¿Cómo
que de qué lado estoy?
Se cumplieron treinta años
del último golpe militar
y como muchos otros repudio
ese nefasto proceso que sistemáticamente
se dedicó a torturar,
desaparecer y exterminar gente,
robar inmuebles, muebles y bebés.
Pero hoy por hoy pareciera que
criticar eso implica aceptar
y aplaudir a los guerrilleros.
Quien
ingresó en una guerrilla
sabía qué se estaba
jugando. Una cosa es protestar,
manifestarse y hacer pacíficamente
lo que crea conveniente para
un bien común y otro
muy diferente es luchar con
las armas para derrocar un régimen,
por más injusto que haya
sido. De algún modo los
segundo les dieron pasto a las
fieras, dándole justificativos
para cometer atrocidades. Igual
que hoy algún grupúsculo
de extrema izquierda que piensa
que por pedrear a la policía
que cuida de un detenido en
su domicilio está cometiendo
un acto revolucionario. Eso
en definitiva es un acto estúpido
dado que la coerción
de la violencia la siguen manejando
ellos. Pero manejar nuestras
mentes es una cosa muy diferente
y mucho más compleja.
Las revoluciones sangrientas
y de golpe suelen convertir
el estado en un nuevo estado
opresor, para notar eso basta
con mirar a países que
han logrado su independencia
con las armas. O leer La rebelión
en la granja de George Orwell.
Otra revolución se gana
de a poco y concientizando al
ciudadano común como
para que no sea atropellado
por los grupos de poder. Se
gana recuperando los espacios
perdidos como la calle y las
ideas. Se gana trabajando con
el ejemplo. Quien piensa que
soy un simple negociador socialdemócrata
puede pensarlo, porque creo
más en los logros de
Olof Palme que en Lenin. Para
mi matar -sea quien fuere que
mate- no es la solución
y por eso no aplaudo cuando
ponen una placa frente al domicilio
de un exguerrillero pero sí
cuando el caído fue un
pacífico luchador social.
Y me adhiero al grito de juicio
y castigo para las culpables
y responsables de aquellos años,
así se llame Firmenich
o Videla.
Será justicia
Ulises
Karlson
Bs. As. 6/6-2006
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