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Uno más

El hombre, aferrado a un maletín que lleva bajo el brazo, pálido y demacrado, está de pie, muy tieso, frente a la puerta del ascensor. Éste se detiene con un chirrido de hierros gastados. Un anciano ascensorista desdentado con un ruinoso uniforme rojo lo recibe con una mueca que pretende parecerse a una sonrisa.
     Bienvenido le dice.
     Último piso pide el hombre apenas ingresa al pesado armatoste.
Disculpe, pero el elevador ya ha sido programado para ir al subsuelo replica el ascensorista con un cierto retintín irónico.
¿No hay forma de llevarme primero al último piso? No quiero ir al subsuelo.
     Le repito que el elevador ya ha sido programado. El viaje será hacia abajo.
     El hombre comienza a agitarse, muy nervioso.
    Por favor. Para mí es muy importante ir al último piso. Créame que puedo hacerle un buen regalo.
    ¿Qué regalo? dice el ascensorista con los ojos brillantes de codicia.
Tome estos diez dólares y olvidémonos del subsuelo.
   ¡A papá mono con bananas verdes! ¿Por quién me tomaste? ¿Qué llevás en esa valija que la apretás con tanto cariño?
Nada…, sólo llevo ropa y algunos libros.
    Está bien, vamos para el subsuelo.
    El ascensor comienza a bajar velozmente. El hombre se desespera y comienza a gritar muy angustiado.
   ¡No, por favor, lléveme al último piso y le doy la mitad de lo que hay en el maletín!
   La valija entera, contesta serio el ascensorista mientras imprime mayor velocidad al aparato.
   ¡Está bien, tome, es suya! Pero, por favor, le ruego que me lleve al último piso contesta vencido el hombre transpirado.
   El ascensorista toma el maletín, lo abre, constata que está lleno de dólares, lo cierra, detiene el artefacto e inicia un rápido ascenso; luego de sobrepasar las nubes más altas, anuncia burlón:
   ¡Último piso!
    El hombre baja del ascensor más tranquilo y se aleja presuroso hacia un portón enorme y reluciente.
   El ascensorista cierra la puerta y comienza a descender riéndose a carcajadas, mientras abraza y besa el maletín. La temperatura en el interior del aparato aumenta progresivamente, hasta convertirse en un calor sofocante que no parece hacer mella en el único pasajero; llegado al último subsuelo, abre la puerta y se da de lleno con un personaje de rasgos afilados y mirada penetrante.
   Tome la valija, Jefe. No se olvide de mi diez por ciento. Y no se preocupe. Enseguida lo mandarán para aquí, es de los nuestros.

Ganador en Avaricia
Ariel Díaz


José Mármol, Pcia. de Buenos
[email protected]

 

 

 

Ganador en Avaricia del

II Concurso Litrerario

Pecados Capitales en
El Abasto

 

 

 

 

 

 

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