Los
desechos cotidianos de una
sociedad moderna, accidental…
y cretina
Desde
hace ya un tiempo, y no
sólo en Argentina,
se observa que la cuestión
de los desechos cotidianos,
la llamada “basura”
ha cambiado francamente
de status.
Brutalmente,
podríamos decir que
apareció. Porque
durante décadas,
o siglos, había permanecido
cuidadosamente invisibilizada.
Sus dimensiones se hicieron
tales que difícilmente
podía sostenerse
aquel ocultamiento, aquella
liviana ignorancia.
El sistema
establecido de producción
de basura cuidó celosamente
aquella invisibilización.
Era la que permitía
eliminar costos, lo que
en economía se llama
externalizarlos. Pagadiós,
la madre o puta madre natura
?si juzgamos por el tratamiento?,
los nietos, el fondo oceánico,
en fin.
En
1977, cuando el aire de
Buenos Aires se había
hecho francamente irrespirable,
por dos causas bien distintas,
es cierto (el aire espiritual,
por la caza callejera del
diferente, desde los equipos
de torturadores llamados,
oficialmente, grupos de
tareas); el aire físico,
bien material, había
alcanzado tal grado de contaminación
mediante la quema de plásticos
en todos los edificios de
la capital, que el sistema
político imperante
tuvo que afrontar dicha
contaminación. Mediante
el cómodo expediente,
es cierto, de alojar los
desechos en enormes zanjones
(que han dado lugar, con
las décadas, a preciosuras
semánticas como el
Camino del Buen Ayre). 1
La contaminación,
entonces, no desapareció,
sólo se aplazó.
Con el tiempo, empezó
a sufrirla un sector, no
más del 1% o el 0,5
% de la población,
el más próximo
a los vertederos; los vecinos
de José León
Suárez, Wilde, González
Catán y últimamente
Ensenada…
Pero si
es cierto que desde la Luna
la única obra humana
perceptible no es la promocionada
Muralla China sino el basurero
de Nueva York, parece lógico
que en algún momento
semejante cuestión
perdiera su invisibilidad,
y que a la larga esperemos
que sus responsables vayan
perdiendo su impunidad.
La del
tero: evitar mostrar donde
está el problema
Pero estamos
lejos del regocijo, lejos
del núcleo problemático.
Porque las más de
las veces se aborda un problema
cuando ya resulta insoslayable.
Y sólo eso. Por otra
parte, la floración
de abordajes que cada vez
más escuchamos sobre
“la basura”
presenta un sesgo sintomático:
mucho reciclaje, mucha basura
cero, mucha recuperación,
las tres erres (reciclar,
reducir, reusar) o incluso
las algo más radicales
cinco erres (rechazar, reparar,
reducir, reusar, reciclar),
pero todo o casi todo parece
dedicado al consumo, al
mercado de consumo. Nuestros
“basurólogos”
más o menos recientes,
más o menos oficiales,
parecen muy dedicados a
encarar el consumo, no la
producción.
Pero es
justamente en la producción
de mercancía (que
prestamente se hará
basura) donde está
el núcleo del problema.
Por lo cual, toda política
concentrada en encauzar
el consumo se va a parecer,
peligrosamente, a arar en
el mar.
Claro
que ello tiene una ventaja:
no toca los intereses “principales”
y, en cambio, tiende
a modificar la vida de los
que no tienen capacidad
decisoria: si no se puede
hacer lo importante, al
menos parecer como si se
lo hiciera.
Con
un plus nada despreciable
desde el punto de vista
de las relaciones públicas:
encarar la administración
de los residuos ya producidos,
se ensambla con una actividad
que espontáneamente,
por necesidad, encararon
sectores muy sumergidos
de la sociedad contemporánea;
los más golpeados
por la modernización
sacralizada y genocida:
campesinos y peones rurales
expulsados por la tecnificación
creciente, obreros desocupados
y con baja calificación,
arrancados del mercado de
trabajo con modernizaciones
o extranjerizaciones, población
toda ella que ante la indigencia
golpeando a sus puertas,
encararon la recolección
de lo salvable de sociedades
que mientras expulsan gente
desde las capas más
empobrecidas, por “abajo”,
derrochan bienes desde las
capas socioeconómicas
de más “arriba”.
El
problema planteado por los
últimos proyectos
y exposiciones sobre el
tema de “la basura”
que leemos cada día
más en la prensa,
en los sitios-e, que vemos
en los informes televisivos,
pasa entonces, si se es
ejecutivo y sistémico,
por ordenar el volumen,
establecer centros patéticamente
llamados “verdes”
donde habrá gente
–jamás los
programadores– que
harán la clasificación
de los desechos (eso sí,
con guantes y barbijo, ya
que no escafandra) y si
se es basurólogo
pero progre, se pondrá
el acento en la tarea socioeconómica
de cartoneros, recuperadores
y clasificadores y en el
reconocimiento de sus derechos
como tales. Casi como si
se tratara de una profesión
elegida a la que faltaba
regular, como si habláramos
de rematadores antes de
ser colegiados, o de periodistas
todavía en actividad
espontánea o de diagramadores
electrónicos en el
momento de su irrupción
laboral… como si no
se tratara de una opción
asumida dentro de la mayor
necesidad, arrinconado cada
uno por un sistema que tritura
no sólo las mercancías…
Por
cierto que es mejor que
los clasificadores trabajen
sin represión, con
reconocimiento (y hasta
agradecimiento, bien merecido)
social, con mejores condiciones
higiénicas, pero
el tema de fondo es, como
ya señalamos, muy
otro.
La prueba
del nueve de que la actitud
de los que han encarado
el tema de la basura desde
la progresía no conocen
ni les importa el destino
de los cartoneros y clasificadores
por más que los invoquen
permanentemente es que,
cuando salieron en Montevideo
con el inefable intendente
Arana unos primorosos contenedorcitos
que ahogaban totalmente
la labor de recuperación,
no sólo no escuchamos
críticas ante tal
política que englobaba
residuos en lugar de separarlos,
sino que ni siquiera hubo
espacio para abordar tal
medida con el necesario
ojo crítico en prensa
progre. Se nos dijo: ¿Cómo
criticar medidas municipales
tan populares (lo cual era
cierto)? 2
¿Campaña
de impacto o hecho cultural?
¿En
qué términos
se manejan desde los medios
de incomunicación
de masas y desde las direcciones
políticas este asunto?
Como una
cuestión de campañas
(de concientización),
como una cuestión
de organización (los
centros verdes en Buenos
Aires) y de estructuración
de un significativo gremio
novel: el de los clasificadores
de la basura.
El CEAMSE
en el Gran Buenos Aires
había procurado en
su momento poner en funcionamiento
tales centros de clasificación
de los restos, de las veinte
mil toneladas diarias que
el GBA expulsa de sus hogares
luego de compradas en supermercados,
autoservicios, centros de
compras y otros lugares
de mercadeo. Tuvieron que
suspender las tareas, porque
el olor nauseabundo era
tal que ni siquiera la gente
más maltratada por
el sistema podía
hacerse cargo.
Sin embargo,
hay programadores, grupos
de inversores asistidos
técnicamente, que
ven con buenos ojos la instalación
de tales cámaras
depurativas.
Es interesante
seguir “el razonamiento”
de especialistas en la materia
como Elena Sanusian, auspiciada
por el BGS Groups, una empresa
de “análisis
y asesoramiento de inversiones”,
actuante en Argentina (Brasil
y Venezuela).
Sanusian, en
conferencia sobre el particular,3
concentra toda la actividad
posible para encarar “la
solución” de
los residuos en la administración
de lo consumido y devenido
tal, con consignas entradoras,
como “del consumismo
irracional al ecoconsumo
responsable”.
Sostiene que hay que “armar
eco-clubes (algo que se
utiliza en Europa) donde
capacitar a los niños
que luego vuelven al seno
de sus familias”.
Sin embargo, bien pronto
se somete a la cruda realidad
que nos habita, y entonces
postula la separación
de la basura (para recuperar,
reciclar, reusar) en grandes
“establecimientos”,
donde “operarios”
proceden a hacer esa separación
“perfecta”.
En medio de la mayor higiene
y sin olor alguno. Lo que
denomina ‘Plan
integral para el tratamiento
de los desechos’.
Una transición
por lo menos rápida,
del análisis social
y la concientización
al más feroz continuismo:
ya estamos “respirando”
soluciones tipo Macri.
Dice sin
desmayo y con escasa conciencia
de sus palabras: “Ésta
es la tarea en que tendremos
que trabajar todos”.
Parafraseando a Orwell,
algunos tendrán que
hacerlo un poquito más
que otros, ¿no?
Insiste
mucho en la concientización
de los consumidores. Se
le ha pasado por alto –menudo
detalle– la concientización
de los empresarios. La necesidad
de reconfigurar la producción
industrial, el universo
fabril del cual proviene
buena parte, por no decir
casi todo lo que poco después
se convierte en desechos.
A medida
que avanza en su planteo,
ni siquiera la concientización
minutos antes ensalzada
parece ya demasiado importante.
Dice, sí, que lo
mejor es la separación
en el hogar (en origen)
pero sostiene a la vez que
las plantas de tratamiento
son tan eficientes que resulta
indiferente el estado en
que ingresen los desechos
[sic]. Y afirma rotundamente
“que funcionan
óptimamente aunque
los residuos vengan en el
mayor entrevero”.
Y
da una puntadita final:
“Puede haber tratamiento
con y sin separación
de residuos.” Pero
si nosotros en Argentina
queremos hacer tratamiento
con separación en
origen, “tendríamos
que empezar desde muy abajo”
y eso significaría
“un proceso de
mucho tiempo”.
Por eso, “el valor
de las plantas de tratamiento
de que estoy hablando es
que son aptas no sólo
cuando llega la basura separada”
sino cuando llega “en
el peor estado en que nosotros
nos podemos imaginar”.
Compactada o sin compactar,
incluso directamente desde
el camión.
“Cae
por una tolva en una mesa
larga, de ahí se
comienza a separar mediante
manejo manual en general,
se separa lo que es reciclable
de lo que no es reciclable
[sic]. Se ve que nuestra
técnica no ha avanzado
un pasito más en
“lo reciclable”.
Seguro que se pierde.
‘Y
así llegamos a tener
una partida para lo que
se llama disposición
final, pero no como la habitual
en que va todo entreverado
sino que ha pasado por una
selección previa…’
Le pregunto final y retóricamente:
-¿Usted ha hecho
algo de lo que cuenta?
y le abro la puerta de salida:
¿Quién
realiza semejante separación?
-“Operarios, claro”,
me contesta. Ah.
Los diseñadores
de una tarea que
ni los esclavistas más
imaginativos pudieron concebir
Los grandes
solucionadores de la basura
cero han encontrado
una tarea que ni los más
perversos de los esclavistas
de todos los tiempos habrían
imaginado: seleccionar basura,
elegir e ir separando los
restos que la humanidad
urbana, consumista y sofisticada
deja detrás suyo.
Imaginen apenas: restos
de verduras, cáscaras
de banana, potes plásticos
de yogur, hilos rotos, pilas
gastadas, grasa y bordes
del plato del mediodía,
medias rotas, sonajero que
ya no suena, diskette arruinado,
pelo del perro, camiseta
gastada, papeles de envolver,
sobres de las facturas a
pagar, restos de arroz hervido,
sobres de té, cáscaras
de queso, bolsas de todo
lo imaginable, de fruta,
de electrodomésticos,
bandejas de telgopor, películas
plásticas de todo
tipo de alimentos, comida
en mal estado, plásticos
duros de protección
de cartuchos, cubeteras
averiadas, lamparitas quemadas,
otros restos de comida,
panes viejos, volantes,
comida en pésimo
estado, jirones de lo que
se te ocurra, mezclados
con mugre, biromes gastadas
o rotas, restos de carnes,
de verdura, ramas y flores
ajadas, vasos rotos, agendas
y almanaques viejos, agujas
hipodérmicas descuidadamente
arrojadas al tacho, potes
de cremas o desodorantes
gastados, cortinas desvencijadas,
ropa en desuso, folletería
de propaganda, diarios viejos,
tubos plásticos de
varios productos alimentarios
procesados (mostaza, salsa
dulce de tomate), muebles
rotos y viejos, herramientas
ídem, mangueras agujereadas,
llaves obsoletas, frascos
de mermelada o de cera para
muebles, enchufes descompuestos,
pañales descartables,
herrajes rotos, pasajes
caducos, algodones usados,
cuadernos en desuso, electrodomésticos
inutilizados de todo tipo
y tamaño (secadores
de pelo, procesadoras de
cocina, relojes a pila),
botellas de vidrio o de
plástico de cerveza,
agua, vino, aceite, vinagre,
bebidas alcohólicas
fuertes, refrescos, y un
larguísimo etcétera.
A lo que hay que agregar
lo que uno tira en el lugar
de trabajo; vasitos plásticos
para café, toallas
de papel, papelería
diversa o desde el auto:
envases varios, cubiertas,
baterías gastadas,
o desde el jardín…
Y estamos hablando
de un “hogar”
que no bebe agua embotellada…
que es el principal problema
de saturación de
los vertederos hoy en día…
Todo eso más o menos
junto va creando un hedor
nauseabundo. Basta acercarse
a los tan bienvenidos contenedorcitos
en una día de calor
para darse cuenta. La diferencia
es que uno lo huele a la
distancia y el cartonero,
clasificador, a menudo se
zambulle adentro para rescatar
lo rescatable… Imagine
el lector no ya un contenedor
de un metro cúbico
sino un galpón con
cientos de metros cúbicos
de tal mixtura., recuerde
el lector que el tiempo
agrava la situación
de los contenidos por putrefacción,
agriamiento, aparición
de larvas e insectos de
todo tipo…
La cuestión
de los desechos industriales,
del mercado
y del hogar
no es un problema técnico
ni organizativo sino cultural
Esta recorrida por las propuestas
en boga nos permite avizorar
que estamos muy, pero muy
lejos de abordar realmente
el problema de “la
basura” generada por
el consumo irrefrenable.
Encarar
el problema es vérselas,
precisamente, con ese consumo
irrefrenable, el consumismo.
La idea de sociedad que
nos domina hoy en día.
Que dista de ser eterna,
natural o inmutable. En
rigor, la producción
de basura es un fenómeno
relativamente reciente de
la humanidad. En tiempos
pretéritos ni había
recolección de basura
ni había acumulación
propiamente dicha. O la
había en términos
casi despreciables. Los
vikingos llenaban hoyas
durante generaciones. Claro
que se trataba de agrupaciones
de no más de cientos
de seres humanos o tal vez
miles. Pero tardaban décadas
en llenar una hoya. Y cuando
lo hacían, se desplazaban
o hacían otra. Con
nuestro régimen de
consumo, mil habitantes
llenaríamos cualquier
hoya inmensa en cuestión
de meses, no ya de generaciones.
A razón de una tonelada
o dos diarias, en cuatro
o cinco meses tendríamos
cubierto un volumen de entre
cien y trescientas toneladas…
una hoya más bien
cuadrada de tres metros
de profundidad y de diez
metros de lado…
Un modelo
occidental, moderno…e
irradiante
La sociedad
occidental moderna ha sido
la gran forjadora de la
producción
de basura. Muy gradualmente,
la sociedad moderna fue
abandonando el ciclo de
las cosas y constituyendo
un proceso económico
lineal, según el
cual, el producto bruto
se convierte en mercancía,
se lo usa y se lo expulsa
de la sociedad, desentendiéndose
de él. En realidad,
obligando al resto de la
humanidad, ya sea las clases
subalternas de los países
“industrializados”
o las sociedades periféricas
(con sus propias reservas
ambientales y habitacionales
de privilegiados) a hacerse
cargo de semejante “producción”,
más o menos subrepticiamente
expulsada.
La
presencia de cada vez más
productos químicos
de difícil manejo
(por su toxicidad, por ejemplo),
fue facilitando
ese camino, el destino rectilíneo
de los bienes desde los
albores de la modernidad,
con el desarrollo industrial
en auge. Pero fue la invasión
literalmente imparable de
los termoplásticos
a mediados del siglo XX
el gran desencadenador de
una conformación
de la basura como ente ingobernable.
Fue el auge ideológico
del consumismo, del use-y-tire,
la apoteosis de lo nuevo,
la depreciación de
lo usado, del remiendo,
del zurcido, de los refritos
alimentarios. El triunfo,
en una palabra, del american
way of life. Por ejemplo,
en la cocina hogareña,
todos aquellos platos, incluso
sabrosos, como ropa vieja,
torrejas, budines de pan,
tartas, revueltos de todo
tipo, albóndigas,
que se hacían tan
a menudo con los restos
de la comida anterior, fueron
desapareciendo, de las mesas
y del imaginario social
nuestro. En realidad, la
cultura consumista ha arrinconado
a la propia cocina hogareña,
hoy “nutrida”
de deliveries;
hasta el idioma proviene
del Gran Hermano.
Fue también
la llegada del alud de envasados.
El mundo empresario, a caballo
de razones atendibles, como
la higiene, pero en realidad,
más movido por los
aumentos de rentabilidad
que por la salud poblacional,
fue universalizando los
productos envasados, aboliendo
los sistemas a granel.
Con una doble consecuencia:
por un lado, como dice Vandana
Shiva, las manos se fueron
convirtiendo en agentes
delictivas por excelencia:
una sustancia tocada o rozada
por manos, era algo penable,
punible o rechazable. Como
si lo envasado fuera garantía
de pureza y calidad. Y por
otro lado, la creación
de envases, a menudo dobles,
triples, cuádruples,
agigantó el problema
de la producción
de desechos. A esa tijera
que nos mutila y agiganta
un problema habría
que agregarle un tercer
aspecto, –tendríamos
que hablar de una triple
consecuencia entonces–
tan o más problemática
que las anteriores: los
envases que se usan, y los
que más se usan,
distan de ser inertes. Con
lo cual, hemos introducido,
modernización mediante,
un factor patógeno
desconocido o casi desconocido
en tiempos tradicionales.
Pensemos
que, p. ej., para el tratamiento
de aguas minerales, hace
ya un par de siglos, se
usaban espitas de porcelana
porque eran del material
más inerte que se
conocía, para no
contaminar el agua surgente.
O que el arquitecto romano
Vitruvio, hace dos mil años,
leyó bien, hace dos
mil años, desaconsejaba
el uso de cañerías
de plomo para la distribución
de agua potable en Roma,
Pompeya y ciudades del imperio,
por ser un metal que desprendía
sustancias, no precisamente
amigables para los humanos
(ya estaba perfectamente
diagnosticado el saturnismo).
La sociedad moderna europeo-occidental,
muy oronda, instaló
las cañerías
de plomo en todas partes,
como señal de progreso,
durante los siglos XIX y
XX y no sólo para
agua fría sino incluso
para caliente, cuando el
agua caliente se “come”
literalmente dichos caños
(y por lo tanto, los humanos
ingerimos el plomo así
extraído y pasado
por las canillas respectivas).
La sociedad
industrial, que despejó
la visión para percibir
una serie de acontecimientos
inéditos en las sociedades
humanas, a la vez, nos encegueció
para ver otros aspectos
de la naturaleza que las
sociedades “tradicionales”
sí sabían
ver.
Lo que
ganamos en técnica
lo perdimos en sentido común
Sólo
así pudimos “aceptar”
plásticos blandos
como envases de nuestros
alimentos, cuando hay investigaciones
terminantes de que dichos
materiales empiezan a fundirse
y a desprender sustancias
cancerígenas a apenas
40 grados centígrados.
La temperatura de cualquier
verano rioplatense. 4
Pero
aquí estamos encarando
el segundo de aquellos desastres:
la montaña de basura
creció sin medida
ni concierto con la aglomeración
incontenible de envases.
Es lo que vemos hoy en cualquier
campo, en cualquier mar.
Si llegamos
a entender que se ha ido
configurando un sistema
de producción de
basura que ha sido de interés
para determinadas ramas
industriales que se han
expandido hasta lo irreconocible,
como es el caso de la petroquímica,
la industria del embalaje,
y otras, entonces, es fácil
darse cuenta que cualquier
intento de cambiar este
estado de cosas no pasa
tanto por el consumo –que
siempre llega tarde y mal
al problema–, sino
por la producción,
que de algún modo
configura el estado de situación.
Y si nos damos cuenta de
esto, también podemos
advertir que “el eje”
no pasa por campañas
de concientización,
ni propaganda visual o televisiva,
ni por las exhortaciones
magisteriales a los niños
en las escuelas, aunque
todo eso contribuya en algo.
La situación
es más bien de carácter
económico y político.
Económico,
porque ese estado de cosas
afecta negativa o positivamente
la rentabilidad empresaria.
Político,
porque se necesitan decisiones
para encauzar la actividad
empresaria, por ejemplo,
y la actividad material
general, para evitar p.
ej., el envasado ambientalmente
gravoso o sanitariamente
peligroso, y tantos otros
encauces.
Pero que,
por sobre todo, se trata
de una cuestión cultural.
Si sectores significativos
de la población no
ven problema en nuestras
vidas cotidianas, va a estar
difícil conseguir
algo, bueno, durable. Porque
es la cultura nuestra la
que está en juego.
Es un hecho cultural, aunque
a algunos nos parezca atroz,
aceptar sustancias cancerígenas
y confiar luego en la medicina
legal y oficial para obtener
la detección precoz,
que es el desiderátum
de tantas campañas
de “lucha contra el
cáncer”). 5
Si sectores
decisivos de población
prefieren vivir como viven,
en todo caso con detección
precoz (de cánceres,
alergias, anemias, enfermedades
autoinmunes, y otras patologías
no sólo corporales
sino también “mentales”),
la basura es irrefrenable.
Y los laboratorios festejarán,
seguirán festejando,
tal “elección”.
Cultura
es lo que uno hace porque
no puede no hacerlo
Si la gente
advierte que nuestro sistema
de vida nos miente, y en
realidad es, poco a poco,
cada vez más, un
sistema de muerte, tal vez
sí pueda haber un
cambio. Pero tendrá
que ser un cambio con rasgos
culturales diferenciados.
La primera erre tendrá
que ser relevante: rechazar
el uso de material irreciclable,
como p. ej. los blixter,
los tetrabrik, los sobres
de papel con “la cómoda”
ventana de plástico,
los papeles plastificados
(que no sirven para reciclar
como plástico y menos
como papel), las pilas no
recargables, rechazar el
uso “generoso”
de bolsas de plástico
que terminan rodando con
el viento por mares y suelos,
rurales y urbanos, rechazar
la comida cargada de agrotóxicos,
atreverse a reusar cosas,
a reciclar. Pero no que
lo haga “otro”,
sino a partir de una asunción
personal: cuando alguien
ya no soporta un envenenamiento,
lo que se suele llamar en
el contexto una contaminación,
por ejemplo, eso quiere
decir que en su trama cultural
ya no lo puede incorporar
(literalmente, metérselo
en el cuerpo).
Cuando
un edificio de veinte pisos
con un predio de media manzana
alrededor tenga habitantes
que no soporten desprenderse
cada día de una tonelada
de materia celosamente escondida
en bolsas negras de consorcio,
y empiecen a reclamar, que,
por ejemplo, los restos
alimentarios, se composten
en el jardín que
tienen con solo césped,
estaremos hablando de cambios
culturales, cambios en la
cultura cotidiana, que implica
cambios de actitud y situaciones
donde uno ya no puede comportarse
como lo hacía antes
y lo veía hacer a
otros.
Mientras
sigamos con técnicos
viendo cómo hacer
para que los cartoneros
sean enterrados en vida
en grandes recintos con
tolvas para que “ellos”
separen lo que pueden y
devuelvan al cauce principal
lo inservible, no habremos
avanzado gran cosa, antes
bien, nos habremos engañado
una vez más. Porque
los humanos tenemos la habilidad
de hacerlo ene veces.
Luis
E. Sabini Fernández
*
* Miembro
del equipo docente de la
Cátedra Libre de
Derechos Humanos, Facultad
de Filosofía y Letras
de la Universidad de Buenos
Aires, periodista free-lance
y editor de la revista semestral
futuros del planeta, la
sociedad y cada uno.
1 Si esos
zanjones además de
postergar más que
solucionar el problema de
la contaminación
por los desechos cotidianos,
sirvió para resolver
“dos en uno”,
depositando restos humanos
que “cosechaba”
la dictadura entonces, es
una pregunta de las que
han quedado, por lo menos
hasta ahora, sin respuesta.
2 En Buenos
Aires, poco después,
con la gestión Telerman,
sobrevino algo por el estilo,
aunque con un peregrino
intento de clasificación
entre residuos secos y húmedos.
Tampoco entonces salió
algún basurólogo
progre a señalar
que los promocionados y
costosísimos contenedorcitos
iban en sentido opuesto
a todo criterio de separación
en origen, una de las pocas
medidas que, encaradas con
un trasfondo cultural basado
en la conciencia de la cuestión,
tiene algún sentido.
3 Dictada
en la Fundación R.
Rojas, a fines de 2007.
4 Véanse
“Detener al PVC”
del equipo editorial de
Integral, no 98, Barcelona,
febrero 1988 y nuestros
“Política de
migraciones” Página
12, Boletín Verde,
24 mayo 1992, reeditado
en Ciudadanía planetaria,
V. Bacchetta (comp.), Federación
Internacional de Periodistas
Ambientales, Montevideo,
2000; “ALARA: otro
mito tecnológico”,
Revista del Sur, no 70,
Montevideo, 10 jun. 1997;
Basura y cultura, folleto
del seminario-taller de
Ecología y Derechos
Humanos de la Cátedra
Libre de DD.HH, de la Fac.
de Filosofía y Letras
de la UBA, 2º. cuatrimestre
2004; “La petroquímica
y su visión autoindulgente
sobre el desastre planetario”,
<rebelión.org
del 20/6/2006, www.biodiversidadla.org
del 21/6/2006, www.ecoportal.net/content/view/full/60988
del 3/7/2006, http://www.serviciosesenciales.com.ar/,
s/f.
5 Véase
Samuel Epstein, oncólogo,
autor de The Breast Cancer
Program, estremecedora investigación
sobre el cáncer de
mama en EE.UU.: Epstein
sostiene con documentación
y pruebas irrefutables que
las grandes organiza-ciones
estadounidenses del área;
National Cancer Institute
(NCI) y American Cancer
Society (ACS) luchan por
la detección precoz,
no por la prevención
porque ‘es más
la gente que vive del cáncer
que la que muere por él’.