llegado los dueños
del capital, invocando la
ecología en algunos
casos y la guita lisa y
llana en otros, siempre
piqueteando.
Ahora el gobierno no tolera,
y con razón, ni dos
semanas lo que el mismo
gobierno le viene suministrando
vía bases bloqueadoras,
al estado fronterizo uruguayo
durante año y medio
(aunque justo sea reconocer
que lo que se prolonga en
el tiempo es a la vez mucho
menor en el espacio).
Es auspicioso
sin duda, que un ex-periodista
personero del agribusiness,
como fue al menos el actual
ministro de Economía,
Martín Lousteau,
enfrente la sojización.
Parece ser un caso que va
contra la corriente. Lo
más habitual es ver
a políticos hipercríticos
acomodándose a los
mandatos de las transnacionales
una vez puestos en el gobierno,
como vemos en la vecina
orilla con fray Tabaré
Vázquez o el premiado
por el Financial Times como
mejor ministro de Economía
del mundo entero, el contador
Danilo Astori. En Argentina,
Menem dista de ser único;
el mismísimo gobierno
K ha hecho concesiones en
ese sentido. Lousteau parece,
empero, estar pasando de
un periodismo al servicio
de las corporaciones a un
cargo ministerial que procura
frenarlas.
Concedamos al menos que
más vale tarde que
nunca. Pero, claro, ahora
sí que va a costar.
Hay que desandar mucho camino.
Hay que afectar mucho interés
creado. Hay que pisar tantos
callos. La locomotora de
la soja ha tomado muchísima
velocidad.
Y hay que desendulzar el
gusto. Que hasta en ese
aspecto “trabajan”
los grandes consorcios para
hacernos cada vez más
dependientes, niños
“de pecho”.
Porque una sociedad en serio
no se hace por la vía
más cómoda;
envenenando a diestra y
siniestra, exportando a
lo bobeta, embolsando guita
a baldes.
Y para cambiar una sociedad
que se ha ido forjando al
ritmo de las transnacionales
que están desmantelando
todo el planeta, con los
consorcios alimentarios
o mediáticos que
nos están reconfigurando,
a nosotros los humanos,
para que seamos mejores
máquinas de consumir
y que los dueños
del poder tengan todavía
más poder y riqueza,
hay que dar una pelea enorme,
omniabarcativa, cultural,
que nos cuestione a nosotros
mismos, y el mar de pautas
insustentables, biocidas
y suicidas que nos introyectan
cada día.
* “Necro-combustibles:
el mercado global. Ente
sin gente”, futuros
no 11, Río de la
Plata, verano 2007-2008.
Luis
E. Sabini Fernández
Buenos Aires, 9 de abril
de 2008