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Artículo escrito por Claudio Serrentino periodista, fundador de los periódicos La Bocina y su versión on line: www.la-bocina.com.ar

Combatiendo la “irrealidad virtual”

Los “entretenedores” y su “irrealidad virtual” vs. periodistas. El bombardeo informativo paraliza. El talento de Arlt, hoy, se perdería en el anonimato. Los pasantes, efectivamente, pasan. La mentira tiene rating. Millones de anónimos vs. puñado de sinvergüenzas.

Ayer, hoy y mañana, para poder cambiar el actual estado de cosas, primero hay que entender la realidad. Sólo entonces el segundo paso es planificar cuáles podrían ser los cambios que mejorarían la situación. Pero para entender, primero hay que saber qué es lo que pasa. Por eso, el periodismo es fundamental para la sociedad. Porque informa, genera reflexiones, promueve pensamientos, fomenta el debate de ideas, aporta datos.
      Pero el sobredimensionamiento de los medios de comunicación, devenidos en “multimedios”, desecha a los periodistas y en su lugar coloca a “entretenedores”, cuya misión es comentar cientos de boludinas diariamente. Sin profundidad, sin ética, sin contenido. La propuesta es exageradamente simplista, en el límite mismo de “inteligencia cero”.
       Los “entretenedores” generan una “irrealidad virtual” que se contrasta, obviamente, con los noticieros, plagados de desgracias: si hay que elegir, ¿quién prefiere a las malas noticias? Entonces, gilada para todos, todo el tiempo: “Gran hermano 1, 2, 3, 4”, “Gran Hermano Vip”, “Circo de Famosos”, “Bailando por un sueño”, programas timberos donde se prometen fortunas...
       La “irrealidad virtual” parece inofensiva, pero detrás de su atractivo maquillaje hay oscuros objetivos. Los multimedios quieren forjar un público a imagen y semejanza de los poderosos anunciantes que los sostienen: pasivo, y sobre todo, permeable a las tendencias consumistas difundidas en las tandas.
      El costado periodístico de los multimedios no es menos perverso: nos bombardean con tanta data que padecemos de sobreinformación, y el objetivo de construir una sociedad mejor se pierde en el laberinto mediático.
     
La sobreinformación paraliza, la sociedad no sabe para dónde correr...
      Mientras tanto, mientras un locutor lee las malas noticias del día sin inmutarse, mientras dice como si nada que hoy murieron otros 50 en Irak, que un maestro violó a 4 niños y sigue libre, mientras sigue leyendo que murieron 15 personas en un choque, y vamos a la tanda, y cuando vuelve de la tanda todo sigue como si nada, y hoy y mañana y nunca nadie se anima a preguntar en voz alta cómo hacemos para parar esta locura social, donde se mezclan la pobreza, las drogas, la corrupción, la falta de futuro, la violencia, la desocupación, la desidia, la explotación, el desenfreno, la carencia espiritual, la ostentación y la pavada total... los multimedios siguen facturando cientos de millones.
El show debe continuar.

Hoy, Roberto Arlt no tendría lugar en ningún diario
Distintos eran los tiempos de Roberto Arlt, donde también había urgencias, pero los medios no eran tan pero tan “mediáticos” como hoy... Quizás por eso, Arlt podía ejercer plenamente una virtud básica en cualquier periodista: la curiosidad. Era capaz de observar hasta el más mínimo detalle en la expresión de una viejita que cruzaba la calle apoyada en su bastón, y después contarlo en su columna del diario El Mundo. Al día siguiente, dejaba a los lectores boquiabiertos con su descripción.
      Hoy, los diarios no tendrían lugar para Roberto Arlt. Su poder de “definir la agenda” hace que sus páginas sólo incluyan lo “importante”, en desmedro de lo cotidiano.
       Es decir que en cualquier café porteño, o escuela de periodismo, o universidad, o taller de escritura, puede esconderse un gran talento, capaz de describir lo cotidiano (o lo sublime) con maestría, y... quedarse allí para siempre. No será alentado, sus notas jamás serán publicadas, su talento quedará en el cajón donde se deposita lo inservible. No tendrá su oportunidad.
      Qué lástima.

Pasará, pasará, pero el último... pasará también
Estoy buscando un nombre para mi próximo programa de radio, y “googleando” los probables, me crucé con el blog de una chica rosarina que trabaja en un canal de tele de esa ciudad, y no se define como “periodista” sino como “futura desempleada”... Al principio, me reí. Después quise llorar.
     Así están los multimedios hoy en día: utilizando pasantes que, efectivamente, pasarán, para dejar lugar a otros.
      Pasarán, pasarán... pero nadie quedará. Sólo los parientes o amigos de los que ya están adentro de los medios tienen alguna chance. ¿Que muchos son mediocres? A quién le importa, lo fundamental es que la gran familia “mediática” pase de generación en generación.
       Lo trágicamente cómico es que florecen las escuelas de periodismo con promesas de “salida laboral” incluida, y si uno lo analiza bien, están en lo cierto: hay “salida laboral”, o sea, no entra nadie...
       Me da pena por tantos chicos con inquietudes que se creyeron que lo del periodismo es “de verdad”, se entusiasmaron, sueñan con llegar para decir un par de “verdades”.
      Y si alguno de ellos llega a entrar... que ni se le ocurra ir con ideas “raras”, como eso de “decir verdades”. Para mantener el trabajo, hay que seguir la corriente, ser muy eficiente en la alienación de las masas. Porque si no, la única que queda es hacer periodismo en el blog: trascendencia cero.
      Es que el gran circo mediático no necesita de verdades, sino de mentiras: la prensa, los medios, van detrás de lo que “vende”. Decenas de programas de radio y TV, y las diversas secciones de “espectáculos” de los diarios, repiten como loritos las mismas boludeces que vieron la noche anterior en “Gran hermano” o “Showmatch”.
     ¿Por qué no probarán con ser originales? Ah... Porque no los dejan, porque parece que hay directivas de “arriba” para que así sea. Porque si el público repite como lorito lo que ellos repiten, quizás logren que la gente no hable de otros temas más “picantes” (el precio de la lechuga por las nubes, lo mal que se viaja en el transporte público, inseguridad, salarios de miseria, etc.).

Cuál es tu periodista preferido
Cuando era chico, creía que los mejores periodistas eran los de “Telenoche”: Roberto Maidana, Sergio Villarroel, “Tico” Rodríguez Paz, Leo Gleizer, Mónica Mihanovich... Simplemente, porque a ellos los veía y a los que escribían en los diarios, no.
      Sin embargo, esos personajes de la tele no me empujaron a ser periodista.
       Soy periodista por las Aguafuertes de Roberto Arlt, la investigación y los cojones de Rodolfo Walsh, las revistas Satiricón y Humor, los programas de radio de Guerrero Marthineitz, Tato Bores, Sin anestesia de Eduardo Aliverti, los análisis políticos de Morales Solá en el Clarín de los '80, Alejandro Dolina, La Noticia Rebelde (cómo extraño a Abrevaya y a Castelo), Lalo Mir, el Página/12 de Lanata (y las “llamadas desde Europa”, de Osvaldo Soriano que se publicaban en su contratapa), Fernando Peña, Gisella Marziotta y los programas radiales de “Lani” Hanglin.
      Soy periodista porque cada uno de ellos me enseñó que la verdad es difícil de encontrar, y en esa búsqueda está la razón de ser de esta profesión.
       Soy periodista porque durante la dictadura aprendí que no hay que quedarse con lo que explican los decretos (y mucho menos, con lo que no explican).
      Soy periodista porque muchas veces quise dejar de serlo y no pude, simplemente, porque lo llevo en la sangre. Y contra la sangre de uno, no se puede.
      Soy periodista porque veo la pasión por la profesión en los ojos de los viejos periodistas, y también las ganas de ejercer la profesión en los jóvenes periodistas.
      Pero sobre todo, soy periodista porque me enardece comprobar que millones se dejan convencer (y luego vencer) por un puñado de sinvergüenzas.

Claudio Serrentino

Revista El Abasto, n° 89, julio, 2007.


 
 


 

 

 

 

 

 

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